«El ojo que ves
no es
Ojo porque tú lo
veas,
es ojo porque te
ve.»
Antonio Machado
«…Se mira en la
temblorosa claridad a sus pies, pero se diría que sólo alcanza a ver su memoria
enamorada la inalcanzable imagen de una mujer perdida en remota contemplación.»
Julio Cortazar
«…Of all the mighty World of eye…».
William Wordsworth
El fin del Círculo
That, deaf and silent, read’st the eternal deep,
Haunted for ever by the eternal mind.
Intimations of Immortality from
recollections
of early childhood. William Wordsworth.
Para nosotros
resulta inútil querer discernir una trama que se confunde en un círculo, en que
el inicio también puede ser un final, y el final se puede convertir en un
inicio. Más laberíntico resulta trazar la frontera entre dos orientaciones, que
al final terminan siendo una sola, en que la realidad se ve nublada y el sueño
adquiere un viso de certeza. Para nosotros no había fronteras, ni líneas
divisorias. El mundo, decíamos nosotros, es una totalidad en que hay un
principio y un fin. Pero que se va alargando en múltiples ramificaciones
conectadas todas a la observación de una Mirada Original. En fin, para nosotros
el mundo era concreto y era transparente, era poderoso y era mágico. Pero también
era misterioso y era simbólico. Por eso había que tener la mirada atenta para
ver destellos de esa Mirada Original. Entonces era impostergable partir a
buscarla, era necesario jugar a las miradas. Ver más allá de las miradas y más
allá de las palabras. Había que mirar las palabras: Nosotros, la palabra
«mirada». Por que existía un fin del círculo más allá del círculo, más allá de
las palabras y más allá de la mirada. ¿Pero que habrá más allá de la mirada?
Nos preguntábamos nosotros. Mientras nos mirábamos y manteníamos cerrado el
círculo en silencio. Entonces, sonaba el teléfono, y tocaban a la puerta, y se
oían pasos en el pasillo. Pero nosotros no contestábamos el teléfono, ni
abríamos la puerta. Ni sabíamos quien se alejaba por el largo pasillo. Nosotros
éramos los vigilantes del Fuerte Apache. Los últimos Vigilantes del Crepúsculo
de la Primera Mirada. Declaración de Fe del Circulo de Fuerte Apache, 1965.
I
Desde la
ventana se contemplaba el gran redondel de edificios, como si fuesen una
caravana estacionada en círculo para protegerse del ataque de los sioux. Y
mientras, el capitán Maravilla esperaba pacientemente el asalto confiado en su
astuto plan defensivo, la princesa de Thule permanecía bien resguardada; y el
flaco López estaba ocupado disponiendo correctamente los últimos detalles en
los puntos más vulnerables del fuerte. La resistencia, al principio
complicada, al final resultó heroica. El Fuerte Apache no cayó, pero los sioux
lograron llevarse a la hermosísima princesa de Thule. Escena uno: Inicio del círculo.
En ese entonces nosotros no conocíamos a López, porque
López no estudiaba en la misma escuela. Lo llegaríamos a conocer poco después,
en una pequeña celebración de cumpleaños en la cual nunca supimos a quién
festejaban. Casi enseguida vino lo de la incorporación de López al Fuerte
Apache; y casi inmediatamente después de eso, se cruzó lo del Lolo. Aquel
suceso fue inesperado y fulminante. Todavía no terminamos de creérnoslo y
pareciese que él todavía vaga por ahí; aún aferrado a las miradas, y negándose
a disolverse en la profundidad de un solo recuerdo inconcluso.
Pero, por
supuesto, estaba lo del homenaje póstumo al Lolo. Todos nosotros recordábamos
bien esa tarde; primero, llegó López y con aire de misterio nos llamó y nos
condujo a un pequeño cuarto; no sin antes pasar por la puerta trasera de una
cocina que olía a sopa de papas y ajo, bajar unas gradas metálicas que a cada
paso sonaban a trueno, y después de caminar casi de puntillas por un patio
cubierto de geranios, cruzar bajo un temblor de pies un pequeño traspatio de
sábanas colgantes, que uno iba apartando como si fuesen ramas. El cuarto tenía
una gran ventana del tipo corredizo; la cual parecía abrir la entrada a otro
mundo; y dar cabida en su fondo a la cresta de las montañas, montadas en una
tonalidad traviesa de tonos rojos y grises, y al cielo completamente enfundado
de nubes, bañadas por una luminosidad perfectamente equilibrada, que convocaba
un aire de irrealidad y potencia
II
Entonces
después de habérsela enseñado a todos, se la llevó a la boca poniéndola
cuidadosamente entre los labios. Y luego, con la otra mano López saco del
bolsillo de su pantalón una cajita de fósforos; entonces la abrió y tomó un
palillo y encendió un fósforo. Lo mantuvo a la altura de su mirada para
asegurar que la llamita estaba viva y robusta. Y todos sintieron que la llamita
danzaba y los miraba, y López acercó la llamita a la tiza blanca que le
temblaba en la boca. Pero lo que todos creyeron que era una tiza, comenzó a tomar
por uno de sus extremos el color rojizo de un diminuto carbón encendido; y
aunque por nada del mundo se imaginarían a López arriesgarse tanto, ellos
pensaron que aquello fuese lo que fuese, le explotaría en la cara. Escena dos: el circulo del fuego.
Una vez dentro del cuarto, todos nos pusimos en círculo.
López se puso en el centro, con su aire de misterio y de silencio interminable.
La curiosidad había aumentado a la par de nuestra impaciencia. Por fin, López
abrió su mano, la cual había tenido cerrada desde que nos llamó y nos llevó a
aquel cuarto a prueba de ataques de los sioux. Nosotros éramos sólo miradas y
un silencio de constelaciones tardías. En algún momento nos figuremos que toda
la ceremonia se reduciría a comentar lo del rumor de la rubia del A22; pero el
asunto no era con ella, ni tampoco con el capitán Maravilla y mucho menos con
la escultural princesa de Thule. López prosiguió con su ritual extraterrestre,
extendiendo la palma de su mano y poniéndola casi en nuestra cara. Siempre a la
altura de nuestra mirada. Todos lo mirábamos esperando al menos una
explicación, hasta que lacónicamente dijo:
—Es un
cigarro, se lo robé a mi tío Carlos. Ése fue el primer cigarrillo que vimos en
nuestra vida. Es por el Lolo —agregó López justificándose—, una bocanada por
el Lolo.
Nos pusimos
de acuerdo de que todo era por el Lolo y así después de encenderlo, nos fue
pasando el cigarrillo a cada uno y todos empezamos, entre tosidos y tosidos, a
humear como locos. Así empezó el juego, fue Ramírez el que casi en son de broma
dijo:
— ¿Vieron al
Lolo? —Al señalarlo pensamos en una voluta de humo que iba ascendiendo lentamente—
luego lo recalcó más seriamente, ¿vieron al Lolo? Nos quedamos impávidos,
creímos que todo era una especie de remate del ritual. López afirmó que sí y
después todos dijimos, entre serios y vacilantes, que sí habíamos visto al
Lolo. Pero, por supuesto, por qué no podría estar el Lolo aquí, si aquí
estábamos todos y seguro que; entre humo y humo, entre el ring del teléfono y
el toquido de la puerta, el Lolo también estaba aquí.
III
Peralta
quiso decir algo y se arrepintió; pero luego dijo, sabes que yo lo vi la semana
pasada en la parada de autobuses. No se los había querido decir, váyanse de
espaldas, que a pesar que él me miró, pasó de paso sin saludarme. Yo me quedé
con el «quiubo» en la boca y el siguió caminando muy campantemente, como si
nada. No se imaginan el coraje que me dio. Pero si ya sabes que él es así, muy
típico del Lolo, nunca cambia. Pero ¿cómo va cambiar? Si todo es una
continuidad. Saben el dicho, «como es arriba es abajo». Quieres decir que allá
es igualito que aquí. Más o menos, solo que allá las cosas son más
transparentes. Escena tres: el circulo de la transparencia.
Después de aquella reunión de cuando en cuando, nos
reuníamos en Fuerte Apache. Nos la pasábamos departiendo sin preocuparnos de lo
que conversábamos. Aún sin decirlo, era como si lo que dijésemos no tuviese
importancia alguna, casi como si adivinásemos que las palabras no tuviesen
peso y que una sola mirada valiese más que mil palabras. Era en esas ocasiones
que a veces Ramírez, casi entre mirada y mirada, nos decía que había visto al
Lolo:
—No me creerán que hasta me saludó. Me lo encontré en el
zaguán de los Valdivia, igualito que siempre, usando esa gabardina negra, como
si no tuviese otra.
—Eso no es así. ¡Miren! Esa gabardina era su preferida, la
llevaba como cosida al cuerpo, entiendan, se la dio Padre. Ustedes saben cuanto
respetaba a Padre. Dijo Constantino mientras se levantaba y nos miraba.
Poco a poco
lo del Lolo se había convertido en un tabú, aunque ni a López ni a Ramírez
parecía preocuparles mucho. Ellos habían aceptado aquello sin resistencia,
sin quejarse y casi en silencio. Pero, ¿quién puede quejarse de algo así? ¿Y
quién puede preguntar sobre esa materia? Una mirada es una mirada. Como si toda
queja fuese inútil y toda pregunta vana. Sin embargo, lo único cierto era que
todos estábamos seguros de que eso de transparentarse era algo serio. En
realidad, casi nos habíamos acostumbrado a nombrar al Lolo tan frecuentemente,
que uno nunca dudaría que el Lolo no se encontrase aquí con nosotros.
Aquel rito de
mencionarlo, de afirmar su presencia omnímoda en todas partes: en el cine, en
las reuniones de Fuerte Apache, en una partida de ajedrez. Siempre el Lolo
diciendo: «presente». Es como si su mirada estuviera siempre observándonos. En
la escuela aquello comenzó a convertirse en un despreocupado hábito.
Pero sin
dejar de lado los momentos placenteros, lo del capitán Maravilla y la
provocativa princesa de Thule, había algo extraño en todo lo de la presencia
del Lolo y quizá intuíamos que aquello, casi se había convertido en una
adicción. No sé por qué lo seguíamos haciendo, tal vez era porque muy en el
fondo
todavía nos resistíamos a aceptar lo de la partida del Lolo. Comprendíamos el
testimonio de su última mirada. Pero aquél hecho había cambiado todo el
equilibrio de las cosas; desde entonces lo importante ya no éramos nosotros y
el Fuerte Apache, ni siquiera el capitán Maravilla, ni tampoco la escultural
princesa de Thule, sino que cada vez más lo único importante era el Lolo. Era
como si él nos fuese arrastrando contra la corriente y todavía quisiera ser el
gran jefe, para continuar con su mirada eternamente.
Aún cuando lo
importante no era lo que veíamos aquí, sino algo que se ocultaba más allá del
alcance de nuestras miradas, y que aún no llegaba a preocuparnos. Algo que nos
acechaba más que los visigodos y los sioux o los bucaneros de Chapinero.
IV
Ya te lo digo vale más una mirada
que un chisme de mil palabras. Lo que si es cierto es que en la escuela ya
todos saben lo del Lolo. Ayer hasta el profesor Eustaquio me llamó y me
preguntó. Y le dije, la purita verdad, que veíamos al Lolo todos los viernes en
Fuerte Apache. Ni te figuras la cara que puso. En todo momento él me miró sin
bajar la vista y sin desenvolver una sólo palabra; y luego se marchó
acompañado de su acostumbrado traje negro acuestas, hasta perderse en el fondo
negro del corredor de la Capitanía General. Y se los juro que desde donde yo
estaba parecía que el fondo negro del corredor se lo había tragado. Escena
cuatro: el circulo de la mirada.
Poco después de lo de la Jesusita que
salió con que lo miraba por todos lados. López le había dicho a Ramírez lo
fastidiado que estaba de que todos, vieran al Lolo en todos los ángulos de la
mirada. Pero también entendíamos que no podíamos detener las miradas. Pero él
sólo era asunto de nosotros. ¡Miren! Todos saben bien que nosotros siempre lo
hemos respetado, el Lolo es el Lolo, una mirada es una mirada. Lo de Jesusita
pasa como una nube que pasa sin que a veces miremos que pasa. Más para nada me
cuadra la mirada que toda la escuela ande al Lolo en todos los ángulos de la
mirada.
Dondequiera que vamos nos reciben con
que el Lolo ya estuvo ahí. Tienen razón, a ninguno de nosotros nos gusta que
todos tengan en la boca al Lolo. La mirada del Lolo se merece más respeto.
Nosotros somos nosotros, lo que no soportamos es esas miradas que ni siquiera
conocieron bien al Lolo y que ahora andén viéndolo por todas partes. ¡Miren!,
que todo esto ya se convirtió en una epidemia, ya no es solamente que anda de
boca en boca, sino, mírenlo bien y atrápenlo con la mano, que ahora el Lolo
anda de mirada en mirada. Y pónganse de rodillas, lo que dijo la Martita del
A1, que se había encontrado al Lolo en el ascensor del B2 y que el Lolo olía
lindísimo; y por supuesto también estaba lo de Jesusita. Mira que todos los
días veía al Lolo cuando el cielo empieza a sonrojarse en colores violetas y
naranjas.
V
A poco así, si podemos soñar con el
Lolo. Mejor soñemos con la rubia del A22, averigüe por ahí; y te aseguro que
luego lo confirmé por allá, que los visigodos se la llevaron, toda una noche
para ellos solos. Y ya saben entre luna y luna, punta de estrella. Con todos
esos en la pesca, el asunto ya esta mas allá de la geometría, y solo al
alcance del capitán Maravilla y la mirada tangente de la princesa de Thule.Escena cinco: el circulo del sueño.
Luego vino lo de
Gallo, al principio no se lo creímos, nos lo dijo una tarde del viernes,
después de Educación Física:
—Ayer por al noche
vi al Lolo. Dijo Gallo casi con pena y rencor.
— ¿Si? ¿Y te habló?
Preguntó Constantino.
— Te lo digo en
serio, lo vi, pero no aquí, lo soñé. Y no me gustó para nada el sueño. Esta
vez, Gallo lo dijo con un tono de resignación.
Todos le prestamos
atención a Gallo, porque él no era de los que escupían balas de salva, su mirada
era poderosa, era la cabeza pensante en las cosas delicadas. Nadie había soñado
nunca con el Lolo. Eso de soñar al Lolo era nuevo. Era una evolución de la
mirada. Y a López tampoco pareció gustarle para nada que Gallo soñara al Lolo,
porque esa era otra cosa, una cosa totalmente otra cosa. Tan diferente como
soñar con un bola fulminante de fuego en lugar de una pelota inmaculada de
béisbol.
Al oírlo, nosotros sólo mirábamos a
Gallo y; sin decirle nada, todos mirábamos lo mismo. Entonces Gallo nos miró
como nunca nos había mirado, casi con la mirada del capitán Maravilla. Como
esperando alguna palabra en las miradas, pero qué podríamos decirle nosotros.
Entonces el se termino yendo, y se fue con su mirada cabizbaja, también sin
mirar palabra. Al final todo solamente había sido un encuentro de miradas.
Luego le siguió nuevamente lo de la
Jesusita, con su dale y dale y dale. Pero, párenle con la Jesusita, lo que en
verdad se me ocurre es que Gallo algo se trae entre manos. Acuérdense de que él
nunca terminó de aceptar al Lolo como jefe, y que cuando hicimos la primera
reunión en casa del Lolo, Gallo fue el único que después que elegimos al Lolo,
salió con la cara destemplada. A todos nos pareció que Gallo nos quería dar
vuelta con el tal sueño. Por qué no se lo preguntamos al mismo Lolo. En un caso
así puede atreverse a hablarnos. Como decía el Lolo: «Cuando las cosas urgen,
las razones miran».
VI
Al día siguiente Gallo volvió a
salir con lo del sueño: les aseguro que yo soy el que más quiere dejar de soñar
con el Lolo. No es por nada, a mí la mirada del Lolo me sentaba bien, pero esto
del sueño no me encaja en la mirada. Es siempre el mismo sueño, él frente a mí,
con su mirada fija, a puro flotar en el aire; y haciéndome señales con los brazos
cruzados al pecho. Para nada me gusta eso. No quiero agujerearles el fin de
semana, pero ese juego de miradas no me gusta. Escena seis: el círculo
de las señales.
— ¡Miren! No me
gusta esa vuelta de hoja, pero lo volví a soñar. Y no me hablaba por más que yo
quería que me hablase. Sólo me miraba, fijamente, a los ojos como si su mirada
quisiese hablar, hacía señas moviendo sus brazos y cruzándolos frente a su
cara, como quien quiere dar vía en un cruce de miradas; luego, bajaba su
cabeza contra el pecho, escondiendo su mirada. Dijo Gallo.
— Y miren que puede
ser señal de algún peligro, Agrego Sandoval. Tal vez los visigodos estén planeando
asaltar el Fuerte Apache.
—No, ellos no
harían eso. Lo de ellos es solamente cuestión de conquistar miradas en las
calles, nunca le han entendido a la táctica de la mirada fija. Dijo López con
absoluta serenidad.
—Yo creo que puede
ser más bien un ataque de los sioux, los condenados han estado muy quitecitos.
Afirmo Constantino
—Tienen razón, yo también los he visto
muy apagados, cuando andan así es que algo se traen entre miradas. Dijo Peralta
casi al vuelo.
—Ayer en el recreo, vi al gordo
Sanhueza hablando con el fósil de Sánchez. Eso me dio mala espina, ya que
cuando los vi, ambos dejaron de hablar y como si fuesen pies asustados, se
fueron corriendo por diferentes niveles de la mirada. Observo Sandoval
— ¡Miren! Al tal fósil no le crean,
seguro de que lo único que persigue es preocuparnos con su mirada y, además,
ustedes saben bien cuánto detestaba el Lolo a los sioux. Volvió opinar Sandoval.
— ¡Miren! A mí los visigodos no me
inquietan, desde que el tal Hilario les renunció ya no son la misma mirada.
Dijo Peralta
—La mirada afortunada para todos es
que Hilario se fue para Perú. En fin, dejemos de mirarnos, ahora sí, vayámonos
al Cádiz. Dijo Ramírez.
— ¿Y con qué? si estoy desahuciado,
casi transparente, miren que ya desdoblé todas las gavetas y agote todas las
miradas y nada. Yo podría conseguir algo, reunámonos mañana a las cinco en el
Cádiz, ahí nos miramos las caras y vemos cuánto andamos. Dijo Peralta mientras
todos se ponían la manos en los bolsillos.
—Y no se asusten, que de peso en peso, se construye la mirada de la
catedral. Sentencio López
VII
Al día siguiente lo que sucedió es
que no fueron al Cádiz. Decidieron esperar a López. Ayer avisó que traería
buenas miradas. Quizá ya se entendió con el Lolo y desenredó el asunto. Pero
López no se había comunicado con el Lolo. Lo que si había conseguido era una
invitación para irse el fin de semana de miradas. Escena siete: el
círculo dela iniciación.
Nos caerá bien, necesitamos un
descanso. Mira apenas son tres días, y lo bueno es que no necesitamos ir a
ningún hotel, ahí está la casa de montaña de tío Horacio, cerca de Girardot.
Mira hasta podemos invitar al Lolo, sé que la idea le encantara. Ya saben
cuánto le gustaba eso de ira oscurecerse en el Cádiz, y eso de salir afuera de
la ciudad, y vaya suerte renca que nunca pudimos ir más allá de Zipaquirá.
La verdad, hasta podríamos decirle a la
Jesusita que nos acompañe. Aunque sinceramente no creo que venga. Mira, eso no,
éste viaje sólo será cosa de nosotros. Si llevamos a Jesusita nos lo ahueca
todo. Además ya conocemos lo habladora que es, uno nunca está seguro de lo que
está mirando, hasta que ya la tienes encima haciendo lo que pensaba. Mira,
además ni creo que ella venga, no es tan sonsa, bien que se las imaginará que
si se descuelga con nosotros, le echaremos la mancuerna. Al menos podríamos
intentar invitar a la rubia del A22. Mira, esto es para relajarnos. No podemos
llevar a nadie más, además nadie de nosotros conoce a la rubia del A22. ¿Y
dónde queda lo de Gallo? ¿lo llevamos o no? Por las dudas, pongámoslo en cuarentena
para medirlo, me late que no anda en buenas miradas. Desde hace ratos lo veo
medio raro, además nos va a desfondar el viaje con lo del sueño del Lolo.
VIII
Y la chavala seguía imperturbable
como si fuera el único pasajero del bus, la ultima mujer del planeta, la única
heroína de un comic. Ella se peinaba la mata de pelo con ritmo y esmero,
delicada muñeca, que a cada cepillada movía las estrellas. Entonces al bajar el
vidrio de la ventana, el aire entró en estampida, descomponiéndole el cabello
que rebelde y desbocado, huía hacia atrás. Y allá arriba algunos planetas
temblaban en sus orbitas. Entonces la chavala para deshacerse de la tiranía de
su cabellera, se paro y volvió a cerrar la ventana, y los planetas volvieron a
su ruta milenaria de eternos aspirantes a carteros. Escena Ocho: el
circulo de la revelación.
A la mañana siguiente todos estaban
dentro del autobús, menos Gallo, a quien no le habíamos participado del viaje.
— ¡Miren! Aquí va el Lolo, había
señalado Lo
pez hacia un
asiento vacío.
—Lo que se va a divertir, dijo Ramírez
desde el asiento delantero.
—Mira la chavala sentada adelante.
Señaló Constantino a López que aún no la había visto.
Entonces López la vio y casi jura que
era la princesa de Thule, pero luego se desdigo. Mientras tanto, el autobús
había aumentado de velocidad en una recta y desde el retrovisor del camión iban
desertando de la mirada, atrás los amarillos del pasto y los verdes de la
montaña. Sin perder tiempo el capitán Maravilla volaba de página en página para
rescatar a la princesa de Thule. Vuelta de página y López que leía que todavía
el capitán Maravilla no había podido rescatar a la princesa de Thule. « ¡Miren!
Esto del capitán Maravilla no es lo mío, mi mirada va en otra dirección» decía
López, mientras la carretera curveaba y el autobús domesticaba las curvas
marcando con rencor las llantas. Y vaya a saber en qué momento las llantas del
autobús dejaron de tocar el pavimento, y quedaron suspendidas en el aire, y el
paisaje empezó a ladearse.
Quizás fue cuando la chavala de bucles
de oro apabulló su mano de cristal contra su cabellera dorada; y de pronto un
coro de gritos salió despedido por las ventanas. El chofer se estremeció y sus
manos finas siguieron caprichosamente en otra dirección a la de la mirada.
Pronto se produjo una andanada de frenazos, y después también se oyó un fuerte
«crash» que apabulló todas las miradas. Y las cosas que giraban y pasaban en
aluvión de velocidad y miradas. Y la chavala bucle de oro que iba adelante,
salió disparada por el vidrio delantero con la levedad metafísica de un
gorrión; seguida de otros cuerpos que volaban y caían rotundos en una alfombra
de piedras espartanas, acompañados de pedazos de metal que pasaban cortando el
fino aire, y pedazos de vidrios salpicaban la periferia de la mirada. Mientras,
el bus desenfrenado se restregaba con furia de titanes, de vuelta en vuelta
rodaba por la ladera alisada; y dos mulas que pasaban saltaron como cabras.
IX
Y desde el fondo del barranco
volaron cinco pájaros negros. Y el capitán Maravilla descendía por el aire
envuelto en acrobacias formidables y una legión de miradas. Pero, ¿Dónde cielos
esta la princesa de Thule? Escena Nueve:
el fin del circulo.
En la escuela la conmoción fue general
y nadie terminaba de creérselo. ¡Miren no más!, que únicamente el Lolo se
salvó porque fue el único que se reclinó y bajó la cabeza con los brazos
cruzados al pecho como recomiendan en los aviones. Y también Gallo quedó fijo,
ya que no fue porque su mirada no fue convocada.
Y ahora miren a la Jesusita echa un
llanto de paño azul, todavía no termina de creerse que el Lolo fue el único que
había salido con su cuerpo entero, su mirada invicta y sus facultades intactas.
¡Miren! Nada más al Lolo, ahora anda pura pena negra. Mejor que él también se
hubiera ido a fundar el Fuerte Apache en otro reino de la mirada. ¡Vaya clavo y
mirada negra!, lo dejaron aquí, arruinado y solito, con los bucaneros de
Chapinero, acortándole la pista, y con los sioux y los visigodos ahuecándole la
mirada.
Luego siguió la costumbre pertinaz del
Lolo, que ya se volvía borrosa de andar de mirada en mirada; y que al salir de
la escuela había visto a Constantino en la calle de las Esquinas Verdes y que
Pereira andaba preguntado por López en la calle de las Valencia. Todos
pensaron que al Lolo pronto se le pasaría, y que pronto volvería a ser la
misma mirada.
Pero, miren que ya ratos de eso, y
hasta la Jesusita trató que él entrase
en la mirada de la razón, sin lograr nada a cambio. Siempre al fin de clases
los viernes por la tarde; « ¡miren!, que ahora mismo voy a verlos al Fuerte
Apache. ¡Miren!, que nos quedamos de ver en el Cádiz con Peralta. Y miren que
el domingo nos vamos todos a la quinta de Bolívar. Y cuánto nos vamos a
divertir cuando nos vayamos a la playa, hasta vamos a llevarnos en la mirada a
la rubia del A22. Y miren cómo al caminar el Lolo iba con los brazos pegados al
pecho; y luego los abría a todo lo ancho, recibiendo a plenitud la mirada del
imperio de Cristo Crucificado.
Y cinco pájaros negros
volaron desde el fondo del barranco, mientras en el Fuerte Apache la bandera
ondeaba a media asta y alguien lejanamente tocaba la trompeta llamando a
filas. Eran las cinco en punto de la tarde y cinco pájaros negros surcaron el
cielo azul en perfecta formación geométrica. Mañana, al mediodía
irremediablemente, atacarán los sioux y el astuto capitán Maravilla por fin
rescatará la mirada de la hermosísima princesa de Thule.