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Lecturas: Poemas y textos sobre gatos. Selección por Plaza de las palabras


 





Plaza de las palabras, en su sección Lecturas, da cabida a un post acerca de los gatos. La primera  parte dedicada a poemas y la segunda a textos. En la parte poética incluimos algunos poemas,por lo general  ya conocidos de T.S.Eliot, Baudelaire, Borges, Neruda y Bukowsky. Mientras que en prosa, van los cuentos de El gato de J.C. Onetti, El gato que caminaba solo de R. Kipling y  La orientación de los gatos de J. Cortázar, y  dos textos poco conocidos, uno  de Spencer Holts El idioma de los gatos y otro de Massimo  Bontempelli:  Ìarcane costume de gatti  y a continuación para finalizar, del mismo autor M. Bontempelli una micro ficción: Un gatto bianchissimo.

Poema del gato negro
A mi gato le duele la cola
                                                   mientras leo un poema de Dante.
                                                   Pero es lunes y es posible
                                                  que llegue tarde a mi trabajo.
                                                   Mi gato es negro
                                                   y yo trabajo en un banco.
Anónimo  (1)


Observa a un gato cuando entra
en una habitación por primera vez.
Inspecciona y olfatea,
 no descansa un momento,
 no se fía de nada
hasta que lo ha examinado
 y lo ha reconocido todo.
Jean Jacques Rousseau

Creo que los gatos son espíritus encarnados
en la tierra.
 Un gato, estoy seguro,
podría caminar sobre una nube
sin atravesarla.
Jules Verne

I. POEMAS

CÓMO LLAMAR A UN GATO

T.S.Eliot

Ponerle nombre a un gato es harto complicado,
desde luego no es un juego para los muy simplones.
Pueden pensar ustedes que estoy algo chiflado
cuando digo que al menos ha de tener tres nombres.
Lo primero es el nombre que le damos a diario;
como Pedro, Alonso, Augusto o Don Bigote;
Como Víctor o Jorge o el simpático Paco.
Todos ellos son nombres bastante razonables.
Los hay más bonitos y que suenan mejor
para las damas y los caballeros,
como Admetus, Electra, Démeter, o Platón,
pero todos son nombres demasiado discretos.
Y un gato ha de tener uno más especial,
que sea peculiar, algo más digno.
¿Cómo, si no, va a alzar su rabo vertical
o atusar sus bigotes y mantenerse altivo?
De nombres de este tipo os puedo dar un quórum
como son Mankostrop, Quoricopat o Qaxo,
también Bamboliurina o, si no, Yellylorum,
son nombres que jamás compartirán dos gatos.
Pero a pesar de todo, nos queda un nombre más,
y ése es el que tú nunca podrás adivinar,
el nombre que los hombres jamás encontrarán.
Que SÓLO EL GATO LO SABE y no confesará.
Si un gato ves en meditación,
el motivo nunca te asombre.
Su mente está en contemplación
de la Idea Una de su nombre.
Su inefable, efable,
efainefable,
único, oscuro, inescrutable Nombre.




Macavity: The Mystery Cat. TS.Eliot


A collection of whimsical poems about the psychology and sociology of cats, Old Possum’s Book of Practical Cats is the only work written by Eliot for a younger audience. It is one of the most popular poetry collections by Eliot and Macavity: The Mystery Cat is its best known poem. Macavity, referred to in the poem as the Hidden Paw and Napoleon of Crime, is a master criminal who is too clever to leave any evidence of his guilt and always a step ahead of the Secret Service. The character of Macavity is modelled on Professor James Moriarty, the super-villain of the Sherlock Holmes stories written by Sir Arthur Conan Doyle.

Una colección de poemas fantasiosos  acerca de la sicología y sociología de los gatos: El libro practico de los gatos del viejo Possum,  escrito por Eliot para una audiencia juvenil. Es una de las colecciones de poesía más populares de Eliot y Macavity: El gato misterioso  es  su poema más conocido. Macavity, llamado en el poema como el Pata Escondida y Napoleón del Crimen, es un maestro criminal, quien es demasiado astuto para dejar cualquier evidencia de su fechoría y siempre sale un paso adelante de los servicios secretos. El carácter de Macavity, es la personificación del profesor James Moriarty, el supervillano de las narraciones de Sherlock Holmes escritas por Sir Arthur Conan Doyle.

Extracto Macavity

Macavity, Macavity, there’s no one like Macavity,
Macavity, Macavity. No hay ninguno como Macavity,
He’s broken every human law, he breaks the law of gravity.
Él ha roto cada ley humana, y también   rompió la ley de la gravedad.
His powers of levitation would make a fakir stare,
Su poder de levitación sorprendería  la mirada de un  faquír.

And when you reach the scene of crime—Macavity’s not there!

Y cuando usted alcance la escena del crimen. Macavity no estará ahí
You may seek him in the basement, you may look up in the air—
Usted puede buscarlo en el sótano. Y lo puede buscar en el aire.
But I tell you once and once again, Macavity’s not there!

1939
Pero yo le diré a usted, una y otra vez Macavity no estará ahí.





3


 MACAVITY, THE MYSTERY CAT by T.S. Eliot

 

Macavity's a Mystery Cat: he's called the Hidden Paw - For he's the master criminal who can defy the Law.

He's the bafflement of Scotland Yard, the Flying Squad's despair: For when they reach the scene of crime - Macavity's not there!

 

Macavity, Macavity, there's no one like Macavity, He's broken every human law, he breaks the law of gravity. His powers of levitation would make a fakir stare, And when you reach the scene of crime - Macavity's not there!

You may seek him in the basement, you may look up in the air - But I tell you once and once again, Macavity's not there!

 

 


Macavity's a ginger cat, he's very tall and thin; You would know him if you saw him, for his eyes are sunken in. His brow is deeply lined with thought, his head is highly domed; His coat is dusty from neglect, his whiskers are uncombed. He sways his head from side to side, with movements like a snake; And when you think he's half asleep, he's always wide awake.

 

 


Macavity, Macavity, there's no one like Macavity, For he's a fiend in feline shape, a monster of depravity. You may meet him in a by-street, you may see him in the square - But when a crime's discovered, then Macavity's not there!

 



He's outwardly respectable. (They say he cheats at cards.) And his footprints are not found in any file of Scotland Yard's. And when the larder's looted, or the jewel-case is rifled, Or when the milk is missing, or another Peke's been stifled, Or the greenhouse glass is broken, and the trellis past repair - Ay, there's the wonder of the thing! Macavity's not there!

 



And when the Foreign Office find a Treaty's gone astray, Or the Admiralty lose some plans and drawings by the way, There may be a scrap of paper in the hall or on the stair - But it's useless to investigate - Macavity's not there! And when the loss has been disclosed, the Secret Service say: 'It must have been Macavity!' - but he's a mile away. You'll be sure to find him resting, or a-licking of his thumbs, Or engaged in doing complicated long division sums.

 



 Macavity, Macavity, there's no one like Macavity, There never was a Cat of such deceitfulness and suavity. He always has an alibi, and one or two to spare: At whatever time the deed took place - MACAVITY WASN'T THERE! And they say that all the Cats whose wicked deeds are widely known, (I might mention Mungojerrie, I might mention Griddlebone) Are nothing more than agents for the Cat who all the time Just controls their operations: the Napoleon of Crime.

MACAVITY

 


Macavity es el Gato Misterio: le llaman el de la Pata Oculta

es un artista del latrocinio que se burla de la ley.

Desconcierta a la policía, desespera a los guardas;

cuando lleguen a la escena del crimen, ¡Macavity habrá volado!

 

 

Macavity, Macavity es único en su especie,

ha roto todas y cada una de las leyes, incluso la de gravedad,

su capacidad de levitación dejaría asombrado a un faquir.

Cuando usted llegue a la escena del crimen, ¡Macavity habrá volado!

Aunque le busque en el sótano, mire hacia el techo,

se lo diré una y otra vez, ¡Macavity habrá volado!

 

 

Macavity es un gato rubio, alto y delgado;

enseguida se le reconoce, tiene los ojos hundidos en las cuencas.

Su frente es la de un pensador, y su cráneo está bombeado;

tiene el pelo polvoriento y los bigotes descuidados.

Mueve la cabeza de un lado a otro, como una serpiente,

y cuando parece dormido, más despierto está.

 

 

 

Macavity, Macavity es único en su especie,

es un demonio con forma felina, un monstruo de depravación.

Quizá se cruce con él en el callejón o le vea en la plazoleta,

pero cuando se descubra el robo, ¡Macavity habrá volado!

 

 

Aparenta respetabilidad (dicen que hace trampa a las cartas).

Sus huellas no están en ningún archivo policial,

pero si han saqueado la alacena o han revuelto el joyero,

si falta leche u otro periquito ha perdido la vida,

si una ventana está rota o el parterre destrozado,

por muy imposible que parezca, ¡Macavity habrá volado!

 

 

Cuando Asuntos Exteriores no encuentra un tratado,

o el Almirantazgo extravía algún plano o dibujo,

puede que quede un trocito de papel en las escaleras,

pero no vale la pena investigar, ¡Macavity habrá volado!

En el Servicio Secreto, cuando se enteran, todos dicen:

“¡Habrá sido Macavity!”, pero ya está lejos.

Le encontrará descansado, lamiéndose la pata,

o concentrado en una complicada división.

 

 

Macavity, Macavity es único en su especie,

nunca hubo un gato tan embustero y afable.

Siempre tiene una coartada, incluso un par o más.

No importa cuando tenga lugar la fechoría, ¡Macavity habrá volado!

Dicen que todos los gatos cuyos desmanes son bien conocidos,

(mencionaré a Mungojerri, e incluso a Huesogrellado),

no son más que agentes del Gato que se limita

a controlarlo todo, ¡el Napoleón del crimen!

 

 




El gato

Charles Baudelaire

I
En mi cerebro se pasea,
Como en su casa,
Un lindo gato, fuerte, dulce y tibio.
Cuando maúlla se le oye apenas,

Tan tierno y discreto es su timbre;
Por más que su voz se apacigua o retumba,
Es siempre rica y profunda.
He ahí su calidez y su secreto.

Esa voz, que brota y se filtra
En mis fondos más tenebrosos,
Me llena como un verso numeroso
Y me regocija como una pócima de amor.

Ella atenúa los más crueles males
Y detiene todos los éxtasis;
Para decir las frases más largas,
No necesita palabras.

No, él no es el violín, instrumento
perfecto, que muerde mi corazón,
pero hace, más regiamente,
Sonar su cuerda más vibrante

Que tu voz, gato misterioso,
Seráfico gato, gato extraño,
En quien todo es, como en un ángel,
Tan sutil como armonioso.

II

De su piel rubia y morena
Brota un perfume tan dulce, que una tarde
Fui embalsamado por haberlo
Acariciado una vez, sólo una.

Es el espíritu familiar del lugar;
Juega, preside e inspira
Todas las cosas de su imperio;
¿Puede ser un hada, un dios?

Cuando mis ojos son atraídos,
como por una amante,
hacia ese gato que amo,
Se vuelven dócilmente
Y me veo a mí mismo.

Miro con sorpresa
El fuego de sus pálidas pupilas,
Marchita claridad, ópalos vivaces,
Que me contemplan fijamente.




Los gatos

Charles Baudaliere

Los fervientes amorosos y los austeros sabios
Aman igualmente, en su estación madura,
A los gatos fuertes y dulces, orgullo de la casa,
Que como ellos son friolentos y sedentarios.

Amigos de la ciencia y la voluptuosidad,
Buscan el silencio y el horror de las tinieblas;
El Erebo los habría tomado por sus corceles fúnebres,
Si pudieran doblegar al siervo su ferocidad.

Ellos sueñan y adoptan las nobles actitudes
De grandes esfinges alargadas en el fondo de las soledades,
y parecen dormir dentro de un sueño sin fin;

Sus reinos fecundos están llenos de chispas mágicas
Y de parcelas doradas, como una arena fina,
Que destellan vagamente en sus pupilas místicas.

LXVI, Las flores del mal, 1857









Jorge Luis Borges

No son más silenciosos los espejos
ni más furtiva el alba aventurera;
eres, bajo la luna, esa pantera
que nos es dado divisar de lejos.

Por obra indescifrable de un decreto
divino, te buscamos vanamente;
más remoto que el Ganges y el poniente,
tuya es la soledad, tuyo el secreto.

Tu lomo condesciende a la morosa
caricia de mi mano. Has admitido,
desde esa eternidad que ya es olvido,
el amor de la mano recelosa.
En otro tiempo estás. Eres el dueño
de un ámbito cerrado como un sueño.





Oda al gato

Pablo Neruda

Los animales fueron
imperfectos,
largos de cola, tristes
de cabeza.
Poco a poco se fueron
componiendo,
haciéndose paisaje,
adquiriendo lunares, gracia, vuelo.
El gato,
sólo el gato
apareció completo
y orgulloso:
nació completamente terminado,
camina solo y sabe lo que quiere.

El hombre quiere ser pescado y pájaro,
la serpiente quisiera tener alas,
el perro es un león desorientado,
el ingeniero quiere ser poeta,
la mosca estudia para golondrina,
el poeta trata de imitar la mosca,
pero el gato
quiere ser sólo gato
y todo gato es gato
desde bigote a cola,
desde presentimiento a rata viva,
desde la noche hasta sus ojos de oro.

No hay unidad
como él,
no tienen
la luna ni la flor
tal contextura:
es una sola cosa
como el sol o el topacio,
y la elástica línea en su contorno
firme y sutil es como
la línea de la proa de una nave.
Sus ojos amarillos
dejaron una sola
ranura
para echar las monedas de la noche.

Oh pequeño
emperador sin orbe,
conquistador sin patria,
mínimo tigre de salón, nupcial
sultán del cielo
de las tejas eróticas,
el viento del amor
en la intemperie
reclamas
cuando pasas
y posas cuatro pies delicados
en el suelo,
oliendo,
desconfiando
de todo lo terrestre,
porque todo es inmundo
para el inmaculado pie del gato.

Oh fiera independiente
de la casa, arrogante
vestigio de la noche,
perezoso, gimnástico
y ajeno,
profundísimo gato,
policía secreta
de las habitaciones,
insignia
de un
desaparecido terciopelo,
seguramente no hay
enigma
en tu manera,
tal vez no eres misterio,
todo el mundo te sabe y perteneces
al habitante menos misterioso,
tal vez todos lo creen,
todos se creen dueños,
propietarios, tíos
de gatos, compañeros,
colegas,
discípulos o amigos
de su gato.

Yo no.
Yo no suscribo.
Yo no conozco al gato.
Todo lo sé, la vida y su archipiélago,
el mar y la ciudad incalculable,
la botánica,
el gineceo con sus extravíos,
el por y el menos de la matemática,
los embudos volcánicos del mundo,
la cáscara irreal del cocodrilo,
la bondad ignorada del bombero,
el atavismo azul del sacerdote,
pero no puedo descifrar un gato.
Mi razón resbaló en su indiferencia,
sus ojos tienen número de oro.







Mis gatos

Charles Bukowsky

lo sé, lo sé./son limitados, tienen diferentes/necesidades y/preocupaciones.// pero los observo y aprendo./me gusta lo poco que saben,/y es tanto.// se quejan pero nunca/se preocupan,/andan con sorprendente dignidad./duermen con una sencillez directa que/los humanos no pueden/entender.// sus ojos son más/bonitos que los nuestros/y pueden dormir 20horas/al día/sin/dudas ni/remordimientos.// cuando me siento/mal/me basta con/mirar a mis gatos/y mi/valor/regresa.// estudio a estas/criaturas.// son mis/maestros.




II. Textos Cuentos

El gato

Juan Carlos Onetti
           
Muchas cosas desagradables se pueden decir o imaginar de John. Pero nunca le sospeché una mentira; tenía demasiado desprecio por la gente para inventarse cualquier fábula que le fuera favorable.
De modo que cuando me contó alegre y bebiendo dry martinis la historia –para mí, sobretodo– de uno de sus casamientos fallidos, no tuve duda. Era, o fue, como mirar y oír una película sin posibilidad de recomienzo ni temor sobre su capacidad de ser creída. Tampoco quedaba agujero para una sonrisa.

Yo llegaba, una semana antes, de París y quería actualizar, confirmar y desechar los rumores que me habían llegado sobre amigos, más o menos comunes, durante mi ausencia.

John era un inglés conversador y sabía burlarse de todo con despego, a veces lástima, nunca maldad. Bebimos y hubo un largo silencio: John parecía meditar indeciso con el ceño fruncido. Dejó su vaso sobre la mesa y me dijo, conservando su actitud de piernas cruzadas y de resuelto perfil:

–Era francesa y tú la conoces. Tal vez lo sepas porque estábamos prácticamente casados. Sólo nos faltaba el sacerdote, el juez y la llegada de unos muebles viejos y caros de los que no quería desprenderse. Bisabuelos y abuelos y padres, casi toda la historia de Francia. A mí sólo me importaba ella, Marie. Ya puedes buscar entre todas las Maries que recuerdes. Estaba loco y a veces pensé que era una locura sexual. Verla, bastaba; oler un pañuelo olvidado, bastaba; entrar al baño después de que ya había salido. Nos veíamos todas las semanas, aquí o en París. Dos o tres días seguidos. Íbamos y volvíamos. Y mi deseo aumentaba cada vez y yo me entregaba a él, escarbaba en él; quería más y más. Y cada más era como un escalón que me impulsaba a pisar otro. Siempre en descenso porque yo sabía que estaba perdiendo salud y cerebro.

Sin dejar de ofrecerme un hombro, hizo una seña a Jeeves y vinieron dos vasos: dry martini para él y un gin tonic para mí. Encendió la pipa (él sabía que fumar apresuraría mi muerte) y estuvo un rato pensando, casi sonriendo con labios que no endulzaba la alegría. Como ocurre siempre en esta clase de cuentos me mantuve en silencio, esperando; fui recompensado, Johny dijo sin mirarme:

–Al gato lo bauticé Edgar. Y no porque fuera un gato negro con símbolos de horror, blancos, en su pecho.

–Una noche en que Marie, como estaba planeado, llegó al aeropuerto. La recibí, tomamos cócteles con la alegría de siempre, brindamos por la felicidad matrimonial. Esto no hace reír, pero es cómico. Fuimos a cenar y luego a mi departamento. No te dije, porque no lo sé y tal vez no me importe, que la portera y semipatrona estaba encaprichada conmigo o, simplemente, me odiaba sin pausa. Algo de eso.

Entramos y encendí la luz. Ella no había estado nunca allí. Miró alrededor con una sonrisa que era de aprobación antes de haber nacido. Y vio, vimos, en medio de la gran cama, con su colcha blanca de señorita, un gato negro, grande, gordo. Un gato que yo veía por primera vez y que parecía acostumbrado a ronronear allí. Con las patas dobladas bajo el pecho nos miró con ojos curiosos y volvió a cerrarlos. Hasta hoy no sé cómo pudo haber entrado. Sospecho, apenas. Me adelanté para acariciarle el lomo y la garganta y entonces ella explotó. Que echara el gato inmundo, que iba a llenar la cama de pulgas. A gritos y pateando el suelo. Yo encendí un cigarrillo y abrí la puerta. Le dije que me había hecho feliz encontrar por sorpresa que alguien nos daba la bienvenida. Ella me trató de estúpido y golpeó las manos hasta que el gato corrió hacia la puerta y la sombra del pasillo. Bueno, vamos a tomar otro vaso porque ya basta como prólogo. Lo que ocurrió es simple y para mí muy trabajoso de explicar. En aquel momento resolví que yo nunca podría casarme con aquella mujer; que era imposible vivir con ella, ser feliz con ella. No se lo dije entonces y el resto de la noche, hasta el cansancio de la madrugada, pasaron como lo presentíamos y lo deseábamos.

Bebió de un trago, encendió nuevamente la pipa y sonrió alegre y desafiante. Ahora se volvió para mirarme los ojos y dijo:

–Lo que explica para cualquier tipo inteligente porque desde entonces solo he tenido aventuras y me he propuesto que duren poco.



9


ORIENTACIÓN DE LOS GATOS.

Julio Cortázar

A JUAN SORIANO

Cuando Alana y Osiris me miran no puedo quejarme del menor disimulo, de la menor duplicidad. Me miran de frente, Alana su luz azul y Osiris su rayo verde. También entre ellos se miran así, Alana acariciando el negro lomo de Osiris que alza el hocico del plato de leche y maúlla satisfecho, mujer y gato conociéndose desde pianos que se me escapan, que mis caricias no alcanzan a rebasar. Hace tiempo que he renunciado a todo dominio sobre Osiris, somos buenos amigos desde una distancia infranqueable; pero Alana es mi mujer y la distancia entre nosotros es otra, algo que ella no parece sentir pero que se interpone en mi felicidad cuando Alana me mira, cuando me mira de frente igual que Osiris y me sonríe o me habla sin la menor reserva, dándose en cada gesto y cada cosa como se da en el amor, allí donde todo su cuerpo es como sus ojos, una entrega absoluta, una reciprocidad ininterrumpida.
Es extraño, aunque he renunciado a entrar de lleno en el mundo de Osiris, mi amor por Alana no acepta esa llaneza de cosa concluida, de pareja para siempre, de vida sin secretos. Detrás de esos ojos azules hay más, en el fondo de las palabras y los gemidos y los silencios alienta otro reino, respira otra Alana. Nunca se lo he dicho, la quiero demasiado para trizar esta superficie de felicidad por la que ya se han deslizado tantos días, tantos años. A mi manera me obstino en comprender, en descubrir; la observo pero sin espiarla; la sigo pero sin desconfiar; amo una maravillosa estatua mutilada; un texto no terminado, un fragmento de cielo inscrito en la ventana de la vida.
Hubo un tiempo en que la música me pareció el camino que me llevaría de verdad a Alana, mirándola escuchar nuestros discos de Bartok, de Duke Ellington, de Gal Costa, una transparencia paulatina me ahondaba en ella, la música la desnudaba de una manera diferente, la volvía cada vez más Alana porque Alana no podía ser solamente esa mujer que siempre me había mirado de lleno sin ocultarme nada. Contra Alana, más allá de Alana yo la buscaba para amarla mejor; y si al principio la música me dejó entrever otras Alanas, llegó el día en que f rente a un grabado de Rembrandt la vi cambiar todavía más, como si un juego de nubes en el ciclo alterara bruscamente las luces y las sombras de un paisaje. Sentí que la pintura la llevaba más allá de sí misma para ese único espectador que podía medir la instantánea metamorfosis nunca repetida, la entrevisión de Alana en Alana. Intercesores involuntarios, Keith Harrett, Beethoven y Anibal Troilo me habían ayudado a acercarme, pero frente a un cuadro o un grabado Alana se despojaba todavía más de eso que creía ser, por un momento entraba en un mundo imaginario para sin saberlo salir de si misma, yendo de una pintura a otra, comentándolas o callando, juego de cartas que cada nueva contemplación barajaba para aquel que sigiloso y atento, un poco atrás o llevándola del brazo, veía sucederse las reinas y los ases, los piques y los tréboles, Alana.
¿Qué se podía hacer con Osiris? Darle su leche, dejarlo en su ovillo negro satisfactorio y ronroneante; pero a Alana yo podía traerla a esta galería de cuadros como lo hice ayer, una vez más asistir a un teatro de espejo y de cámaras oscuras, de imágenes tensas en la tela frente a esa otra imagen de alegres jeans y blusa roja que después de aplastar el cigarrillo a la entrada iba de cuadro en cuadro, deteniéndose exactamente a la distancia que su mirada requería, volviéndose a mí de tanto en tanto para comentar o comparar. Jamás hubiera podido descubrir que yo no estaba ahí por los cuadros, que un poco atrás o de lado mi manera de mirar nada tenía que ver con la suya. Jamás se daría cuenta de que su lento y reflexivo paso de cuadro en cuadro la cambiaba hasta obligarme a cerrar los ojos y luchar para no apretarla en los brazos y llevármela al delirio, a una locura de carrera en plena calle. Desenvuelta, liviana en su naturalidad de goce y descubrimiento, sus altos y sus demoras se inscribían en un tiempo diferente del mío, ajeno a la crispada espera de mi sed.
Hasta entonces todo había sido un vago anuncio, Alana en la música, Alana frente a Rembrandt. Pero ahora mi esperanza empezaba a cumplirse casi insoportablemente, desde nuestra llegada Alana se había dado a las pinturas con una atroz inocencia de camaleón, pasando de un estado a otro sin saber que un espectador agazapado acechaba en su actitud, en la inclinación de su cabeza, en el movimiento de sus manos o sus labios el cromatismo interior que la recorría hasta mostrarla otra, allí donde la otra era siempre Alana sumándose a Alana, las cartas agolpándose hasta completar la baraja. A su lado, avanzando poco a poco a lo largo de los muros de la galería, la iba viendo darse a cada pintura, mis ojos multiplicaban un triángulo fulminante que se tendía de ella al cuadro y del cuadro a mí mismo para volver a ella y aprehender el cambio, la aureola diferente que la envolvía un momento para ceder después a un aura nueva, a una tonalidad que la exponía a la verdadera, a la última desnudez. Imposible prever hasta donde se repetiría esa ósmosis, cuántas nuevas Alanas me llevarían por fin a la síntesis de la que saldríamos los dos colmados, ella sin saberlo y encendiendo un nuevo cigarrillo antes de pedirme que la llevara a tomar un trago, yo sabiendo que mi larga búsqueda había llegado a puerto y que mi amor abarcaría desde ahora lo visible y lo invisible, aceptaría la limpia mirada de Alana sin incertidumbres de puertas cerradas, de pasajes vedados.
Frente a una barca solitaria y un primer piano de rocas negras, la vi quedarse inmóvil largo tiempo; un imperceptible ondular de las manos la hacia como nadar en el aire, buscar el mar abierto, una fuga de horizontes. Ya no podía extrañarme que esa otra pintura donde una reja de agudas puntas vedaba el acceso a los árboles linderos la hiciera retroceder como buscando un punto de mira, de golpe era la repulsa, el rechazo de un limite inaceptable. Pájaros, monstruos Marinos, ventanas dándose al silencio o dejando entrar un simulacro de la muerte, cada nueva pintura arrasaba a Alana despojándola de su color anterior, arrancando de ella las modulaciones de la libertad, del vuelo, de los grandes espacios, afirmando su negativa frente a la noche y a la nada, su ansiedad solar, su casi terrible impulso de ave fénix. Me quedé atrás sabiendo que no me sería posible soportar su mirada, su sorpresa interrogativa cuando viera en mi cara el deslumbramiento de la confirmación, porque eso era también yo, eso era mi proyecto Alana, mi vida Alana, eso había sido deseado por mí y refrenado por un presente de ciudad y parsimonia, eso ahora al fin Alana, al fin Alana y yo desde ahora, desde ya mismo. Hubiera querido tenerla desnuda en los brazos, amarla de tal manera que todo quedara claro, todo quedara dicho para siempre entre nosotros, y que de esa interminable noche de amor, nosotros que ya conocíamos tantas, naciera la primera alborada de la vida.
Llegábamos al final de la galería, me acerqué a la puerta de salida ocultando todavía la cara, esperando que el aire y las luces de la calle me volvieran a lo que Alana conocía de mi. La vi detenerse ante un cuadro que otros visitantes me habían ocultado, quedarse largamente inmóvil mirando la pintura de una ventana y un gato. Una última transformación hizo de ella una lenta estatua nítidamente separada de los demás, de mí que me acercaba indeciso buscándole los ojos perdidos en la tela. Vi que el gato era idéntico a Osiris y que miraba a lo lejos algo que el muro de la ventana no nos dejaba ver. Inmóvil en su contemplación, parecía menos inmóvil que la inmovilidad de Alana. De alguna manera sentí que el triángulo se había roto, cuando Alana volvió hacia mí la cabeza el triángulo ya no existía, ella había ido al cuadro pero no estaba de vuelta, seguía del lado del gato mirando más allá de la ventana donde nadie podía ver lo que ellos veían, lo que solamente Alana y Osiris veían cada vez que me miraban de frente.


El gato que caminaba solo

Rudyard Kipling

Sucedieron estos hechos que voy a contarte, oh, querido mío, cuando los animales domésticos eran salvajes. El Perro era salvaje, como lo eran también el Caballo, la Vaca, la Oveja y el Cerdo, tan salvajes como pueda imaginarse, y vagaban por la húmeda y salvaje espesura en compañía de sus salvajes parientes; pero el más salvaje de todos los animales salvajes era el Gato. El Gato caminaba solo y no le importaba estar aquí o allá.
También el Hombre era salvaje, claro está. Era terriblemente salvaje. No comenzó a domesticarse hasta que conoció a la Mujer y ella repudió su montaraz modo de vida. La Mujer escogió para dormir una bonita cueva sin humedades en lugar de un montón de hojas mojadas, y esparció arena limpia sobre el suelo, encendió un buen fuego de leña al fondo de la cueva y colgó una piel de Caballo Salvaje, con la cola hacia abajo, sobre la entrada; después dijo:

- Límpiate los pies antes de entrar; de ahora en adelante tendremos un hogar.

Esa noche, querido mío, comieron Cordero Salvaje asado sobre piedras calientes y sazonado con ajo y pimienta silvestres, y Pato Salvaje relleno de arroz silvestre, y alholva y cilantro silvestres, y tuétano de Buey Salvaje, y cerezas y granadillas silvestres. Luego, cuando el Hombre se durmió más feliz que un niño delante de la hoguera, la Mujer se sentó a cardar lana. Cogió un hueso del hombro de cordero, la gran paletilla plana, contempló los portentosos signos que había en él, arrojó más leña al fuego e hizo un conjuro, el primer Conjuro Cantado del mundo.

En la húmeda y salvaje espesura, los animales salvajes se congregaron en un lugar desde donde se alcanzaba a divisar desde muy lejos la luz del fuego y se preguntaron qué podría significar aquello.
Entonces Caballo Salvaje golpeó el suelo con la pezuña y dijo:
- Oh, amigos y enemigos míos, ¿por qué han hecho esa luz tan grande el Hombre y la Mujer en esa enorme cueva? ¿cómo nos perjudicará a nosotros?

Perro Salvaje alzó el morro, olfateó el aroma del asado de cordero y dijo:

- Voy a ir allí, observaré todo y me enteraré de lo que sucede, y me quedaré, porque creo que es algo bueno. Acompáñame, Gato.
- ¡ Ni hablar! - replicó el Gato - . Soy el Gato que camina solo y a quien no le importa estar aquí o allá. No pienso acompañarte.
- Entonces nunca volveremos a ser amigos - apostilló Perro Salvaje, y marchóse trotando hacia la cueva.

Pero cuando el Perro se hubo alejado un corto trecho, el Gato se dijo a si mismo:

- Si no me importa estar aquí o allá, ¿por qué no he de ir allí para observarlo todo y enterarme de lo que sucede y después marcharme?

De manera que siguió al Perro con mucho, muchísimo sigilo, y se escondió en un lugar desde donde podría oír todo lo que se dijera.
Cuando Perro Salvaje llegó a la boca de la cueva, levantó ligeramente la piel de Caballo con el morro y husmeó el maravilloso olor del cordero asado. La Mujer lo oyó, se rió y dijo:
- Aquí llega la primera criatura salvaje de la salvaje espesura. ¿Qué deseas?
- Oh, enemiga mía y esposa de mi enemigo, ¿qué es eso que tan buen aroma desprende en la salvaje espesura? - preguntó Perro Salvaje.

Entonces la Mujer cogió un hueso de cordero asado y se lo arrojó a Perro Salvaje diciendo:
- Criatura salvaje de la salvaje espesura, si ayudas a mi Hombre a cazar de día y a vigilar esta cueva de noche, te daré tantos huesos asados como quieras.
- ¡Ah! - exclamó el Gato al oírla - , esta Mujer es muy sabia, pero no tan sabia como yo.

Perro Salvaje entró a rastras en la cueva, recostó la cabeza en el regazo de la Mujer y dijo:
- Oh, amiga mía y esposa de mi amigo, ayudaré a tu Hombre a cazar durante el día y de noche vigilaré vuestra cueva.
- ¡Ah! - repitió el Gato, que seguía escuchando - , este Perro es un verdadero estúpido.

Y se alejó por la salvaje y húmeda espesura meneando la cola y andando sin otra compañía que su salvaje soledad. Pero no le contó nada a nadie.
Al despertar por la mañana, el Hombre exclamo:

- ¿Qué hace aquí Perro Salvaje?
- Ya no se llama Perro Salvaje - le corrigió la Mujer - , sino Primer Amigo, porque va a ser nuestro amigo por los siglos de los siglos. Llévalo contigo cuando salgas de caza.

La noche siguiente la Mujer cortó grandes brazadas de hierba fresca de los prados y las secó junto al fuego, de manera que olieran como heno recién segado; luego tomó asiento a la entrada de la cueva y trenzó una soga con una piel de caballo; después se quedó mirando el hueso de hombro de cordero, la enorme paletilla, e hizo un conjuro, el segundo Conjuro Cantado del mundo.
En la salvaje espesura, los animales salvajes se preguntaban qué le habría ocurrido a Perro Salvaje. Finalmente, Caballo Salvaje golpeó el suelo con la pezuña y dijo:

- Iré a ver por qué Perro Salvaje no ha regresado. Gato, acompáñame.
- ¡ Ni hablar! - respondió el Gato - . Soy el Gato que camina solo y a quien no le importa estar aquí o allá. No pienso acompañarte.

Sin embargo, siguió a Caballo Salvaje con mucho, muchísimo sigilo, y se escondió en un lugar desde donde podría oír todo lo que se dijera.
Cuando la Mujer oyó a Caballo Salvaje dando traspiés y tropezando con sus largas crines, se rió y dijo:

- Aquí llega la segunda criatura salvaje de la salvaje espesura. ¿Qué deseas?
- Oh, enemiga mía y esposa de mi enemigo - respondió Caballo Salvaje - , ¿dónde está Perro Salvaje?

La Mujer se rió, cogió la paletilla de cordero, la observó y dijo:
- Criatura salvaje de la salvaje espesura, no has venido buscando a Perro Salvaje, sino porque te ha atraído esta hierba tan rica.

Y dando traspiés y tropezando con sus largas crines, Caballo Salvaje dijo:

- Es cierto, dame de comer de esa hierba.
- Criatura salvaje de la salvaje espesura - repuso la Mujer - , inclina tu salvaje cabeza, ponte esto que te voy a dar y podrás comer esta maravillosa hierba tres veces al día.
- ¡Ah! - exclamó el Gato al oírla - , esta Mujer es muy lista, pero no tan lista como yo.

Caballo Salvaje inclinó su salvaje cabeza y la Mujer le colocó la trenzada soga de piel en torno al cuello. Caballo Salvaje relinchó a los pies de la Mujer y dijo:
- Oh, dueña mía y esposa de mi dueño, seré tu servidor a cambio de esa hierba maravillosa.
- ¡Ah! - repitió el Gato, que seguía escuchando - , ese Caballo es un verdadero estúpido.

Y se alejó por la salvaje y húmeda espesura meneando la cola y andando sin otra compañía que su salvaje soledad.
Cuando el Hombre y el Perro regresaron después de la caza, el Hombre preguntó:

- ¿Qué está haciendo aquí Caballo Salvaje?
- Ya no se llama Caballo Salvaje - replicó la Mujer - , sino Primer Servidor, porque nos llevará a su grupa de un lado a otro por los siglos de los siglos. Llévalo contigo cuando vayas de caza.

Al día siguiente, manteniendo su salvaje cabeza enhiesta para que sus salvajes cuernos no se engancharan en los árboles silvestres, Vaca Salvaje se aproximó a la cueva, y el Gato la siguió y se escondió como lo había hecho en las ocasiones anteriores; y todo sucedió de la misma forma que las otras veces; y el Gato repitió las mismas cosas que había dicho antes, y cuando Vaca Salvaje prometió darle su leche a la Mujer día tras día a cambio de aquella hierba maravillosa, el Gato se alejó por la salvaje y húmeda espesura, caminando solo como era su costumbre.
Y cuando el Hombre, el Caballo y el Perro regresaron a casa después de cazar y el Hombre formuló las mismas preguntas que en las ocasiones anteriores, la Mujer dijo:
- Ya no se llama Vaca Salvaje, sino Donante de Cosas Buenas. Nos dará su leche blanca y tibia por los siglos de los siglos, y yo cuidaré de ella mientras vosotros tres salís de caza.

Al día siguiente, el Gato aguardó para ver si alguna otra criatura salvaje se dirigía a la cueva, pero como nadie se movió, el Gato fue allí solo, y vio a la Mujer ordeñando a la Vaca, y vio la luz del fuego en la cueva, y olió el aroma de la leche blanca y tibia.

- Oh, enemiga mía y esposa de mi enemigo - dijo el Gato - , ¿a dónde ha ido Vaca Salvaje?

La Mujer rió y respondió:
- Criatura salvaje de la salvaje espesura, regresa a los bosques de donde has venido, porque ya he trenzado mi cabello y he guardado la paletilla, y no nos hacen falta más amigos ni servidores en nuestra cueva.
- No soy un amigo ni un servidor - replicó el Gato - . Soy el Gato que camina solo y quiero entrar en vuestra cueva.
- ¿Por qué no viniste con Primer Amigo la primera noche? - preguntó la Mujer.
- ¿Ha estado contando chismes sobre mí Perro Salvaje? - inquirió el Gato, enfadado.

Entonces la Mujer se rió y respondió:
- Eres el Gato que camina solo y a quien no le importa estar aquí o allá. No eres un amigo ni un servidor. Tú mismo lo has dicho. Márchate y camina solo por cualquier lugar.

Fingiendo estar compungido, el Gato dijo:

- ¿Nunca podré entrar en la cueva? ¿Nunca podré sentarme junto a la cálida lumbre? ¿Nunca podré beber la leche blanca y tibia? Eres muy sabia y muy hermosa. No deberías tratar con crueldad ni siquiera a un gato.
- Que era sabia no me era desconocido, mas hasta ahora no sabía que fuera hermosa. Por eso voy a hacer un trato contigo. Si alguna vez te digo una sola palabra de alabanza, podrás entrar en la cueva.
- ¿Y si me dices dos palabras de alabanza? - preguntó el Gato.
- Nunca las diré - repuso la Mujer - , mas si te dijera dos palabras de alabanza, podrías sentarte en la cueva junto al fuego.
- ¿Y si me dijeras tres palabras? - insistió el Gato.
- Nunca las diré - replicó la Mujer - , pero si llegara a decirlas, podrías beber leche blanca y tibia tres veces al día por los siglos de los siglos.

Entonces el Gato arqueó el lomo y dijo:

- Que la cortina de la entrada de la cueva y el fuego del rincón del fondo y los cántaros de leche que hay junto al fuego recuerden lo que ha dicho mi enemiga y esposa de mi enemigo - y se alejó a través de la salvaje y húmeda espesura meneando su salvaje rabo y andando sin más compañía que su propia y salvaje soledad

Por la noche, cuando el Hombre, el Caballo y el Perro volvieron a casa después de la caza, la Mujer no les contó el trato que había hecho, pensando que tal vez no les parecería bien.

El Gato se fue lejos, muy lejos, y se escondió en la salvaje v húmeda espesura sin más compañía que su salvaje soledad durante largo tiempo, hasta que la Mujer se olvidó de él por completo. Sólo el Murciélago, el pequeño Murciélago Cabezabajo que colgaba del techo de la cueva sabía dónde se había escondido el Gato y todas las noches volaba hasta allí para transmitirle las últimas novedades.

Una noche el Murciélago dijo:
- Hay un Bebé en la cueva. Es una criatura recién nacida, rosada, rolliza y pequeña, y a la Mujer le gusta mucho.
- Ah - dijo el Gato, sin perderse una palabra - , pero ¿qué le gusta al Bebé?
- Al Bebé le gustan las cosas suaves que hacen cosquillas - respondió el Murciélago - . Le gustan las cosas cálidas a las que puede abrazarse para dormir Le gusta que jueguen con él. Le gustan todas esas cosas.
- Ah - concluyó el Gato - , entonces ha llegado mi hora.

La noche siguiente, el Gato atravesó la salvaje y húmeda espesura y se ocultó muy cerca de la cueva a la espera de que amaneciera. Al alba, la mujer se afanaba en cocinar y el Bebé no cesaba de llorar ni de interrumpirla; así que lo sacó fuera de la cueva y le dio un puñado de piedrecitas para que jugara con ellas. Pero el Bebé continuó llorando.
Entonces el Gato extendió su almohadillada pata y le dio unas palmaditas en la mejilla, y el Bebé hizo gorgoritos; luego el Gato se frotó contra sus rechonchas rodillas y le hizo cosquillas con el rabo bajo la regordeta barbilla. Y el Bebé rió; al oírlo, la Mujer sonrío.
Entonces el Murciélago, el pequeño Murciélago Cabezabajo que estaba colgado a la entrada de la cueva dijo:

- Oh, anfitriona mía, esposa de mi anfitrión y madre de mi anfitrión, una criatura salvaje de la salvaje espesura está jugando con tu Bebé y lo tiene encantado.
- Loada sea esa criatura salvaje, quienquiera que sea - dijo la Mujer enderezando la espalda - , porque esta mañana he estado muy ocupada y me ha prestado un buen servicio.

En ese mismísimo instante, querido mío, la piel de caballo que estaba colgada con la cola hacia abajo a la entrada de la cueva cayó al suelo... ¡Cómo así!... porque la cortina recordaba el trato, y cuando la Mujer fue a recogerla... ¡hete aquí que el Gato estaba confortablemente sentado dentro de la cueva!

- Oh, enemiga mía, esposa de mi enemigo y madre de mi enemigo - dijo el Gato - , soy yo, porque has dicho una palabra elogiándome y ahora puedo quedarme en la cueva por los siglos de los siglos. Mas sigo siendo el Gato que camina solo y a quien no le importa estar aquí o allá.

Muy enfadada, la Mujer apretó los labios, cogió su rueca y comenzó a hilar.
Pero el Bebé rompió a llorar en cuanto el Gato se marchó; la Mujer no logró apaciguarlo y él no cesó de revolverse ni de patalear hasta que se le amorató el semblante.

- Oh, enemiga mía, esposa de mi enemigo y madre de mi enemigo - dijo el Gato - , coge una hebra del hilo que estás hilando y átala al huso, luego arrastra éste por el suelo y te enseñaré un truco que hará que tu Bebé ría tan fuerte como ahora está llorando.
- Voy a hacer lo que me aconsejas - comentó la Mujer - , porque estoy a punto de volverme loca, pero no pienso darte las gracias.

Ató la hebra al pequeño y panzudo huso y empezó a arrastrarlo por el suelo. El Gato se lanzó en su persecución, lo empujó con las patas, dio una voltereta y lo tiró hacia atrás por encima de su hombro; luego lo arrinconó entre sus patas traseras, fingió que se le escapaba y volvió a abalanzarse sobre él. Viéndole hacer estas cosas, el Bebé terminó por reír tan fuerte como antes llorara, gateó en pos de su amigo y estuvo retozando por toda la cueva hasta que, ya fatigado, se acomodó para descabezar un sueño con el Gato en brazos.

- Ahora - dijo el Gato - le voy a cantar A Bebé una canción que le mantendrá dormido durante una hora.

Y comenzó a ronronear subiendo y bajando el tono hasta que el Bebé se quedó profundamente dormido. contemplándolos, la Mujer sonrió y dijo:
- Has hecho una labor estupenda. No cabe duda de que eres muy listo, oh, Gato.

En ese preciso instante, querido mío, el humo de la fogata que estaba encendida al fondo de la cueva descendió desde el techo cubriéndolo todo de negros nubarrones, porque el humo recordaba el trato, y cuando se disipó, hete aquí que el Gato estaba cómodamente sentado junto al fuego.

- Oh, enemiga mía, esposa de mi enemigo y madre de mi enemigo - dijo el Gato - , aquí me tienes, porque me has elogiado por segunda vez y ahora podré sentarme junto al cálido fuego del fondo de la cueva por los siglos de los siglos. Pero sigo siendo el Gato que camina solo y a quien no le importa estar aquí o allá.

Entonces la Mujer se enfadó mucho, muchísimo, se soltó el pelo, echó más leña al fuego, sacó la ancha paletilla de cordero y comenzó a hacer un conjuro que le impediría elogiar al Gato por tercera vez. No fue un Conjuro Cantado, querido mío, sino un Conjuro Silencioso; y, poco a poco, en la cueva se hizo un silencio tan profundo que un Ratoncito diminuto salió sigilosamente de un rincón y echó a correr por el suelo.

- Oh, enemiga mía, esposa de mi enemigo y madre de mi enemigo - dijo el Gato - , ¿forma parte de tu conjuro ese Ratoncito?
- No - repuso la Mujer, y, tirando la paletilla al suelo, se encaramó a un escabel que había frente al fuego y se apresuró a recoger su melena en una trenza por miedo a que el Ratoncito trepara por ella.
- ¡Ah! - exclamó el Gato, muy atento - , entonces ¿el Ratón no me sentará mal si me lo zampo?
- No - contestó la Mujer, trenzándose el pelo - ; zámpatelo ahora mismo y te quedaré eternamente agradecida.

El Gato dio un salto y cayó sobre el Ratón.

- Un millón de gracias, oh, Gato - dijo la Mujer - . Ni siquiera Primer Amigo es lo bastante rápido para atrapar Ratoncitos como tú lo has hecho. Debes de ser muy inteligente.

En ese preciso instante, querido mío, el cántaro de leche que estaba junto al fuego se partió en dos pedazos... ¿Cómo así?... porque recordaba el trato, y cuando la Mujer bajó del escabel... ¡hete aquí que el Gato estaba bebiendo a lametazos la leche blanca y tibia que quedaba en uno de los pedazos rotos!

- Oh, enemiga mía, esposa de mi enemigo y madre de mi enemigo - dijo el Gato - , aquí me tienes, porque me has elogiado por tercera vez y ahora podré beber leche blanca y tibia tres veces al día por los siglos de los siglos. Pero sigo siendo el Gato que camina solo y a quien no le importa estar aquí o allá.

Entonces la Mujer rompió a reír, puso delante del Gato un cuenco de leche blanca y tibia y comentó:

- Oh, Gato, eres tan inteligente como un Hombre, pero recuerda que ni el Hombre ni el Perro han participado en el trato y no sé qué harán cuando regresen a casa.
- ¿Y a mi qué más me da? - exclamó el Gato - . Mientras tenga un lugar reservado junto al fuego y leche para beber tres veces al día me da igual lo que puedan hacer el Hombre o el Perro.

Aquella noche, cuando el Hombre y el Perro entraron en la cueva, la Mujer les contó de cabo a rabo la historia del acuerdo, y el Hombre dijo:

- Está bien, pero el Gato no ha llegado a ningún acuerdo conmigo ni con los Hombres cabales que me sucederán.

Se quitó las dos botas de cuero, cogió su pequeña hacha de piedra (y ya suman tres) y fue a buscar un trozo de madera y su cuchillo de hueso (y ya suman cinco), y colocando en fila todos los objetos, prosiguió:

- Ahora vamos a hacer un trato. Si cuando estás en la cueva no atrapas Ratones por los siglos de los siglos, arrojaré contra ti estos cinco objetos siempre que te vea y todos los Hombres cabales que me sucedan harán lo mismo.
- Ah - dijo la Mujer, muy atenta - . Este Gato es muy - listo, pero no tan listo como mi Hombre.

El Gato contó los cinco objetos (todos parecían muy contundentes) y dijo:

- Atraparé Ratones cuando esté en la cueva por los siglos de los siglos, pero sigo siendo el Gato que camina solo y a quien no le importa estar aquí o allá.
- No será así mientras yo esté cerca - concluyó el Hombre - . Si no hubieras dicho eso, habría guardado estas cosas (por los siglos de los siglos), pero ahora voy arrojar contra ti mis dos botas y mi pequeña hacha de piedra (y ya suman tres) siempre que tropiece contigo, y lo mismo harán todos los Hombres cabales que me sucedan.
- Espera un momento - terció el Perro - , yo todavía no he llegado a un acuerdo con él - sentóse en el suelo, lanzando terribles gruñidos y enseñando los dientes, y prosiguió - : Si no te portas bien con el Bebé por los siglos de los siglos mientras yo esté en la cueva, te perseguiré hasta atraparte, y cuando te coja te morderé, y lo mismo harán todos los Perros cabales que me sucedan.
- ¡Ah! - exclamó la Mujer; que estaba escuchando - . Este Gato es muy listo, pero no es tan listo como el Perro.

El Gato contó los dientes del Perro (todos parecían muy afilados) y dijo:
- Me portaré bien con el Bebé mientras esté en la cueva por los siglos de los siglos, siempre que no me tire del rabo con demasiada fuerza. Pero sigo siendo el Gato que camina solo y a quien no le importa estar aquí o allá.
- No será así mientras yo esté cerca - dijo el Perro - . Si no hubieras dicho eso, habría cerrado la boca por los siglos de los siglos, pero ahora pienso perseguirte y hacerte trepar a los árboles siempre que te vea, y lo mismo harán los Perros cabales que me sucedan.

A continuación, el Hombre arrojó contra el Gato sus dos botas y su pequeña hacha de piedra (que suman tres), y el Gato salió corriendo de la cueva perseguido por el Perro, que lo obligó a trepar a un árbol; y desde entonces, querido mío, tres de cada cinco Hombres cabales siempre han arrojado objetos contra el Gato cuando se topaban con él y todos los Perros cabales lo han perseguido, obligándolo a trepar a los árboles. Pero el Gato también ha cumplido su parte del trato. Ha matado Ratones y se ha portado bien con los Bebés mientras estaba en casa, siempre que no le tirasen del rabo con demasiada fuerza. Pero una vez cumplidas sus obligaciones y en sus ratos libres, es el Gato que camina solo y a quien no le importa estar aquí o allá, y si miras por la ventana de noche, lo verás meneando su salvaje rabo y andando sin más compañía que su salvaje soledad... como siempre lo ha hecho




Spencer Holst (1926-2001) Se le conoció como el "Kafka de los barrios bajos de Nueva York". Leía sus historias en templos religiosos y en cafés literarios. Creador de fábulas contemporáneas que narra con una inocencia que paraliza los sentidos. Ganó el Premio Rosenthal, de la American Academy and Institute of Arts and Letters.


El idioma de los gatos

Spencer Holst
1

Hubo una vez un caballero.
Era un científico. Después de su nombre, venían letras.
Hablaba cien idiomas, del iroqués al esperanto.
Era autor de varios folletos sobre matemática astral.
Tenía treinta y cinco años, era autoritario y hablaba en voz baja.
Su hobby era jugar al ajedrez en un tablero tridimensional.
Su trabajo era el más dramático entre los eruditos, y el más frenético. Las fuerzas armadas lo contrataban para descifrar claves, y durante la guerra había hecho un trabajo brillante, pasando días enteros sin dormir. Los generales se habían asombrado ante él porque varias veces -decían- había salvado, literalmente, la guerra, al descifrar las claves maestras del enemigo. Y, en verdad, eso significaba que había salvado al mundo.
Pero en toda su vida no pudo acordarse de poner los cigarrillos en los ceniceros, así que todo el mobiliario estaba marcado con pequeñas quemaduras pardas.
Su mujer era rubia y menuda y delgada, y era un ama de casa muy prolija.
Él la arrastraba a la desesperación.
Él estaba siempre haciendo desastres en toda la casa, comiendo en el living, dejando sus medias tiradas por el piso, sus zapatos en el alféizar de la ventana; y, de vez en cuando, un pucho tirado sin apagar en el cesto de papeles provocaba llamaradas; pero, afortunadamente, la casa estaba todavía en pie.
Lo que hizo de su mujer una rezongona.
Ella le gritaba diez veces al día, hasta que él ya no lo pudo soportar; no podía ni quería discutir con ella semejantes tonterías; su mente estaba llena de fórmulas y cifras y extrañas palabras de idiomas antiguos, y, además, era un caballero.
Un día, él la dejó. Hizo sus valijas y se fue a una casa de campo, ahí cerca, en West Virginia, con un gato siamés.

2

El gato lo hipnotizaba.
Era un hermoso siamés de cola azul que hablaba mucho; es decir, maullaba, maullaba, maullaba, maullaba todo el tiempo.
El sabio se sentaba en su cama y se quedaba mirándolo durante horas, mientras el gato jugaba con pelotas de celofán y saltaba de la cama a la cómoda, después al lavatorio, al piso y luego de vuelta, una y otra vez, a la cama.
De vez en cuando le daba un arañazo al aire.
De pronto se detenía y se dormía.
El sabio se sentaba y miraba esa pelota de piel gris pálido que respiraba tranquilamente, y sus pensamientos divagaban por las insatisfacciones de su vida.
Voltaire había dicho una vez que despreciaba todas las profesiones que debían su existencia sólo al resentimiento de los hombres. Y la suya era por cierto una de ellas.
Él había perdido todo interés en sus amigos, y en las mujeres. Encontraba vacía y vulgar a la mayoría de la gente.
Algunas noches hacía la ronda de los bares, como buscando a alguien, sin tan siquiera el éxito ocasional de emborracharse alguna vez. Los libros lo hacían dormir.
Y finalmente el gato se convirtió en el centro de su vida, su única compañía.
Una noche, mientras estaba sentado mirándolo, creció en él un peculiar deseo.
Quiso comunicarse con él.
Decidió hacer algunos experimentos.
De modo que tapizó las paredes de su garaje con mil jaulitas y en cada una de ellas puso un gato. La mayoría de los gatos los compró, a otros los recogió directamente de la calle, y algunos hasta los robó a amigos casuales, tan imbuido estaba este hombre de ciencia de su proyecto.
En un magnetófono empezó a recopilar todos los sonidos gatunos.
Grabó sus aullidos de hambre, distinguiendo entre los que querían atún y los que querían salmón. Algunos querían pulmón, hígado o pájaros. Y todos estos sonidos los archivó sistemáticamente en su creciente cintoteca.
Cuidadosamente, comparó el grito cuando era amputada una pata delantera derecha, con el grito lanzado cuando se cortaba una pata delantera izquierda.
Registró todos los sonidos que los gatos hacían al aparearse, pelear, morir y parir.
Entonces abandonó su trabajo gubernamental y comenzó a estudiar ansiosamente los miles de gritos y ronroneos que había grabado y, después de un tiempo, los sonidos empezaron a adquirir significado.
Después empezó a practicar, imitando sus registros hasta que dominó el vocabulario básico del idioma.
Hacia el final, ensayó ronronear.
Nunca había experimentado con su propio gato. Quería sorprenderlo.
Una noche entró en su departamento, colgó su saco en el placard, como siempre, se volvió hacia su gato y le dijo: "¡MIAU!".

3

Así era como los gatos decían, al encontrarse, "Buenas noches".
Pero el gato no se mostró sorprendido.
Contestó: "Mrrrrouarroau", que quiere decir: "Ya era hora".
El gato le hizo entender que lo ayudaría en las más complejas sutilezas del idioma, que estaba bien al tanto de lodos sus experimentos, y que si el hombre no prestaba atención a sus lecciones, sería mraur... ¡perdón!
Al deslizarse las semanas, el hombre descubrió, para su continuo asombro, la fantástica inteligencia de su gato siamés.
Poco a poco, aprendió la historia de los gatos.
Miles de años atrás, los gatos tenían una tremenda civilización; tenían un gobierno mundial que funcionaba perfectamente; tenían naves espaciales y habían investigado el universo; tenían grandes plantas energéticas que utilizaban una energía que no era atómica; no necesitaban ni radios ni televisión, porque usaban una especie de telepatía y algunos otros portentos.
Pero una cosa que los gatos descubrieron fue que la importancia de cualquier experiencia dependía de la intensidad con la cual era vivida.
Se dieron cuenta de que su civilización se había vuelto demasiado compleja, de modo que decidieron simplificar sus vidas.
Por supuesto, no pretendieron tan sólo "volver a la naturaleza" -eso habría sido demasiado-, así que crearon una raza de robots para que los cuidaran.
Estos robots eran un progreso, mecánicamente estaban por encima de cualquier cosa producida por la naturaleza.
Un par de sus más grandes inventos fueron el "pulgar oponible" y la "postura erguida".
No quisieron molestarse en arreglar los robots cuando se rompían, de modo que les dieron una inteligencia elemental y la facultad de reproducirse.
Por supuesto, nosotros somos los robots a los que el gato se refería.
Y ahora el científico entendió por qué los gatos habían parecido siempre tan desdeñosos de sus amos.
El gato le explicó que ellos no temían a la muerte; en verdad, vivían vidas constantemente apasionadas y heroicas, y cuando estaban bien preparados, cuando les llegaba la hora, daban la bienvenida a la muerte.
Pero no querían una muerte atómica.
Y los robots habían desarrollado una mezquina e irracional actitud hacia los ratones.
"Se nos ocurrió que bastaría barrer con la raza, pero entonces tendríamos que volver a tomarnos el trabajo de crear una nueva", dijo el gato (a su manera, por supuesto), "de modo que decidimos intentar algo que, francamente, muchos gatos pensaron que sería imposible: ¡enseñarle a un robot cómo hablar el idioma de los gatos, para que pudiera transmitir nuestras órdenes al mundo!"
"Te elegimos a ti", dijo el gato condescendientemente, acaso como le hablarían nuestros científicos a un mono al que hubieran enseñado a hablar, "porque de todos los robots nos pareciste el más promisorio y receptivo, y la mayor autoridad en tu pequeño terreno".
El gato le dio al hombre una lista de reglas, que él copió en un pedazo de papel.
Las reglas eran:
NO PATEES A LOS GATOS.
NADA DE GUERRAS ATÓMICAS.
NADA DE TRAMPAS PARA RATONES.
MATA A LOS PERROS.

"Si el mundo no obedece estas reglas, simplemente eliminaremos la raza", dijo el gato, y después cerró sus ojos y bostezó y se estiró e inmediatamente se quedó dormido.
"¡Espera un momento! ¡Despiértate! ¡Por favor!", rogó el hombre, tocando tímidamente al gato en la frente.
"¡Déjame dormir!", gruñó el gato. "Tienes un trabajo que hacer. ¡Hazlo!"
"Pero yo no puedo llevarle estas reglas a la gente y decirle que un gato me las dio. ¡Nadie me creería!
El gato frunció el ceño y dijo: "¿Y si te diéramos una pequeña demostración de nuestro poder? Entonces la gente comprendería que esto no es una broma. En una semana a partir de hoy, haré que algunos gatos atraviesen Moscú y Washington desparramando un gas que enloquecerá a todos durante veinticuatro horas. El gas desatará todos sus impulsos destructivos. No se harán daño entre sí, pero destruirán todo aquello a lo que puedan echar mano, todos los edificios, puentes, obras públicas, todos los documentos y hasta todas sus ropas".
Entonces el gato bostezó de nuevo y se volvió a dormir.
El hombre, con la lista de reglas en la mano, salió a la calle para hacer lo que le habían indicado, pero primero, y apenas si sabía lo que estaba haciendo, una extraña malicia iluminó sus ojos al pensar en sus vecinos. Abrió las mil jaulas.

4

Una brisa de octubre lo golpeó en la cara, hojas del color de la llama crujieron bajo sus pies, el sol poniente enrojeció todo con sus últimos, espléndidos rayos, los ruidos callejeros invadieron sus oídos como en un sueño, y una campana tañía patéticamente ante la proximidad de la negra noche de invierno, o así le pareció a él mientras caminaba, marcado por la tremenda responsabilidad que le habían conferido, con su mente girando en grandes círculos, encontrando desesperadamente poesía y hermosura en las grietas de la acera, en las rayas de las insignias de los barberos, en los fragmentos de conversaciones de muchachitas que oía al pasar junto a ellas, en los ofensivos olores de las latas de basura, con la totalidad de la escena ciudadana que realmente él nunca había advertido antes y por la cual había transitado a ciegas, con los ojos vueltos hacia adentro, en su trabajo, pero que ahora tragaba a grandes sorbos con regocijada ansiedad: ¡pero si tan sólo pudiera escapar! Para escapar de su fantástico deber para con el mundo, se perdía en todas sus bellezas, pero este nuevo mundo que él veía era visto por otros, estoy seguro, que se hallaban en situaciones muy distintas, y como es este extraño mundo que él veía el que estoy tratando de describir, haré un digresión momentánea: imagínense a un chico en Inglaterra, un par de siglos atrás, que hubiera robado un pedazo de pan o un pañuelo o una media corona, y a quien algún juez severo y estúpido hubiera mandado a prisión, para hacerse hombre en la cárcel, sin conocer nunca la suavidad de una mujer, sin conocer nunca una comida dada con amor, sin probar nunca una golosina, sin ver nunca un espectáculo, o cualquiera de nuestros placeres más comunes; al ser liberado, podemos fácilmente imaginar su asombro, deleite y terror, su gran ansia de tocar a cuanta chica encuentra, su necesidad de un amor paciente y de interminables explicaciones (pues él no entendería casi nada de nuestro mundo libre), y que, al no encontrar una persona con tal paciencia, pronto estaría de vuelta en la prisión; pero todo eso está fuera de la cuestión, la cuestión es que el mundo de este científico que escapa de su responsabilidad y el mundo del muchacho que acaba de ser rudamente vomitado de una cárcel, se verían igual; y así, para comprender cómo aparecía esta noche de octubre a través de su mareo y su confusión, imagínense cómo se le aparecería el mundo a una persona después de terminar una condena tan ridículamente larga y sin sentido.

5

Las luces empezaron a titilar a medida que la oscuridad descendía.
Un convertible color crema, dentro del cual cuatro estudiantes secundarios borrachos estaban cantando alegremente y gritándole profusamente a los transeúntes, de pronto se salió de la calzada, arrancó la tapa de una toma de agua, arrojó a dos de los muchachos a través de la vidriera de una joyería, lanzó a otro a veinte pies por el aire, haciéndolo aterrizar sobre su espalda y encima del pavimento, y dejó al otro, el único sobreviviente, gimiendo miserablemente con costillas rotas contra el volante; las llamas brotaron de abajo de esa ruina retorcida que abruptamente se detuvo sobre el hidrante roto; el agua empapó la parte de atrás del automóvil pero no tocó la parte delantera en llamas.
Una multitud excitada empezó a congregarse alrededor de la catástrofe y a devorar, hambrienta, el espectáculo.
El científico, que estaba del otro lado de la calle, testigo de todo el accidente, lo vio como si fuera un accidente en el cine, y continuó su deambular entre sueños y sin meta; y aferraba en su puño la lista de reglas, aunque ni se daba cuenta de ello, tan perdido estaba en los hermosos movimientos, luces y ruidos de la ciudad.
Aunque todavía caminaba, su mente volvió a sumergirse en él mismo, y se preguntó a quién diablos le llevaría esas reglas: no conocía al Presidente, y cualquier funcionario al que le hablara se le reiría, sin duda.
Reflexionó largamente sobre este problema.
Volvió a asomarse al mundo de afuera y descubrió con sorpresa que estaba frente a su antigua casa.
Las luces estaban prendidas. Desde el día en que se fue, no se había comunicado con su mujer. Enderezó por el angosto sendero y entró en la casa sin llamar, por hábito, como lo había hecho siempre.
Su mujer tenía el sombrero puesto.
"¡Vete de aquí!", le gritó. "¡Tengo una cita! ¡No quiero volver a verte nunca!"
El científico echó una mirada a su antigua casa. Todo estaba igual. Hasta los muebles estaban colocados de la misma manera prolija, nítida.
¡Los muebles! Estos muebles habían sido los causantes de la separación. Ella amaba más a sus muebles que a él.
Él agarró un florero. Ella amaba este florero más que a él. Él lo tiró contra la pared.
¡Smash!
Su mujer gritó.
Enseguida, esta silla antigua que a ella le gustaba tanto.
¡Smash!
Se rompió en tres pedazos.
Él tiró la lámpara por la ventana.
¡Crash!
"¡Basta!", gritó su mujer. "¿Estás loco?"
Él fue a la cocina y tomó un cuchillo, tirando algunos ceniceros en el suelo y derribando la biblioteca que se le interpuso en el camino, y empezó a destripar las sillas tapizadas.
"¡Basta! ¡Basta!", gritó su mujer, ahora histérica y sollozante.
Pero el científico apenas si la escuchaba. Estaba desgarrando, rompiendo, arrancando, destrozando, demoliendo, en verdad, en un frenesí de rabia más poderoso que las lágrimas de ella, todos los muebles de la casa.
Después se detuvo.
Y ella dejó de llorar.
Sus ojos se encontraron y cayeron el uno contra el otro, más enamorados que nunca.
La violenta escena de alguna manera los había cambiado a ambos. Los ojos del hombre estaban claros ahora, y su ceño había perdido la gravedad. La voz de ella era suave y cálida.
Después el hombre se acordó de los gatos y de lo que iban a hacer.
"Vámonos de Washington por un tiempo. Vámonos en una segunda luna de miel. Agarremos el auto y vámonos al oeste, a las montañas, alejémonos de todo y de todos. Encontraremos algún lugar salvaje y viviremos allí. No me hagas preguntas. Haz lo que te digo".
Ella hizo lo que él le decía, y una hora después estaban saliendo de Washington rumbo al oeste.
"¡Querido!", le dijo su mujer súbitamente. "¡Vamos a tener que volver!"
"¿Por qué?"
"¿No tienes un gato siamés en tu casa de campo? Se morirá de hambre. No puedes dejarlo encerrado ahí. Y si volvemos, podrás recoger alguna ropa. Parece tonto comprar ropa nueva cuando todo lo que tenemos que hacer es volver a la casa de campo".
"¡Mira!", le dijo su marido, apretando el acelerador, aumentando perceptiblemente la velocidad del coche. "¡Ese gato puede cuidarse a sí mismo!"

6

Viajando en etapas, les llevó tres días y medio llegar al linde de las montañas, donde compraron un rifle, mochilas, bolsas de dormir, utensilios de cocina y toda la parafernalia que necesitarían para vivir fuera de la civilización por un tiempo. Empezaron su viaje a pie, sudando y gruñendo bajo el peso de sus mochilas.
Por un par de meses no vieron a otro ser humano.
Pero en una ocasión, mientras caminaban a corta distancia de su campamento, se encontraron con un gato montés.
El gato montés gruñó amenazadoramente.
El hombre había dejado su rifle en el campamento.
El gato montés estaba entre ellos y el campamento.
Así que el hombre de ciencia empujó a su esposa detrás de él y empezó a gruñir y miaurra-miauuuu.
Durante varios minutos hablaron, y luego el gato montés se dio vuelta y escapó.
"Querido, ¿qué estabas haciendo? Parecía como si realmente estuvieras hablando con ese gato montés".
Y así el hombre le contó toda la historia de cómo había aprendido a hablar el idioma de los gatos, y que ahora probablemente Washington y Moscú estarían en ruinas, y pronto toda la raza humana sería destruida.
Explicó que había sido demasiado. La raza humana no valía la pena. Y así, él había resuelto alejarse de todo y obtener la pequeña felicidad que pudiera de esos pocos días restantes.
"No tengo idea de cómo o cuándo los gatos nos destruirán, pero lo harán, porque tienen poderes que nunca podríamos imaginar", y su voz se apagó con tristeza. Ella lo tomó de la mano y volvieron lentamente a su campamento.
Ahora ella entendía los ojos brillantes de él y esta nueva energía que tenía, su nueva juventud -su locura se le estaba volviendo aparente ante ella-; y, encontró raro que, aun así, lo amara más ahora que antes.

7

Un par de semanas más tarde, estaban sentados junto al fuego de su campamento. La nieve los rodeaba, y mientras el científico miraba las estrellas en silencio, la mujer tuvo frío y empezó a temblar. Por fin se puso de pie y empezó a caminar de arriba abajo.
"¿Qué día es hoy?"
"No sé", contestó el hombre, ausente.
"Debemos de estar cerca de Navidad", dijo ella.
El hombre la miró, penetrante, y después se puso pensativo. Pocos minutos más tarde saltó sobre sus pies y gritó: "¿Qué fue eso? Oí ruidos".
Su mujer escuchó por un instante y respondió:
"Yo no oí nada".
"¡Oye! ¡Ahí está otra vez! Son como cascos de caballos".
"Pero, querido, yo no oigo nada".
"Bueno, ¡saldré a ver qué es!", dijo su marido con decisión.
Y salió a la oscuridad.
Su mujer lo oyó hablar en voz alta, como con alguien, pero no escuchó otras voces. Lo llamó: "¡Querido! ¿Quién está ahí? ¿Con quién estás hablando?"
Él le contestó a los gritos: "Nada, está bien. Es Papá Noel, nada más. Los que oímos eran sus renos".
Su mujer se dijo a sí misma, tristemente: "Para qué le voy a decir que no hay Papá Noel".

8

Él volvió con una planta verde, un cactus que obviamente había arrancado de la nieve, y con una gran reverencia de viejo estilo se la entregó, diciéndole: "Papá Noel me dio esto para que yo te lo diera a ti como regalo de Navidad. Se molestó en venir expresamente hasta acá, a fin de que no te quedaras sin tu regalo".
Ella tomó la planta en sus manos y se acercó más al fuego. Estas ráfagas de locura la aterraban, ¿o era que él bromeaba, simplemente? ¿O es que era galante? Lo miró; él miraba fijamente más allá de las montañas, hacia aquellas estrellas lejanas. Cuán noble y loco parecía. Pero entonces el terror la tocó nuevamente, y ella dijo, con bastante timidez: "Sabes, querido, cuando estábamos en casa, cuando te enfurecías tanto, fuiste muy bueno al no pegarme".
Él la miró un instante, un poco incómodo, pero guardó silencio y volvió a mirar el horizonte.
"Pero, claro -agregó ella-, no tenía por qué preocuparme. Eres tan caballero".
Poco después de esto, volvieron a la civilización. Moscú y Washington no estaban en ruinas.
Y, para gran asombro de su mujer, resultó que su marido no estaba loco: el loco era aquel gato siamés. Descubrieron su cadáver en la casa de campo: había muerto de hambre.
Porque hay un idioma de los gatos, pero todos los gatos siameses son locos: siempre están hablando de telepatía mental, poderes cósmicos, tesoros fabulosos, naves espaciales y grandes civilizaciones del pasado, pero no son más que maullidos; son impotentes: ¡sólo maullidos!
¡Maullidos!
¡Maullidos!
¡Maullidos!
¡Maullidos!
Maullidos...






Ì́'arcano costume del gatti

Massimo Bontempelli

En medio del piso estuvo mi gata.
Estuvo y no vino, porque así es la misteriosa costumbre de los gatos.  A veces tan solo, por si fines secretos o desconocidos ceden un poco de su naturaleza, los vemos alejarse o acercarse o incluso entrar o salir de las puertas que comúnmente usan  los hombres y demás animales. Pero cuando actúan de acuerdo a sus hábitos nativos, los gatos no van  ni vienen: están en los lugares o no están. Buscad por el mas recóndito rincón de un cuarto cerrado de un gato que estaba poco antes  y no lo encontrareis. Mas tarde, a su debido tiempo, en un momento no determinable, de repente estará cerca de vosotros. Esta con indiferencia teologal y sardónica, ni revela huellas visibles de que tenga conciencia de su fechoría. Sin embargo, de todas sus reapariciones, el gato lleva consigo la inquietud de un misterio que permanecerá inalcanzable por la eternidad: el secreto del espacio en donde paso aquella laguna de lejanía. Entre las cosas naturales el gato es la única que se comunica corporalmente con numerosos planes de vida del mundo.   Y al estar así en el centro  iluminado del cuarto, mi gata empezó a dedicarse a su tarea. La tarea de los gatos es una obra asidua de escepticismo. Los gatos mantiene la casa limpia de cucarachas y alucinaciones.

Hubo un tiempo en que creía que las cucarachas eran las pequeñas suciedades numerosas de nuestra vida cotidiana. Cuando el hombre regresa al hogar en la noche, pensando involuntariamente en su caduca jornada, y abre la puerta con precaución para no oír su rechinar hasta en el fondo de su sospechosa conciencia,  se aparecen en el piso del vestíbulo las inquietas multitudes de cucarachas y, simulando desbandadas, hacen impracticable el camino porque sentimos asco al poner el pie sobre las pequeñas suciedades morales de nuestra vida de todos los días, que han acechado nuestro regreso a la morada y al umbral del descanso.

Hubo un tiempo que así lo creía y estaba perfectamente convencido de ello. Pero desde que tengo en casa a la gata, ya no hay cucarachas. Se ponía al acecho al atardecer. Las vigilaba desde lejos imitando enfáticas poses de tigre cazador para conferir algo de protesco. A su propios actos y salvarse así de toda posible la ridiculez.   Luego a brincos alcanzaba la mancha móvil, jugueteaba con ella éntrelas garras, le hincaba los dientes y luego me mostraba el despojo negruzco. De tal manera me hizo ver que aquellos no eran sino  bichos diminutos y asquerosos; creaturas de la bondad de Dios, como diría un perfecto creyente, cosas naturales, vivas, que luego se vuelven cadáveres muriendo por una costumbre nuestra purificada, sino por los golpes de uñas y dientes de una pequeña gata.  Las cucarachas ya no vienen. En las moradas así limpiadas por la presencia de un gato, la vida moral de los habitantes, queda abandonada únicamente a las fuerzas de su conciencia.






Recconti sugli animali

di Massimo Bontempelli

Un gatto bianchissimo

Dall'uscio socchiuso sporse il muso con somma cautela, e poi entrò tutto intiero, morbidamente, un gatto bianchissimo. Lo guardai con sospetto: temevo che anche il gatto si mettesse a ripetere: i miei atteggiamenti e gesti. Ma lui non si curava di me, credo: guardò un poco intorno, poi a passi ondulati cominciò a girar la stanza, con prudenza infinita, come avrebbe fatto in una giungla.
Con una quantità di complicate precauzioni andò ad annusare piano i piedi d'ognuno dei seduti.
Da ultimo si avviò verso di me e non mi guardava mai; come fu vicino sedette sul tappeto in faccia a me e cominciò a leccarsi il petto con gran movimenti su e giù del collo e della testa.
Quand'ebbe finito si degnò di guardarmi. Gli feci uno sberleffo mostrandogli un palmo di lingua.

Historias sobre animales 

Un gato blanquísimo

Massimo Bontempelli

Desde la puerta entreabierta, se estiro hacia adelante con gran cautela, y luego un gato muy blanco entró sutilmente. Lo miré con suspicacia: temía que el gato duplicara mis actitudes y gestos. Pero creo que a mí no me importaba. Entonces él miró un poco a su alrededor y luego, con pasos gateados, comenzó con infinita cordura a inspeccionar la habitación, casi como si serpenteara por una densa selva.
Con una serie de complicadas precauciones, olfateó suavemente cada uno de los pies reposados.
Finalmente se dirigió hacia mí sin siquiera mirarme.  Y ya tan cerca se echo en la alfombra frente a mí y comenzó a lamer su pecho con grandes movimientos de su cabeza y coello hacia arriba y hacia abajo.
Cuando terminó, se dignó a mirarme. Entonces le hice una burla mostrándole un palmo de mi lengua.







Notas bibliográficas

1. “El Poema del gato, una estrofa de solo seis versos, sencilla en apariencia pero con múltiples funciones referenciales, se considera entre los once mejores poemas breves del siglo XX.” Sobre la interpretación de ese poema anónimo,  véase Umberto Senegal, Crítica al poema del gato: o cómo parecer inteligente con el discurso vacío, Cultura, en El Espectador,  23 Feb. 2017.

Enlaces

Umberto Senegal, Crítica al poema del gato: o cómo parecer inteligente con el discurso vacío.



Créditos

Poema del gato negro, anónimo en forma de epígrafe, El Espectador.com (ver enlace), Poema Como llamar a un gato. T.S. Eliot, CÓMO LLAMAR A UN GATO", DE T. S. ELIOT “The Naming of Cats” (traducción de R. Ortiz, en: El libro de los gatos habilidosos del Viejo Possum, Valencia: Pre-Textos, 2001; original 1939. Blog Mi gato.  Fragmento de Macavity LEARNODO NEWTONIC. Gatos (por T.S. Eliot), poema completo de Macavity, Blog Gatos y Respeto. Poemas de Baudelaire El gato y Los gatos,  La jornada, Semanal.  Domingo 22 de marzo de 2009 Núm.: 733. Poema A un gato de J.LBorges en POETICOUS.  Mis gatos, un poema de Charles Bukowski. Blog Gatos y Respeto. Cuento El gato de Juan Carlos Onetti, Blog Narrativa Breve. Cuento El gato que caminaba solo de Kipling,  Blog Gatos y Escritores. Texto El idioma de los gatos Un cuento de Spencer Holst, del libro homónimo, Ediciones de la Flor, 1995. Blog Gatos y Escritores. La arcana costumbre de los gatos por Massimo Bontempelli. Tomado de Breve historia de la literatura italiana. Federico Ferro Gay. Porrúa, No. 211, pág. 210-212. Racconti sugli animali, di Massimo Bontempelli,Un gatto bianchissimo en Sitio Web Poesie. www.poesie.reportonline.



Traducciones

Poema Como llamar a un gato traducción de R. Ortiz, T.S. Eliot, “The Naming of Cats” (traducción de R. Ortiz, en: El libro de los gatos habilidosos del Viejo Possum, Valencia: Pre-Textos, 2001; en Blog Mi gato. Extracto reseña sobre El libro práctico sobre los gatos del viejo Possum y extracto de Macavityi  traducción libre de Plaza de las palabras. Poema completo de Macavity (Traducción: M.G.). Blog Gatos y respeto, Poemas El gato y Mis gatos de Baudaliere  traducción de Antonio Cajero, La jornada. Poema Mis gatos  de C.Bukowsky. Traducción M.G. (Se ha respetado la puntuación, falta de mayúsculas y división de los versos), de la colección “Los placeres del condenado”. En blog Gatos y Respeto. Sobre La arcana costumbre de los gatos, la traducción del italiano al español, es  de Federico Ferro Gay. Microficcion Un gatto bianchissimo de M.Bontempelli traducción libre de Plaza de las palabras

Ilustraciones

Tomadas de varias fuentes: Dibujo de gato Pablo Picasso, gato negro con rojo Andruchak (Brasil), Gato mayordomo (escultura), Diego Giacometti 1967 de la Jornada. Gato azul y Gato en Paris  de Marc Chagall, Gato verde por Andy Wharlol,  Gato enrollado por el artista ucraniano Jakiv Hnizdovsky . Dibujos, fotos e imágenes varios de internet La Bioguia, Gatimonio http://gatimonio.blogspot.com/.y dibujos de Plaza de las palabras.