Cuento: El puerto azul





 Álvaro Cálix (Escritor hondureño)                         

            Hacía mucho tiempo que él no recorría esa parte de la ciudad. Llevaba puesto el capote y notábanse plastas de lodo en los zapatos. A paso lento, apoyado en el bastón, redescubría matices de aquel ambiente de tabernas y cabarés de poca monta. A lo lejos, como el murmullo de un río, escuchó una tonada que reconoció en el acto: era un bolero. Se acercó al bar del que provenía la música.  Sacudió los zapatos y entró para escuchar el resto de la canción que salía de la rocola. Cuando la pieza terminó, depositó de inmediato una  moneda y volvió a escogerla.           El único cliente que estaba en el bar levantó la cabeza y no ocultó su gozo al oír de nuevo el bolero, y dijo:            —¡Véngase, hombre!, tomémonos una cerveza. Sin pena... Yo invito.       
     —No, gracias. Ya no bebo  —contestó  el hombre del bordón.            Al concluir la música, salió del local; sintió un golpe de viento  frío y volvió a cerrarse los broches del capote. De nuevo se metió en las calles escandalosas de la ciudad. Tras un par de horas de vagabundeo, la noche lo sorprendió. Aunque leve, la lluvia no cesaba. En una esquina, hacia el poniente, creía haber leído mal, se desempañó los ojos, pero se convenció de que en el rótulo decía Puerto Azul.
            Era el mismo nombre del lugar en el que cantó en sus años mozos, pero aquel Puerto Azul, estuvo ubicado en otra zona de la ciudad y le constaba que lo habían cerrado hace años. ¡Qué coincidencia!, ¿Cómo puede ser? Tenía que averiguarlo, no podía hacer otra cosa.  Entró
Adentro, un aire de pasado lo calentó; se sentía bien, y le resultaba familiar el olor del aserrín esparcido en el piso. El sitio era más o menos similar al de su juventud. Se pellizcó el brazo.
—Disculpe…¿Quién es el dueño de este negocio? —preguntó al cantinero.            —¡Dueña!, querrá decir —replicó el empleado— Se llama Adelina, y bueno... también está Luisa.
            Ambos nombres revolotearon en su mente, sonrió.  Qué broma es esta, se dijo, y evocó a las dos mujeres que antaño conoció.
            Convenció al cantinero para que le dijera dónde estaban ellas.            —¿Puedo subir a verlas?            —No creo. A la patrona no le gustan las visitas, menos a la hora de la cena.            —Iré de todas maneras —desafió.            —No hace falta —dijo una mujer que estaba tomando un vaso de ron en una de las mesas cerca de la barra—. ¡Allí viene doña Adelina!            La vio bajar por  la escalera. Para ser veinte años más vieja, los cambios eran más bien discretos. En cambio, es seguro que a ella le costó reconocerlo; los años le habían pasado encima: sin carnes, la mar de canas, las ojeras imborrables y, por si fuera poco, el defecto en su pierna.
No se abrazaron ni nada, solo una mirada larga, hasta que él dijo: sí, soy yo, Pedro, Pedrito el trovador.            Subieron por el pasaje de gradas y luego caminaron por un pasillo hasta llegar a una habitación espaciosa que olía a sándalo. Entraron. Ella puso el cerrojo a la puerta, “para que no nos molesten”, alcanzó a decir. El bullicio del primer piso ahora se desvanecía, una luz débil perfilaba sus rostros. Se sentaron en un sofá verde de pana.            —Envejeciste demasiado, Pedro.
Él se encogió de hombros.—No pensé que te vería de nuevo —dijo ella —¿Este negocio?... No podía olvidar los viejos tiempos. Lastima que Luisa no esté aquí, imagínate cuánto se hubiera alegrado.
                 —Pero, ¿cómo?... si el cantinero la mencionó...
              —La pobre murió a los pocos meses de irse con el bruto que se la llevó al  Sur. Imagino que para vos fue difícil que nos desapareciéramos, como si nada. Pero, créeme, ella nunca quiso dañarte.            A Pedro Ramírez jamás se le había cruzado la idea de que Luisa estuviese muerta.
            —Falleció al dar a luz. Murió sola y su alma, ese bárbaro la abandonó en cuanto supo que estaba embarazada.—¿Embarazada? —dio un brinco Pedro. Ella asintió con la cabeza.
            Un silencio turbio horadó la habitación. Adelina había dicho la verdad a medias, bien supo doblegar un cosquilleo que le venía del pecho a la garganta. Ella parecía ahora distante, se entretenía observando cuán gastados estaban los tacones de sus propios zapatos.
            Pedro dejó el sofá y fue a pararse atrás de la ventana, corrió la cortina y se puso a ver hacia la calle. No había nada que observar, a no ser la penumbra de estos lares y el despecho de la luna ocultándose del hemisferio. Mantenía la mirada fija en dirección a la ciudad que se dibujaba en sus ojos, no la de ahora, más bien la de antes... "su ciudad”. Amagó como si fuera a chocar el puño contra la pared; se contuvo, lo estrelló contra la palma de su otra mano.                               —¿Y su hijo...?
            —Hija, querrás decir… ¡Se llama Luisa!, la recogí desde recién nacida. Para ella soy su madre —contestó, al cabo que se iluminaba su cara—. A ella se refería Arnoldo, el cantinero. ¡Pobrecito!… te confundiste.
            —Me gustaría conocerla, se le ha de parecer mucho.            —Bueno, ahora no puede ser —alegó—. Agarró una gripe, ¡estos cambios de tiempo!, la pobre, tiene calentura y… hace ratos que se durmió.
            —Tenés razón, además la muchacha no es de mi incumbencia.

            Pasaron las horas, la conversación iba y venía, remontando las capas de los años. Una tasa de café y una galleta de arroz fue la cena de Pedro, pero tampoco es que tuviese apetito. Cuando el ritmo de las palabras iba cayendo ora en la monotonía, ora en frases entrecortadas que competían con el silencio, ella se fue a recostar en la cama, con las almohadas contra la pared a modo de respaldar. Él se acomodó mejor en el sillón, y ya casi no hablaba. Adelina, sin freno, tomaba de nuevo aire y volvía a repetir con detalle cómo había sido capaz de montar el negocio, embelesada y orgullosa de su propia suerte, sobre todo al compararla con la de Pedro. Una batería de ronquidos la advirtieron del porqué Pedro ya no respondía. No quiso despertarlo, apenas, terminó de acomodarlo en el sofá; buscó una sabana en el armario y lo tapó. Pedro dormía, como una rosca, con los zapatos puestos.
            Destellaron las primeras luces del alba, pero la ciudad aún no se despabilaba. Él se despertó, pasmado, al darse cuenta donde estaba. Como una centella vinieron a su mente los incidentes de la noche anterior, con un inocultable sabor amargo. Dobló la sábana y la puso en el extremo del sofá. Pretendía salir sin despedirse, para no incomodar a la mujer que dormía en la cama, pero Adelina ya estaba despierta, o quizás, no había pegado los ojos en toda la noche. Al avanzar para abrir la puerta, ella le dijo adiós, sin moverse de la cama. Un adiós amable pero sin visos de continuidad, como si lo que platicaron durante la noche bastaba para no verse durante otros veinte años. O nunca más. Pedro no se volvió para verla, sólo alcanzó a contestarle también con un adiós seco, desalentado, como queriendo dar a entender que sería muy distinto si en lugar de ella, fuese a Luisa a quien hubiese encontrado. Ni siquiera insistió en conocer a la muchacha. Le dijo que otro día vendría a visitarla, aunque lo expresó con desgano.           Pedro Ramírez volvió a las calles bajas. Como no eran más de las siete de la mañana, nada parecía vivir allá afuera; apenas, el paso de uno que otro vehículo y ladridos lejanos de perros. Desandando el camino que lo había llevado hasta el Puerto Azul, encontró de nuevo el mismo bar en el que ayer escuchó el bolero. Para su sorpresa, continuaba abierto. Adentro, solamente estaba un cliente: un hombre que no parecía estar en sus cabales, tumbado en la silla de madera con la cabeza recostada sobre la mesa. La música volvió a sonar, la misma canción, esta vez escogida por Pedro. El parroquiano reaccionó y alzó la cabeza, reconoció de inmediato la figura contrahecha del hombre del bordón.
            —¡Otra vez usted! ¡Vaya que nos gusta la canción! —dijo, emocionado. Enseguida, con un quiebre en la voz que denotaba ruego, agregó—: ¿Ahora no me va a rechazar la invitación?      
_Muy amable, pero sólo deseo escuchar la música —se rehusó otra vez. Cuando salió del bar empezó a sentir el ardor del sol, aunque todavía el pavimento se veía mojado por las lluvias del sábado. Compró el diario en la esquina, cerca de una terminal de buses, en medio del jaleo de la gente que compraba billetes de lotería para el sorteo de las diez. Reparó en que aún quedaban algunas monedas en su bolsillo, se acercó a un puesto de frutas y le ajustó para un pedazo de sandía, caminó algunas cuadras hasta una pequeña plaza en forma de triángulo. Se acomodó en una de las bancas y sin perder tiempo sacó un lápiz para ponerse a llenar el crucigrama. Pero no podía concentrarse, una inquietud lo espoleaba desde hacía un par de horas. Pensaba si valía la pena regresar algún vez donde Adelina, y por qué no, conocer a la hija de Luisa.
            Al terminar de comerse la fruta, lanzó la concha al tonel que estaba a unos pasos de la banqueta, al tiempo que dijo:
            —¿Por qué no?...

Fuente: Del libro de cuentos: La plaza de los poetas © ( (2006).Puerto Azul
Crédito de la ilustración Plaza de las palabras 


John Keats: la imaginacion poetica (Selecciones).

Mario  A. Membreño Cedillo*



PRIMERA PARTE




1
Bajo la noche romana: la alta moda del romanticismo
Bajo el cielo azul celeste de Roma, en la Piazza di Spagne, cerca de la fonte de  Barcaccia, realizada por Bernini en 1598; al pie de la escalinata que da acceso a la Trinita del Monti, tenía su casa el poeta John Keats. En ella murió en febrero de 1821. En esa misma casa, la número 20, vivió 4 años el poeta Shelley. Keats solo vivió 3 meses en Roma, llegó a la ciudad  eterna por prescripción médica,  tenía solo 26 años, había nacido bajo el brumoso cielo de Londres en 1795. Actualmente la casa en que vivió es el Museo Keats-Shelley, al que se puede entrar por 5000 liras. Y  en sus alrededores los vendedores ambulantes ofrecen sus baratijas y flores, creando un concierto móvil de colores y aturdimiento. En la temporada julio-septiembre, en la escalinata de Triniti del Monti, se hilvanan  desfiles de moda, y bajo la noche romana se ilumina una excepcional escenografía, en que desfilan esbeltas modelos, tan bellas que parecen irreales, y tan irreales que parecen un sueño andante bajando nítidamente  por la escalinata ataviadas en sensuales y finos vestidos. Keats muchas veces subió y bajo por esa escalinata, seguramente pensando en su Fanny Brawne.

2
La escudería romántica: la noche imaginada
Nos imaginamos esas noches romanas de luna llena, como aquel memorable paisaje de Henry James, en su Daisy Miller: A Study, en que Daisy  sentada, solitaria y pensativa en el centro  del circo romano  y bajo la luz de la luna contempla un horizonte de piedras. O aquella otra escena en Return Native de Thomas Hardy, en que la heroína, Eustacia Vye, ensimismada al  resplandor de una fogata que ilumina la noche cavila ante aquella columna de humo ascendente esperando que la fogata acabe con la noche o la noche con la fogata. O aquella escena  en uno de los cuentos mejor logrados de James Joyce. The Death, en que una poderosa, imaginativa y remota mujer, Gretta, parada en el descansillo de una escalera permanece pensativa recordando una tonada recién tocada en el piano: La joven de Aughrim, que le recuerda a un joven que conoció en su adolescencia, y que murió de amor por ella.  Esas escenas  bien las pudo haber escrito Keats, si hubiera sido novelista o cuentista o dramaturgo,  pero keats solo fue un poeta romántico: sensitivo, exuberante y lírico. Pero también fue un poeta ardientemente vivencial  para capturar las más recónditas sensaciones y ponerlas andar  por la calle, y fue lo suficientemente concreto  para reconocerlas en la esquina  y estrecharles la mano. Poeta siempre atrapado entre  ese ímpetu peregrino por escribir  y seducido por ese derrotero casi fáustico de trasmutar las palabras en seres alados, en manos transparentes que tocan a la puerta y en pies inmediatos  que fatigan la noche  Sus arranques románticos estaban delineados por su propia vida y circunstancias. Keats,  convocaba espontáneamente una pasión equilibrada entre saludar a quemarropa a la eternidad y vivir intensamente  cada instante subido en un carrusel ensamblado de sensaciones y vaivenes.

5
La ciudadanía de la imaginación
Acentuada la  reacción contra el  neoclasicismo, flameando el naturalismo iniciático de Rousseau y concluido el vértigo de la revolución francesa, se pasa  del jarrón florentino al farol de la  calle londinense, se pasa de la intimidad del salón versallesco a la pluralidad del hombre alegre y anodino de la calle, fundiendo las emociones en un solo cuerpo compacto que  elocuentemente se pasea por la urbe, fabricando  también la empatía con la naturaleza y trenzando en una sola  corriente, los hilos sueltos de la naturaleza y el hombre, otorgándole ciudadanía a la imaginación. Pero el vuelo imaginativo del romanticismo tiene raíces más profundas: una concepción moral del hombre y la naturaleza, este acercamiento a lo natural es una corriente ya instalada en el renacimiento, pero también sombrea la modernidad, y acomete bajo diferentes formas de la conciencia, nuevas ciudadanías poéticas. Por lo que  el romanticismo no se refugia entre las piedras apiladas de las teorías ni  en  la retórica tórrida de las academias, sino que adquiere una cristalina categoría de autonomía. Por eso Lacan acerca de la imaginación, afirma: «Es esta la aventura imaginaria por la cual el hombre, por vez primera, experimenta que él se ve, se refleja y se concibe como distinto, otro de lo que es él: dimensión esencial de lo humano, que estructura el conjunto de su vida fantasmática»[Citado Lapoujade:188] .
La doble imagen romántica

6
En esta última perspectiva, también se produce el entramado entre clasicismo y romanticismo. T.E.Hulme, define acertadamente esta relación misteriosa y simbólica entre clasicismo y romanticismo: «Por una parte la naturaleza del hombre es como un manantial, por otra parte es como un cubeta. Esta visión que considera al hombre como un manantial, una reserva llena de posibilidades, la llamó romanticismo, la otra que lo considera como una finita y fija criatura, es el clasicismo» [T.E.Hulme:964] Además, pervive una faceta descuidada  del romanticismo, y es su vinculación con el modernismo.  T.E. Hulme adelanta una definición,  el  romanticismo es una religión dividida [ibid: 965] ¿No suena familiar? Ya a finales de siglo, en 1893 Hugo Von Hofmannthal, observaba: « ser moderno significaba  al mismo tiempo dos separadas y distintas cosas [...] moderno podría ser análisis, reflexión, una imagen de espejo, podría significar escape, fantasía o sueño» [Citado: McFarlane: 71] Lo que Hofmannsthal nos esta dibujando con palabras es el retrato del hombre moderno: un hombre dividido. Muy cercano al concepto de Hulme para el romanticismo: una religión dividida. ¿De dónde viene esta escisión religiosa del romanticismo?, ¿adónde conduce este desdoblamiento del hombre moderno?, ¿o dónde concluye el hombre romántico? T.E.Hulme, acertadamente señala: « Usted no cree en un Dios, así que comienza a creer que el hombre es dios. Usted no cree en el cielo, así que comienza a creer que el cielo está en la tierra, en otras palabras usted se vuelve romántico» [T.E.Hulme: 965] A esta corriente se suma el critico Harold Bloom, quien en parte también responde a la pregunta:«El hombre profetizado por los románticos  es un hombre  quien esta siempre en proceso de construcción, de llegar a ser su propio creador, y aunque sus mejores poesías ya han sido escritas, el aún no ha encarnado su profecía, ni probado la forma final de su amor.». [Bloom: 24] Conclusiones que  llevan a decir a M.H Abrams: « La meditación romántica, aunque meditación secular, a menudo se convierte en crisis-alienación, rechazo, perdida de la “luz celestial” o “gloria”, en experimentar  el mundo creado, las cuales son cercanamente emparentadas con las tempranas crisis de los poetas religiosos.»[Abrams: 227]  En esta observación  Abrams pone el dedo en la herida romántica: crisis, producida por el contraste entre el mundo idealizado y el mundo real. La cual abre rotundamente una brecha insalvable, espacio superpuesto en  que ha de refugiarse vitaliciamente la conciencia romántica, y en definitiva, escenario real en que ha de pervivir realmente todo  romanticismo.

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El saludo de mano del espíritu
Para Keats, la  intensidad era como un “saludo del espíritu”. Keats, mucho antes que  Bergson, le había asignado un papel importante a la intensidad, el duro acento de la tensión, por el cual se encuentran los hilos de la revelación poética. Ese golpe súbito de revelación,  propia de poetas e iluminados, y que le hizo decir a Pound que los poetas son las antenas del mundo, y a Shelly, que los poetas eran, sin saberlo, los legisladores del  mundo. Opiniones que, curiosamente, contrastan con las de Keats, para quien los poetas «eran las criaturas de Dios, menos poéticas de todas, por la razón, que  no tienen identidad, sino que se nutren  de la identidad de otrosEl poeta debe tener la capacidad de penetrar en el alma de las cosas y personas y construir  desde ahí  su visión poética» [Jackson Bates: 341]. Esta última afirmación de teoría estética de keats, la cual  no pudo desarrollar completamente, debido a su corta vida, encuentras su vinculo en el abrazo con otro poeta romántico alemán, Novalis para quien “todo está en todo”, y “el mundo se hace sueño; y el sueño, mundo” y se enrumba, influido por los filosofos  Schiller y Fiche hacia una  estética poética totalizante del mundo real con su abrazo novaliano. «El bien más grande reside en la imaginación».

SEGUNDA PARTE



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La exploración  romántica de la caverna
Si para Milton la poesía debe ser: sencilla, apasionada y sensual. Para  Frost  “la poesía es revelación” Estas ideas nos sugieren que la pasión es también una búsqueda. «La internalizacion de la búsqueda del romanticismo hace del poeta héroe, un buscador no de la naturaleza, sino de la maduración de sus propios poderes, y así el poeta romántico, da vuelta, no de la sociedad a la naturaleza, sino a lo natural de lo más integral de la naturaleza, que esta dentro de si mismo. La ancha conciencia del poeta no abandona su intimidad de una anterior unión con la naturaleza o la divinidad, sino que busca su propio ser» [Bloom :15] Por su parte Shelley, en su conocido ensayo Defensa de la Poesía, proclamaba: «lo que hace falta es una conciencia imaginativa que nos estimula a poner nuestro conocimiento en acción, y esto es lo que la poesía debe crear» [Spencer :8] Luego Keats afirmaba :«Yo no estoy seguro de nada, solo de la santidad del afecto del corazón y de la verdad de la imaginación- lo que la imaginación toma como belleza ha de ser verdad» [Spencer :12] Esta declaración es fundamental para entender el universo poético de Keats, él no solo asigna a la imaginación no solo una función creativa, sino  que la concibe como un potencia que lleva a la verdad, la estética y el bien moral. Resulta también sorprendente que esa afirmación de Keats, tenga su correspondencia con pensadores posteriores a el, en diversos campos de la estética y el pensamiento. Así el fundador del surrealismo Andre Breton, quien al igual que Keats creía: «La imaginación es en si misma la única fautora de la realidad.». [Lapaujade: 236], acompañado de un pensador social del lenguaje como Lacan quien sentenciaba, que el hombre deviene humano al simbolizar, que no es otra manera de decir imaginar, y un filosofo de la estética como  Schiller quien concebía la imaginación como la fuerza desbordante de lo real, y enunciaba  en uno de sus postulados en Cartas sobre la Educación Estética del hombre: «quien no se atreva a ir más allá de la realidad, jamás conquistara la verdad».

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La arquitectura de las nubes
Vemos en Keats un anhelo metafísico y colorido  reflejado en sus poesías, pero también como él mismo escribió a sus hermanos, en los últimos año de su vida : «Algunas veces pienso que he perdido el vigor y poder poético, que alguna vez tuve,[...] en su lugar, yo espero sustituirlo por un poder más completo y quieto» [Gettings :336] Finalmente, más que una búsqueda de Keats, hay una persecución poética por los tramos de una realidad que estaba más allá de la comprensión y de los gestos del razonamiento. Keats, fue un formidable cazador de contrastantes realidades y volátiles sensaciones, descubrió fosforescentes islas y recorrió labrados caminos, aprehendió fugaces mentes, vertebró los sonidos del viento y trasmuto sensaciones en elásticas palabras. Keats como ninguno de los románticos ingleses intentó encontrar la arquitectura de las nubes. Y si bien, Keats vislumbró destellos de esa realidad, su muerte prematura, le impidió alcanzar la plenitud de la visión.

14
Lo universal de lo singular
Así su amigo Severn, quien solía acompañarle en sus caminatas, afirma : «Nada parecía escapársele, el canto de un pájaro, el responsivo encubierto seto, el murmullo de algún animal, el cambio de luces de  los verdes y cafés, la furtiva sombra, el movimiento del viento ---justo como toman cierta altura las flores y las plantas--- el paso de las nubes, aún los gestos de los vagabundos, el color del cabello de una mujer, la sonrisa en la cara de un niño» [Jackson Bates :337]. Ese miniaturismo pictórico del detallismo en pleno  movimiento engarzado con  la poderosa idea abstracta, son potentes indicios para conectarse con  la mente de Keats, y aproximarse a su  concepción poética, A la vista navega la melosa  Oda a  Una Urna Griega, en cuyos versos finales, asienta las columnas fortificadas  del  reino de su poesía .Veámoslo:« La belleza es verdad, la verdad belleza, esto es todo lo que  sabes de la tierra y todo lo que saber necesitas»

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La canción sólida de los opuestos
Keats ha de haber cavilado mucho, entre ese ancho e inevitable cauce que separaba su amor por Fanny Brawne, y su  eminente muerte, su passaway. Ya en su correspondencia  escribía a su amigo Charles Armitage Brown: «El conocimiento de los contrastes, sentimientos por la luz y sombras, toda esa información [sentido primitivo] necesario para un poema...».En su poema Canción de los contrastes, anunciaba: «Bienvenida alegría y bienvenida tristeza/ hierba del Leteo y pluma de Hermes/ venid hoy y venid mañana / os amo a ambos por igual /adoro poner malas caras al buen tiempo / y oír una alegre risa en medio del trueno...» Esta correspondencia, se da también en su vida, los sentimientos ambivalentes por Fanny Brawne, «él no podía vivir con Fanny y el no soportaría vivir sin ella» [Gittins: 418].Sobre el  amor revelaba: «el cual ha sido, largamente, mi placer y mi tormento» Si bien este mundo de contrastes no es exclusivo de Keats, ronda naturalmente, pictóricamente, vigorosamente  en todo el romanticismo.

TERCERA PARTE 




17
La música de lo invisible
Pero en Keats, este contraste se magnificaba y llegaba a desnudar parte de la realidad, casi tocando ese mundo sobrenatural presentido pero no visible: «Son dulces las melodías que oímos, y aún más dulces / las que nunca escuchamos, seguid, pues, tocando,/ suaves caramillos, las más apreciadas/ por el espíritu, no las que oímos, sino las inaudibles». Así se expresaba keats en una de sus famosas odas, con gran certeza de estar tocando algo rotundamente sólido, aunque no lo viera, habitaba en él ese anhelo, de que tras los límites visibles hay canciones más dulces o palabras más brillantes que brillante, susurraba  un deseo casi platónico por las formas, «pues hay una armonía invisible e inaudible» y citando a Plotino  «la música sensible es creada por una música previa a lo sensible» Pero Keats también  llevaba de la mano una  necesidad súbita por percibir los contenidos; por lo que,  se aventura  lleno  de sensibilidad, flotando  entre ríos de colores de tonos verdes y oscuros y agudos y amarillos y elásticos,  que retumbaran como matemáticos ecos, un siglo después, en las calistenias poéticas de otro precoz lírico ingles : James Joyce,  y su poemario: Música de CámaraOigamos suavemente a Joyce: «String in the earth and air/ Make music sweet/ String by the river where/ The willows met/ There is music along the river / For Love wanders there,/ Pale flowers on his mantle/ Dark leaves on his hair».

18
Las bellas damas del romanticismo
En su poema Fancy, Keats se pregunta, ¿dónde esta la doncella ?/ cuyos labios maduran siempre nuevos. Estos versos pudieron haberse escritos pensando en Fanny Brawne, así en una carta le decía “Usted siempre es nueva” pero keats iba tras  el arquetipo, sin duda escribió muchos versos a Fanny, y sin duda es muy conocida  su correspondencia con ella. Pero, ¿qué era Fanny para Keats? Era un contraste luz y sombra, tormento y placer. Y como ya se dijo anteriormente, «”Él  no podía vivir con Fanny y el no  soportaría vivir sin ella» [Gittins: 418]. Sobre las mujeres escribió su poema “Mujer, cuando te veo petulante y vanidosa”, del cual se deslizan estos cremosos versos: «ligero pie,/ oscuros ojos violeta y cabello partido/ suaves manos de hoyuelos,/ cuello blanco,/ y cremoso pecho». En otro de sus poemas, Lamia, anuda este verso:”Ella era una gordiana forma de deslumbrantes  matices”, verso que nos recuerda el conocido poema de Wordsworth “Ella era un fantasma de placeres. /Cuando por primera vez relució ante mi visión.” O aquel otro de Bayron : She walks in beauty de su colección Melodías Hebreas: «Ella caminaba en belleza como la noche/ de un horizonte sin nubes y un racimo de estrellas» Hay una diferencia entre el poema de keats y el de  Wodsworth, quien  acepta que “Ella era un fantasma de  placeres”, pero concluye :”con algo de angelical luz” El poema de Keats, es más nebuloso, menos directo, medianamente idealizado, quizá por su temperamento exuberante, su imaginería vigorosa, su ímpetu inmediato; el cual se aleja de esa calma rupestre y de serenidad de estrellas más propia de Wordsworth. Por su parte el poema de Bayron es espontáneamente más directo Los poemas referidos, keats-Wordsworth y Bayron,  también pintan ecos y nos recuerdan la mirada en movimiento de los poetas italianos del siglo XIV, la poesía del Dolci Stil Nuovo, medievalista, marcada por el To Pass [ella pasa] de Guido Cavalcanti, Guido Guinizelli, Cino de Pistoya. Apreciemos: « ¿Quién es esta que llega que todo hombre la mira/ y hace estremecer la claridad al aire/ y trae consigo Amor, de modo que ningún hombre puede hablar/ y todos suspiran?» Suspiro visual que termina en Dante y su Vita Nuova, veámosla: «Tanto gentile e tanto onesta pare /la donna mia quand ella altrui saluta /ch ogne lingua deven tremando mutua...»”

20
EL perseguidor infinito
Pero si en los poetas románticos, hay una búsqueda muy visible, como  en Blake y Shelley, con su arquetipos apocalípticos y utópicos, y si en Wordsworth hay una búsqueda descansada y certera por instalarse en  la naturaleza, menos visible es la búsqueda de Keats, el más sensible de los poetas románticos ingleses; y quizá, el más despersonalizado en su trato a la poesía. ¿Qué buscaba Keats? Además de la belleza y la verdad, quizá una pista la encontremos en una frase curiosa pero reveladora, escrita en una de sus cartas a Fanny Brawne, decía keats: «yo quiero una palabra más brillante que brillante y una palabra más pura que pura» [Gittins :329] Si keats, quiere encontrar palabras más brillantes que brillantes o escuchar plácidamente canciones inaudibles, nos puede desconcertar, pero pronto repensamos, y verdaderamente que repensamos, más que desconcertados, estamos asombrados, nos damos rápidamente cuenta de que keats quiere algo más que los recuerdos. Si bien es cierto, que el problema del hombre moderno es que en parte, ha perdido  la capacidad de recordar, y el filósofo rumano Karel Kocik en un fino ensayo: La ciudad y lo poético, nos lo recuerda. Pero también es igualmente cierto, que el hombre moderno, « ha perdido la capacidad de asombro y el cultivo de los impulsos vigorosos que mueven la civilización» [Karen Kocik, Nexos: 1998:67-73]. Aquí emerge la figura del Thauma de Platon, que no es otra cosa que un llamado, la capacidad de asombro, de admiración, de maravillarse: y el cual es en el pensamiento griego, es  el origen del filosofar. Pero Keats, asombrosamente, va un paso adelante, él no está simplemente recuperando la memoria, él está trascendiendo a la  memoria. No es pues una preocupación de recuperación de vivencias personales, en  el sentido de Proust y su búsqueda del tiempo perdido, sino una búsqueda por la forma eterna, la memoria originaria, y la experiencia fundacional, quizá lo que el poeta de la primera oleada romántica inglesa, Coolridge,  llamaba “imaginación primordial” como «el vivo poder  y agente primero de toda humana percepción» [Lapoujade :1988 :137] O lo que vislumbraba tímidamente rebordeando el filosofo Heidegger sobre  el poeta Holderlin, en su ensayo “La esencia de la poesia. Algo que Holderlin buscaba entre los arrabales de la locura y la catedral de la lucidez: ver el rostro primero que es la esencia verdadera de todas las cosas. Esto nos recuerda los versos simbolistas de Yeats: «Yo estoy buscando por la cara que yo tuve/ antes que el mundo fuera hecho» Sentencia que también nos recuerda lo que afirma Lacan de que el hombre deviene humano cuando simboliza [Citado por Lapoujade: 193]. Pero para completar el circulo también habría que agregar que cuando el hombre simboliza, también diviniza.

21
La sonrisa transparente  de la eternidad
Finalmente, convoca keats una persecución poética por las huellas de una realidad sensible, de la cual solo le llegaban destellos que estaban más allá de lo visible inmediato.  Keats, fue un formidable cazador de realidades contrastantes  y volátiles sensaciones Al respecto, podríamos lanzar una atrevida hipótesis; por ejemplo, escribir que Keats con la potencia de lo  sensible quiso fotografiar  el instante, para encontrarse face to face con la sonrisa de la  eternidad. Si algo podemos agregar, a este mundo de contrastes y sensaciones, aunque podría parecer una hipótesis atrevida, o para abrir  la puerta del mundo de keats, y “saludarlo coloquialmente en espíritu”; podríamos aventurar la idea de que keats trasmutaba en el gesto del instante, la sonrisa de la eternidad. En fin Keats fue un poeta impecablemente remoto e inmediatamente imaginativo, de duro acento romántico, que entre la suave voz de su espíritu y la elocuente expresión de su  sensibilidad, se atrevió a escribir su propio epitafio «Aquí yace un hombre cuyo nombre fue escrito con agua».


 BIBLIOGRAFIA


Abrams, M.  1965   Estructure and Style in the Greater Romantic Lyric. In Romanticism and Consciousness.1970 Edit. Harold Bloom. Norton & Company, New York, 405 pp.
Bloom, H.  1969 “The Internalizacion of Quest-Romance” In Romanticism and Consciousness. Essays in Criticism.1970, Edit. Harold Bloom. Norton & Company, New York, 405pp
Conde Nast               Roma.Ediciones Conde Nast.Traveller, 331pp
Ferro, F        1990   Breve Historia de la Literatura ItalianaEdit. Porrua, 292 pp.
Gittings, R.  1968 JOHN KEATS.[Biography] Little, Brown and Company,                        Boston,  469 pp.
Heidegger, M.       “La esencia de la poesía”. Arte y poesia, Buenos Aires, 1992
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*Un extracto de este ensayo fue publicado en dos partes en la Revista Siempre de Diario el Heraldo, en sus ediciones del 18 y 25 de Enero de 2004. Una versión completa fue publicada en Caxa Real, UNAH,  2005. (6200 palabras.)


*Escritor hondureño. Todas las traducciones del ingles y las ilustraciones son del autor.