Recuerdo, cuando vestida de muchacho, me acerqué al andamio en el que subido pintabas un mural. Llevaba algunos de mis cuadros y necesitaba que los viera el maestro. Ya me había enamorado de tu obra, pero esto tú aún no lo sabías. ¡Cómo ibas a saberlo! Me dijeron que no te molestara, que cuando estabas trabajando no escuchabas y que nunca Diego Rivera aceptaba órdenes de nadie. Pero yo te dije sencillamente : - "Diego, baje no más"- y tú bajaste. Y con los pies en el suelo miraste atentamente mis dibujos y luego a mí.
¡Qué alto y qué grande! Te calabas un sombrero de ala ancha y llenabas todo el espacio. Era imposible no verte ni respirarte, aunque no por tu tamaño sino por la expansión de tu aura. Yo en cambio era pequeña, frágil y muchos años más joven. Me adornaba con flores y abalorios que tintineaban a mi paso, bendiciéndome como a una virgen. Eramos el gigante y la paloma, aunque yo no era una paloma silenciosa.
Dejaste en mi vida pozos sin fondo mientras la vida me enseñaba a perder. No te pintaba para hacerte homenajes, sino por necesidad vital. Amor, abandono y amor de nuevo, espiral asesina de los que aman demasiado y lo perdonan todo. - "¡No podemos más, no podemos más!"- me gritaban cada día todos mis poros, y yo les cantaba canciones de cuna para que se adormecieran y callaran, y les amamantaba con leche de óleo manada de senos en forma de pinceles, domesticándolos para que aprendieran a "poder más".
!Y qué capacidad de olvido tiene la locura ! Olvidé tus amantes, tus fugas, tus abandonos. Siendo Frida fui la mujer de Diego. Pero para matarme, te buscaste una secuaz: mi propia hermana, mi propia cómplice, a las que tantas lloré tus ausencias, a la que cortejaste llamándola con mi nombre.
Renunciar a ti era la única solución para vivir pero era también la llave del mi sepulcro. !Me enfrenté a mi misma, y una Frida dijo a otra: ¡No puedo vivir sin su presencia! ¿Es que no lo entendéis, malditos? !Dejadme con mi estigma! Es mi ángel de luz y tinieblas, llaga y ungüento, bálsamo y Cruz. Hijo de este vientre estéril y padre amoroso de una cierva herida. Compañero, aunque no esposo, Necesito la luz de su arte y si no la tengo, me abandono, no ya a la muerte que sería una caricia, sino a la desesperación.
Mi cuerpo, cansado y recosido aprendió a renunciar al tuyo calmándose en otros hombres y mujeres. Qué importaba, si el dolor era ya mi compañero, y de Diego me bastaba una sonrisa aunque oliera al sándalo de otros abrazos. Tuve tu esencia, Maestro Rivera. Tuve lo que nadie tuvo jamás de ti. Alimenté tu creatividad como tú hacías florecer la mía, mi obra y la tuya compañeras en la eternidad. Sin rivalidad jamás para quien siempre se arodillo ante tus trazos. !Qué manera de amarte, Diego, aunque el precio fuera darme a luz cada día a mí misma, nacida ya ensangrentada y muerta! Por eso dejé escrito: "Espero que la marcha sea feliz, y espero no volver".
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