Lenguaje y escritura: Los diez consejos para ser escritor de Rainer María Rilke

 | PUBLICADO POR GUILLERMO | 
Rilke (Praga,1875 – Montreux, 1926) escribió a su amigo Franz Xaver Kappus (que fue subteniente de la armada real astrohúngara hasta que cambió las armas por las letras) diez cartas entre 1903 y 1908 en las que le daba alguno de los consejos más puros y sinceros que puede recibir cualquier aspirante a escritor. Estas cartas pueden leerse en su integridad en Cartas a un joven poeta (Alianza Editorial).
Los diez consejos para ser escritor de Rainer María Rilke
La correspondencia se inició cuando Kappus le mandó sus versos a Rilke para que los valorara. Sin embargo, Rilke le contestó: “No me referiré al estilo de sus versos, porque toda preocupación crítica me es ajena [...] No puedo entrar en minuciosas consideraciones sobre la índole de sus versos, porque me es del todo ajena cualquier intención de crítica. Y es que, para tomar contacto con una obra de arte, nada, en efecto, resulta menos acertado que el lenguaje crítico, en el cual todo se reduce siempre a unos equívocos más o menos felices”.
Así despachaba Rilke la difícil tarea de criticar los versos de Kappus y daba comienzo a una relación epistolar que se alargaría durante cinco años. En cada una de las cartas, que después hizo públicas Kappus, podemos extraer distintos consejos que aquí resumimos:
1. La búsqueda interior y la temática personal: en la primera carta, Rilke intenta aconsejar a Kappus y orientarle en su vocación escritora. Lo primero que debe hacer es buscar dentro de sí mismo los motivos que le empujan a escribir y no fiarse de nadie más que de sí mismo.”Nadie le puede aconsejar ni ayudar. Nadie… No hay más que un solo remedio: adéntrese en sí mismo”, le aconseja el poeta. En cuanto a la temática y a la inspiración, Rilke aclara: “No escriba versos de amor. Rehuya, al principio, formas y temas demasiado corrientes: son los más difíciles”, ya que es más complicado aportar algo propio donde ya hay multitud de buenos autores. El poeta checo le anima a buscar lainspiración en su propio día a día, en sus tristezas y en sus anhelos, en sus pensamientos fugaces y en su fe en algo bello. Y si esto no es suficiente, entonces que recurra a los recuerdos. “Para un espíritu creador, no hay pobreza”, afirma rotundo Rilke, y continúa diciendo que “el hombre creador debe ser un mundo aparte, independiente, y hallarlo todo dentro de sí y en la naturaleza, a la que va unido”.
2. Huir de la ironía y obras esenciales: en la segunda carta, una de las más cortas debido al mal estado de salud físico y anímico en el que Rilke se encuentra, es más superficial que la anterior. Rilke aconseja al joven Kappus que se aleje de la ironía en los momentos más estériles y que sólo la utilice para comprender mejor la realidad en los momentos fecundos. Es más, le exhorta a bucear en la profundidad de las cosas, porque allí nunca consigue llegar la ironía. La breve epistola concluye hablandole de los dos libros imprescindibles para el poeta checo: la Biblia y las obras del poeta danés Jens Peter Jacobsen, del que le recomienda la lectura de sus Seis cuentos y la novela Niels Lyhne.
3. La inutilidad de la crítica y la paciencia como la mayor virtud: La tercera carta vuelve a incidir sobre la inutilidad de la crítica, de acuerdo con la opinión de Rilke, ya que éste defiende que sólo el amor alcanza a comprender la obras y a hacerlas suyas: sólo él puede ser justo para con ellas. Rilke también le aconseja que se tome su trabajo con calma y no tenga prisa en alcanzar el éxito. Ser artista, en palabras de Rilke consiste en “no calcular, no contar, sino madurar como el árbol que no apremia su savia, mas permanece tranquilo y confiado bajo las tormentas de la primavera, sin temor a que tras ella tal vez nunca pueda llegar otro verano. A pesar de todo, el verano llega. Pero sólo para quienes sepan tener paciencia”. Es por todos sabido que la paciencia es una virtud, y en el caso de los escritores, la paciencia y la perseverancia es algo fundamental.
4. Elogio a la soledad, al sexo y las cosas sencillas: Rilke intenta guiar a su joven amigo a través de la naturaleza y educarle en el amor a las cosas sencillas e infímas, que le van a procurar un sentir más armonioso y equilibrado que si se aferra a las cosas ostentosas e inmensas (Rilke le escribe desde el norte de Bremen, donde se espera recuperarse de sus dolencias). Además, vuelve a pedirle paciencia con todas sus dudas y preguntas, pues si se familiariza con ellas y aprende a apreciarlas, poco a poco irá dando él mismo con la respuesta.
En esta carta Rilke profundiza en un tema que ya había ido acariciando superficialmente en las otras cartas: el poder del sexo. “En un pensamiento creador reviven miles y miles de noches de amor olvidadas, que lo llenan de nobleza y celsitud”, escribe el poeta checo y relaciona la creación artística con un parto. Llama la atención sobre todo la mentalidad tan igualitaria que Rilke exhibe en esta carta, defendiendo que “la gran Renovación del mundo consistirá quizás en que el hombre y la mujer, una vez libres de todo falso sentir y de todo hastío, ya no se buscarán mutuamente como seres opuestos y contrarios, sino como hermanos y allegados. Uniéndose como humanos, para sobrellevar juntos, con seriedad, sencillez y paciencia, el arduo sexo que les ha sido impuesto”.
Por último, Rilke aconseja al joven Kappus que ame su soledad, pues cuanto más lejos sienta lo más cercano, es que entonces él mismo está creciendo, tanto a nivel mental como personal. Y es este crecimiento un camino solitario en el que está obligado a soportar la “inconsciencia” y la “ignorancia” de otras personas, que no pueden seguirle ni entenderle.
5. De la quinta carta hay poco que destacar, ya que Rilke solo cuenta sus experiencias en Roma, ciudad en la que se ha instalado para pasar el invierno, y se encuentra abrumado por la melancolía que la ciudad exhibe y la belleza histórica que le rodea. Es también una carta bastante breve y anuncia una próxima más extensa.
6. Lo sublime de la soledad y la resignación en el trabajo: Rilke escribe esta carta el 23 de diciembre y con motivo de las fiestas navideñas, ahonda en el sentimiento de soledad que asalta a Kappus. No debe alejarse de ella ni evitarla, sino convivir con ella y aprender todo lo que pueda, a pesar de que sea “grande y difícil de soportar”. Rilke intenta consolarle también al joven soldado con aspiraciones a poeta sobre el hastío y la contradicción que supone su profesión con respecto a su vocación, diciéndole: “sólo puedo aconsejarle que considere si todas las profesiones no son también así: llenas de exigencias y de hostilidad para cada individuo y, en cierto modo, saturadas del odio de cuantos se han conformado, mudos y huraños en su sordo rencor, con el cumplimiento de un deber insulso y gris, falto de toda ilusión…”.
7. El aprendizaje del amor: el poeta checo reflexiona sobre el amor y sobre el aprendizaje que supone amar a un ser humano, así como lo peligroso de arrojarse al amor pasional y desenfrenado siendo joven e inexperto. “Así, el amor es por mucho tiempo y hasta muy lejos dentro de la vida, soledad, aislamiento crecido y ahondado para el que ama” concluye Rilke.
8. La pena como motivo de cambio y superación: Rilke intenta consolar al joven Kappus que se ha visto asediado por diversdas penas. Sin embargo, la pena no debe ser un motivo para paralizarnos ni degradarnos, sino al contrario: las tristezas nos hacen evolucionar y crecer, nos cambian por dentro y nos renuevan, sirviendo como motivo de inspiración. Nada es más natural ni honesto que la vida misma, por lo tanto “debemos aceptar y asumir nuestra existencia del modo más amplio posible”. Y es que puede suceder cualquier cosa, y sobre cualquier cosa se puede escribir.
9. La vida siempre tiene razón y a las dudas hay que pedirles explicaciones: así le aconseja Rilke en su penúltima carta a Kappus: que no ceda ante ninguna duda que pueda albergar y que les plante cara, y que acepte todo lo que le suceda, porque la vida es más sabia que ninguno de nosotros.
10. El arte se amolda a cualquier tipo de vida: en la última carta que RIlke dirigió a su joven amigo Kappus, le animó a continuar con su vida como soldado, ya que independientemente de su forma de vida en el regimiento, él podría prepararse para el arte y vivirlo a su manera. Rilke defiende férreamente que cualquier realidad está más cerca del arte que en las carreras artísticas, que, a su modo de ver, “niegan y socavan la existencia de todo arte”. El artista, o el escritor, lo es al margen de cualquiera que sea su realidad cotidiana.

Redactado por Marina Patrón Sánchez (@monbrightside)

Fuente: http://www.universodelibros.com/

En la plaza, por la tarde* por Mario A. Membreño Cedillo. Post Plaza de las palabras


En la plaza, por la tarde*

Mario A. Membreño Cedillo

Unreal city [...].
I had not  thought death had undone so many.
The Waste Land. T.S.Eliot


Por lo demás, algún atardecer he pisado la calle;
si antes de la noche volví, lo hice por el temor
que me infundieron las caras de la plebe,
caras descoloridas y aplanadas,
como la  mano abierta.
La casa de Asterion. J.L. Borges.

Al principio, el hombre  creyó que era  la belleza de la muchacha  lo  que lo había   perturbado, pero algo lo seguía incomodando. Súbitamente se percató de que lo verdaderamente  singular de aquellas escenas en movimiento, eran los paraguas. Pronto observó que no era cosa de una o dos  personas desperdigadas ociosamente con paraguas. Ellos  pasaban de dos en dos, de tres en tres, en grupo de a cinco. Pasaban en ráfagas siempre con sus paraguas negros  abiertos totalmente, y siempre con la vista fija hacia adelante; imperturbables y  lejanos, siempre convencidos por  un deseo vehemente de ir hacia adelante. Aquel horizonte de paraguas negros en movimiento lo tenía desconcertado,  extrañamente pensativo. Vio de nuevo al cielo buscando s Vio de nuevo al cielo buscando algún indicio de lluvia, pero  el cielo  estaba  raso y limpio. Finalmente, cuando los paraguas dejaron de pasar, el hombre conjeturó  que todo era alguna promoción comercial, o sencillamente un innovador estilo de protestar.

Todavía abrumado por la  extraña escena  de los paraguas; abruptamente, otra escena  lo conmovió. Las vio venir en fila, venían todas vestidas de negro, con sus brazos pegaditos a sus costados,   dejando a su paso una indefinida estela de lejanía. Prontamente las siguieron los niños, los adultos y los viejos.  Salían  de todas las calles, cruzando parsimoniosamente la plaza. Todos con un antifaz negro, todos en tenis blancos y todos envueltos en un fino silencio.  El hombre estaba sorprendido, y más le  sorprendió comprobar que nadie reparaba en el  insólito suceso. Y entonces,  anonadado y  expectante; siguió aquella marcha con la mirada  hasta verla  desaparecer unánimemente por la  Calle de los Espejos.

Después sorpresivamente  irrumpió una música estremecedora, era un ritmo primitivo de tambores, de aviso, de guerras tribales. Inmediatamente advirtió de  que desde los arboles  de la plaza; los pájaros  armaban en el aire una reyerta de aleteos. Pensativo,  y  todavía con aquel ritmo palpitante y abrumador  de tambores  y de pájaros en el aire;  reparó en  que  la  plaza se había quedado desierta. La quietud desértica de la plaza lo aturdió. Y por un instante  tuvo la impresión de que  las estatuas estaban a punto de bajarse de sus pedestales, y caminar glamorosamente por la plaza vacía. Pero el griterío lo sacudió antes que el repentino estruendo que bajaba de las Lomas  de Altamira.

Gritos agónicos revolvían las calles Orientales; y desde la calle de los Jinetes Negros, salieron cinco buses que pasaron  tronando rumbo a la  calle que tuerce hacia la Rotonda de los Poetas. Repentinamente una desbandada de gente cruzó espantada por la plaza. El hombre se levantó bruscamente de la banca. Y la gente como  un frío inmenso cuadro la  plaza. Entonces instintivamente, corrió  hacia donde toda  la gente corría y corría. Por un momento pensó que todo  era solamente un pánico colectivo. Mientras un creciente murmullo  ensordecía la calle peatonal abigarrada de asombrados vendedores, que también rompían despavoridos en una huida espectacular de colores  Y el hombre vio que detrás de él  solo iba quedando, calles  desmayadas y  pedazos de cielo atenazados entre  fachadas mutiladas y  altos edificios. Fue entonces que, por primera vez escuchó el grito «viene por la calle de al lado». El aviso se multiplicó como  una cadena de calientes voces, «viene por la calle de al lado»; y sin pensarlo, la marcha humana  tomaba la calle contraria, y doblaban por acá y seguían por allá. A la vista, los autos  abandonados, los semáforos encendidos (verde, amarillo, rojo) y una calzada  templada de  tumultuosas voces.  Desde lejos las bocinas de los carros herían el aire y los oídos; y el ulular de las sirenas abría como un bisturí  los lomos espantados del viento. Al  fondo, tres grises torres adelgazaban en fina postura, un verde horizonte. 

Ahora todos subían por la Cuesta de la Luna, que  cortaba la curvatura del río que se deslizaba en oscuro silencio. «Se acerca,  se acerca» se oía decir, y aquel murmullo huérfano reventaba en mil murmullos que ahogaban el redoble de los  temblorosos pasos que caían sobre el Malecón de los Ingleses. Seguidamente la muchedumbre se enderezo hacia  el  Puente de los Suspiros; y allí una bandada de pájaros desorientados paso velozmente por sobre sus cabezas.  Paralelamente en el Puente de las Monedas  avanzaba el horizonte negro de paraguas,  como una línea apretada hacia la Torre de  las Campanas.

Desbocada y siguiendo una dirección incierta, la columna pasó rápidamente  las calles amarillas,  y desde  la Plazoleta de los Cristales, vieron  a la distancia como se alargaba  la  extraña marcha de mujeres vestidas de negro con sus brazos pegaditos a sus costados, hasta doblar  silenciosamente  por  la Calle de los Frailes, y alejándose cada vez más de la corriente principal, rumbo al Panteón de los Gorriones. Mientras que la corriente principal  giro en otra dirección al ritmo enervante de los tambores que   volvían violentamente a  batir el aire.  En los Jazmines del Cabo, un olor a lavanda inundo el aire. Repentinamente, cesaron los tambores, y una nueva oleada de gente los replegó en   la vecindad de las casas onduladas,  donde una escalada de calientes gritos nuevamente incendió  el aire. Mientras que a  la vanguardia de la columna crecía un enjambre  desbocado de extraviadas miradas,  y los  brazos iracundos se levantaban definitivos señalando hacia  una perspectiva  imprecisa  que lentamente  se  iba cerrando; como una mano abierta y generosa que después del parpadeo del trueno, se convierte en puño solido, fulminante  y concluyente.

Por fin, entre gritos y vitrinas rotas,  el hombre oyó por primera vez el nombre. Sí, lo oyó perfectamente: Oyó el nombre como quien siente una mano tocar el hombro derecho o el ring, ring, ring, de un teléfono. Creyó que todo era  una vil broma, y se sintió casi ridículo al correr entre aquella gente que  huían despavoridamente. Corrían torpemente; casi histéricos, tropezándose entre si;  mientras una extraña sensación empezaba a ganarle la respiración. Si, corría libremente, corría brumosamente, descaradamente corría. Empezó a vociferar,  y las palabras avanzaban  entre un río de cabezas y un pánico de pies. La sangre caliente se le había subido  hasta la  coronilla, la respiración jadeante se le escapaba, y sus ojos enrojecidos quemaban el aire. Corría, si, también él corría. Y después de reírse escandalosamente, empezó a saltar furiosamente, y la gente aterrada, como una compacta sombra se le apartaba

Por último, el hombre empezó a sentir los latidos de su  corazón marcando sus implacables pasos; mientras  empezaba a bajarle una terrible pesadez por sus piernas como si fuera cargando el peso de una  enorme cabeza sobre sus  hombros. Para entonces ya  la baba le salía como un río verde por  la destemplada boca, y sentía el aire tibio de su aliento golpeándole tibiamente la cara. Rabiaba, felizmente rabiaba persiguiendo aquella masa humana, que espantada se perdía en   aquel perfecto laberinto de trazos indeterminados,  de ríos anestesiados, de puentes incoloros, de calles consagradas al olvido, de casas comatosas, de calles desabridas, de callejones desahuciados;  que se escondían impecablemente entre las hermosas apariencias  de una ciudad inmediatamente real; y la arquitectura sólida  de una ciudad, definitivamente, imaginaria.


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    De  Cuentos Telúricos © Mario A .Membreño Cedillo 







*Una versión de este texto, ligeramente más extensa fue publicada en el Diario El Heraldo, Sección dominical Siempre, 16 de mayo de 2004.Otra versión ha sido publicada en El Narratorio, Año 1 Numero 2, abril 2016, Argentina.