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Cuentos Hispanoamericanos. El guardagujas por Juan José Arreola. Post Plaza de las Palabras.






Plaza de las palabras , continúa con su sección Ciertos hispanoamericanos . En esta ocasión presentamos el cuento El guardagujas (1 ) (1952 ) de Juan José Arreola (1918-2001). Escritor, traductor, editor, profesor universitario, fundador y director de revistas, muy cercano a esa multitud de escritores mexicanos, que aunque no todos los demás generadores en la   generación del 50 , y que sin alcanzar la fama y logros de Octavio Paz, Carlos Fuentes o Juan Rulfo, porque no crecieron amparados o arrastrados por el boom de la literatura latinoamericana. No obstante, sí hubo escritores destacados y formadores de escritores, además de subrayar su propia obra, por lo general cuentística y novelística, han sido grandes gestores de la cultura mexicana. Ensayistas, traductores, críticos literarios, fundadores de revistas, antólogos, profesores e investigadores culturales. Algunos de ellos incursionaron en la diplomacia. Valga menciona a esta notable clase de intelectuales, puentes entre la cultura y el lector: José de la Colina, Sergio Pitol (recién fallecido), Gabriel Zaid, Salvador Elizondo, José Emilio Pacheco, Carlos Monsiváis, Elena Garro, Rosario Castellano, Elena Poniatowska , Juan Villoro y por supuesto el mismo Juan José Arreola. Todos ya fallecidos, salvo Elena Poniatowska (1932) y Juan Villoro (1956), que pertenece a una generación más joven.  

Juan José Arreola, público varios libros de cuentos, Varia invención (1949), Confabularlo (1952), Palíndroma (1971), Bestiario (1972), una novela La feria (1963), y también público varios libros de ensayos. En uno de sus libros se planteó el estilo y la escritura a los autores de la talla de Marcel Schow, escritor y formador de escritores, y de otro menos popular, pero con todo, un escritor escurridizo e iconoclasta: Giovanni Papini. En algún lugar también confeso haber sufrido la influencia en su temática narrativa de escritores, cuentos como Frank Kafka, Charles Baudelaire, Julio Torri y JL Borges.




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El cuento seleccionado, El guardagujas , es un representante de su obra y posiblemente su mejor cuento. Un cuento que no pierde su vigencia, numerosas veces antologado; y siempre  un   punto -no solo obligado- de referencia de la cuentística de Arreola y mexicana, sino también de la cuentística latinoamericana. El cuento pertenece a su obra Confabularlo , 1952.    El guardagujas , no es un cuento muy extenso, apenas sobrepasa las 2300 palabras. Y su contenido se echa al hombro la temática de una realidad latinoamericana, centrada en lo absurdo. Así como hay un realismo maravilloso y un realismo mágico, también coexiste un realismo absurdo . Después de su lectura, una primera captura nos recuerda a ese personaje de la novela de Gabriel García Márquez, El coronel no tiene quien escriba , las páginas en las que un ex empleado se pasa toda la vida esperando una pensión que nunca le llega. En el guardagujas , una manera colectiva asume una atmósfera parecida. Un viajero, ya con boleto en mano, corre el riesgo que el tren que espera nunca pase. O si pasa a llevar a un destino diferente al que espera. No deja de respirarse un dramatismo silencioso y avasallador. El teatro del absurdo convertido en relato. El cuento refleja una pavorosa realidad, que va más allá de lo que absurdo.

Lo que hay que hacer es un estado patético, y su presencia se ha vuelto omnipotente, no solo en la realidad, sino en otra realidad en su ilimitado antojo. En este cuento duerme plácidamente un sustrato kafkiano. Aquí la diferencia con los personajes de Kafka, es por eso que no quiero la salvación. En El guardagujas , por lo contrario el personaje intenta hacer algo, cumplir su objetivo, pero las fuerzas externas son abrumadoramente superiores. Para el forastero subirse al tren es más una aleatoria, casi fortuita: Ganarse el gordo de la lotería ferroviaria. En ese mundo sin explicaciones, el ciudadano, el hombre, el sujeto se encuentra completamente solo. Estamos ante un mundo arcaico y kafkiano y potencialmente desintegrador.

En el cuento solo aparecen dos personajes vivientes. El primer personaje es el forastero que llega a una estación ferroviaria y cuyo objetivo es subirse a un tren que lo lleve al lugar que indica el boleto. El segundo personaje del cuento es el guardagujas, el hombre es un hombre de edad, afable y bien intencionado, trabaja para los ferrocarriles y por su experiencia y sabe lo que pasa con los trenes. No representa el mal, ni nada por el estilo. No hay héroes en ese cuento, ni tampoco es un cuento que protagonicen, ni los buenos ni los malos. Los malos nunca asoman la cara ni los buenos tampoco. Si existe, hay más allá del texto. El forastero, si algo representa, es la encarnación de la inocencia, la idealización normativa del mundo, la iniciación a la realidad. En tanto el guardagujas, representa la experiencia, el sabe lo que pasa, pero él no puede cambiar las cosas, solo un eslabón de una cadena interminable. Donde el funcionalismo ya lo ha absorbido todo. No es que el guardagujas no quiera, sino que no puede, solo es un operador funcional y resignado del sistema. Y ese es el mal epidémico de las grandes organizaciones, sobretodo cuando se reviste una ideología cualquiera. El ser humano es caricaturizado o convertido en un pigmeo. Aquí la ideología puede ser el Estado en sí, o sencillamente una ideología política o corporativa empresarial. Estamos en este paisaje ante un debate sin tesis ni antítesis, entre El Ogro Filantrópico de Paz, y una versión desnaturalizada del Leviatán absolutista de Hobbes. Ambos mundos, ensambladores de una máquina que con o sin rostro se reproducen sin cesar, imponiendo su lógica funcional sobre una realidad real existencial.  

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Sin embargo, el texto va más allá. Desde esquina del cuento, asoman   dos tensiones en conflicto. La primer a, La juventud y la vejez. El forastero representa - no sé consciente de su edad - , esa juventud del que no sabe, el guardagujas a su vez es la vejez que sabe. Y aquí brinca un pero. Pero, ¿por qué el forastero no sabe cómo funciona el sistema ferrocarrilero? Parece que acaba de nacer o vivir en una realidad distinta. O quizás el autor, Arreola, sigue ese binomio del modernismo - no el modernismo literario - , y nos presenta dos extremos: la ignorancia y la sabiduría El personaje que no sabe nada y el que casi lo sabe todo. No obstante, lo que sabe es el viejo guardagujas, es una captación de una discreta gnosis basada en el empirismo, pero tampoco representa la catedral de la sabiduría. Toda su experiencia es sobre los horarios o cómo funciona el sistema: él es lo que hace ahora se llama, un especialista. 

La segunda tensión es más compleja y radical en el tiempo y el movimiento . Empezaremos con el movimiento. En ese cuento nada se mueve, es un mundo hiperbólico que funciona con meras posibilidades. Todo lo que plantea el guardagujas es hipotético, no es un mundo de certezas. Pero lo peculiar, es que el mundo que describe ese cuento es un escenario casi estático, con movimiento movido, lleno de Los sonidos del silencio , una canción de Simon y Granfunkel. Perfectamente el dialogo pudo desarrollarse en un par de metros cuadrados sin que los interlocutores se muevan en un centímetro. Es hasta el final, al oír el pito de la locomotora, que el guardagujas se mueve y se va al encuentro del tren. Los personajes construyen un mundo de palabras sin la necesidad de moverse. Es ese pueblo o estación, no parece que haya seres vivos. Todo es una estampa y trampa visual de estatuas: muñecos de aserrín y de otros personajes enunciados desde una narración indirecta.   

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Y en ese contexto figurativo, viene a colación Giorgio De Chirico, (1888-1978) el pintor metafísico, porque la sensación es que produce ese cuento de Arreola, si uno trata de aprehenderlo pictóricamente, es la misma que produce las pinturas De Chirico. Especialmente de sus primeras pinturas metafísicas, pintadas entre las décadas de 1920 a 1920. En las escenas tempraneras De Chirico el tiempo parece congelado, en el cuento de Arreola también he congelado. Solo hay una referencia al tiempo, al inicio cuando el forastero dice "la hora justa en que el tren", pero ese tiempo es solo enunciado. Ambos, el escritor - por medio del narrador - y el pintor, manipulan el tiempo. Duplica ese cuento de Arreola un mundo desintegrado en las partes que existen para poder volver a un mundo integrado. El mundo de Chirico es un mundo construido de piedras, edificios, plazas, estatuas. En esos cuadros todo es ficticio, hay superpuesta una realidad a otra que va desapareciendo entre el estupor y el silencio. En el mundo de Arreola la construcción de las líneas férreas, necesita romper montañas. Las acciones referidas, solo en el texto, son solo enunciadas por el guardagujas. Hijo intemporal y hijo sobrepuesto como una segunda escritura de palimpsestos, sobre otra realidad que ya no se reconoce en el cuento, porque esa realidad ha sido prácticamente aniquilada.  
  
Aparecen también en el cuento algunos símbolos: la linterna roja del guardagujas, los muñecos de aserrín (remedos de seres vivos), semejantes a los maniquíes (los recuerdos de la vida) que a veces se inserta. De Chirico en sus pinturas. Se observó en uno de los cuadros (En La Plaza Italia) un tren que corre en el fondo, a veces es un velero, otras veces es una niña va rodando por una calle melancólica. Todos los objetos del mundo técnico industrial y juguetes sostenidos por el hilo de la nostalgia, representan en los cuadros de Chirico, piezas rancias de un museo. Son ESE tipo de Objetos Que En El Mundo pluscuamoderno ya Han Sido Desechados del Mundo de la utilidad f del Mundo y vertiginoso de la prisa. Solo sobreviven como un símbolo o como un recuerdo melancólico.

El ferrocarril de Arreo es un tren que no funciona, que casi no funciona y que se ha convertido en un símbolo de piedra que reside solo en la mente consuetudinaria de las personas de esa región. También como los objetos de Chirico, el tren, es un artefacto candidato al museo de los desechos industriales. Los cuadros de Chirico evocan una melancolía profunda -que no tristeza que es más pasajera-y dejan un malestar decadente. Porque fueron hechos no para gustar sino para reflexionar, y para advertir. Y corre parejo en el cuento de Arreola un pariente cercano de la melancolía: el de la soledad. En la literatura latinoamericana ya han germinado exitosamente dos momentos en la soledad: La novela Cien años de soledad de García Márquez y el ensayo El laberinto de la soledad de Octavio Paz
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Si un cuento latinoamericano irradia desde su condición de cuento, esa transubstanciada soledad, es el cuento de Arreola. En esa soledad hasta el silencio esta petrificado. Uno puede ver dialogando a los personajes, el forastero y el guardagujas. Como se ve, a dos personajes saludándose, en uno de los cuadros De Chirico. Pero a la vista de las fotos a la izquierda, inmediatamente, a la impresión, a la escena, a las escenas, a los personajes, a los últimos, a los seres humanos, al planeta tierra, al  horror . Arreola ha creado una comarca metafísica más que geográfica, que además de descubrir el mito del progreso, advierte del peligro de la masificación organizacional como estilo de vida: la  despersonalización  y la homogeneización de la vida, estructurada desde un mando central, invisible y omnipotente. En cuanto a lo pictórico, De Chirico creo una pintura que más que urbanística, abierta en su lenguaje iconográfico desnuda la racionalidad incipiente del modernismo.

No obstante, cae una salvedad, y es calibrar el contexto en que pintor y escritor plasmaron sus obras. De Chirico, desde el centro de las vanguardias europeas y con una guerra mundial en su frente; sufrió los horrores y consecuencias de la guerra en la ciudad medieval y empedrada de Ferrara. Arreola desde más lejos, atestiguo la segunda guerra mundial. Ambos artistas heridos por ese mito del progreso, vislumbraron el gesto embrionario y la consolidación de los totalitarismos carnívoros. De ahí la preocupación existencial en su obra, al igual que los mundos anunciados por Kafka, aunque pocas veces materializados en su totalidad; sin embargo visiones cuyo parentesco escolta la distopia, y deambulan como animales heridos, siempre al acecho y buscando perennemente nuevas máscaras, a la espera de birlar la polis  y asomar su rostro fatídico.

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Finalmente, el UNA OBSERVACIÓN una otra perspectiva, proveniente de un Otro cuento PARECIDO El guardagujas,  el cuento Algo habia Pasado   (Qualcosa era Sucesso ) de Dino Buzzati, (1906-1972), cuento breve Pero estremecedor. Aquí el tema también es un tren, los hechos son presentados en un proceso mental a la inversa. En el cuento de Buzzati hay un exceso de movimiento, el tren definitivamente va en marcha y el personaje ya está en su asiento, observa desde la ventana, hechos singulares que van a multiplicarse y llegar a invadir la intimidad de lo colectivo. Al pasajero del tren lo asalta el movimiento y comportamiento de la gente, y poco a poco se va por todas partes cuando va pasando el tren, lo acompaña una gran agitación en las poblaciones. De simple curiosidad, lo que ante sus ojos va a ocurrir se transforma en miedo, zozobra. Nadie sabe qué pasa. Aunque algunos pasajeros se sienten inquietos,  en el tren no hay nada. Pero fuera de la comodidad del tren, es como si hubiera irrumpido súbitamente, una irremediable y total, que ha arrancado desde sus raíces la apacible vida de los pueblos y los campos. Seguramente algo pasa y el pasajero no sabe qué es lo que pasa.

En el cuento de Arreola, por el contrario, hay una ausencia de movimiento, el tren apenas pasa. Y si pasa casi nadie puede subirse en él. Y lo que pasa es que no pasa nada. El cuento de Buzzati termina en una ciudad abandonada, el cuento de Arreola comienza con un poblado despoblado. La diferencia entre estos cuentos, es que en el Buzzati hay un proceso en marcha que termina con una realidad desintegrada, sacada paulatinamente del primer plano. En el cuento de Arreola no hay proceso porque ya está todo consumado. Casi no hay movimiento, y si lo hay es una repetición sincopada de una realidad que hace mucho dejo de ser idónea y del mundo fraterno de la vida. Asistimos solo a una escena única y definitiva.

El cuento de Buzzati encarna la secuencia fascinante de una película. El de Arreola es el impacto certero de una fotografía en blanco y negro. En que casi nada se mueve ni cambia, y lo que rompe las olas de la realidad, son los movimientos esporádicos, que ni siquiera saben si son las mentiras piadosas del guardagujas:
Por ejemplo , Un pueblo fundado por pasajeros que abandonados en un camino de la vía, decide una nueva población , o el    grupo de pasajeros que transporta las partes del tren para volver a armar el otro lado porque no existe el puente. O la del pito del tren que viene a presentar como enunciado ... pero la parada y el abordaje del tren queda fuera del texto

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Sin embargo, en las líneas finales del cuento, se describe la aproximación del tren: 

Al fondo del paisaje, la locomotora se acerca como un ruidoso advenimiento .

Pero, valga la salvedad, el ferrocarril puede simbolizar el progreso. Y son afortunados los pasajeros que en algún momento apacible del día o en algún momento agonizante de la eternidad, lograron subirse en esos maravillosos e inalcanzables trenes, a sabiendas de que no saben a priori a dónde ese tren los llevara. (Ese tren es casi como el Ángel de la historia de Walter Benjamin). Sin embargo, existen personas que en toda su vida nunca han visto un tren. (la utopía). Pero el tren de Arreola no llega lleno de música sino de ruido. Puede ser el invicto tren del progreso o una historia similar a otra cosa festiva y Dionisíaca: una utopía materializada. O desde el otro lado: una especie de epifanía escatológica. No lo sabemos, para qué sí que subirse en ese tren. Pero no sabe quién de buena tinta quién conduzca ese tren; y una vez dentro de nosotros tenemos la certeza de lo que es lo que pasara. Por qué algo más pasara, que no hay mar descarrilarse porque no hay puentes o porque solo hay una vía de rieles. Ese tipo de movimientos, algunos que casi bordean la fantasía: el encantamiento. Pero, por supuesto, mucho menos sabremos de a donde viene ni para adónde se dirige ese tren. En ambos cuentos, el de Arreola y Buzzati, lo que respira honradamente es el trasunto de una lucha feroz y perpetua, entre las formas de la apariencia y la realidad.             



El guardagujas
 Juan José Arreola

El forastero llegó al aliento a la estación desierta. Su gran valija, que nadie quiso cargar, le había fatigado en extremo. Se enjugó el rostro con un pañuelo, y con la mano en la vista miró los árboles que se perdían en el horizonte. Desalentado y pensativo consulta su reloj: la hora justa en que el tren de la izquierda.
Alguien, el salido de quién sabe dónde, el dio una palmada muy suave. Al volverse el forastero se halló ante un viejecillo de vago aspecto ferrocarrilero. Llevaba en la mano una linterna roja, pero tan pequeña, que parecía de juguete. Miró sonriendo al viajero, que la pérdida de la cabeza:
-Usted perdone, ¿ha salido ya el tren?
-¿Lleva usted poco tiempo en este país?
-Necesito salir inmediatamente. Debo hallarme en T. mañana mismo.
-Se ve que usted ignora las cosas por completo. Lo que debe hacer es recibirlo en la fonda para pasajeros, y se lo considera un edificio antiguo edificio que más bien parecía un presidio.
-Pero yo no quiero nada, sino salir en el tren.
-Alquile usted un cuarto inmediatamente, si es que lo hay. En caso de que pueda conseguirlo, contrótelo por mes, le resultará más barato y lleno mejor atención.
-¿Está usted loco? Yo debo llegar a T. mañana mismo.
-Francamente, debería abandonarlo a su suerte. Sin embargo, le daré unos informes.
-Por favor…
-Este país es famoso por sus ferrocarriles, como usted sabe. Hasta ahora no ha sido posible organizarlos debidamente, pero sí se han hecho grandes cosas en lo que se refiere a la publicación de itinerarios y la expedición de boletos. Las guías ferroviarias abarcan y enlazan todas las poblaciones de la nación; se expenden los boletos hasta para las aldeas más pequeñas y remotas. Sólo resta que los convoyes cumplan las indicaciones contenidas en las guías y que pasen efectivamente por las estaciones. Los habitantes del país así lo esperan; cuando tanto, aceptan las irregularidades del servicio y su patriotismo como resultado de la manifestación de desagrado.
-Pero, ¿hay un tren que pasa por esta ciudad?
-Afirmarlo equivaleldría a cometer una inexactitud. Como usted puede darse cuenta, los archivos existen, aunque un tanto averiados. En algunas poblaciones hay indicadores indicados en el suelo por dos rayas. Dadas las condiciones actuales, ningún tren tiene la obligación de pasar por aquí, pero nada que pueda suceder. Yo he visto pasar muchos trenes en mi vida y conocí algunos viajeros que lo dirigieron. Si usted espera convenientemente, tal vez tenga el honor de ayudarle a subir a un hermoso y confortable vagón.
-¿Me llevas ese tren a T.?
-¿Y por qué te empeñaste en que tiene exactamente un T.? Debería darse por satisfecho si pudiera acercarse. Una vez en el tren, su vida tomará efectivamente un rumbo. ¿Qué importa si el rumbo no es el de T.?
-Es que yo tengo un boleto en regla para un T. Lógicamente, debo ser conducido en ese lugar, ¿no es así?
-Cualquiera diría que usted tiene razón. En la fonda para pasajeros puede usted hablar con personas que han tomado sus precauciones, adquiriendo grandes cantidades de boletos. Por regla general, las gentes previsoras compran pasajes para todos los puntos del país. Hay quien ha gastado en boletos una verdadera fortuna ...
-Yo creí que para ir a T. me bastaba un boleto. Mírelo usted ...
-El próximo tramo de los ferrocarriles nacionales va a ser construido con el dinero de una sola persona que acaba de gastar su inmenso capital en pasajes de ida y vuelta para un carril ferroviario, que planos, que incluyen extensos túneles y puentes, ni siquiera han sido aprobado por los ingenieros de la empresa.
-Pero el tren que pasa por T., ¿ya se encuentra en servicio?
-Y no solo ése. En realidad, hay muchísimos modos en la nación, y los viajeros pueden utilizarlos con frecuencia, pero tomando en cuenta que no se trata de un servicio formal y definitivo. En otras palabras, al subir a un tren, nadie espera ser conducido al sitio que desear.
-¿Cómo es eso?
-En su afán de servir a los ciudadanos, la empresa debe recurrir a ciertas medidas desesperadas. Hace circular trenes por lugares intransitables. Esos convoyes expedicionarios emplean a veces varios años en su camino, y la vida de los viajeros sufren algunas transformaciones importantes. Los fallecimientos no son raros en los casos, pero la empresa, que todo lo que se ha previsto, se agrega a esos trenes un vagón, la capilla ardiente y un vagón cementerio. Es motivo de orgullo para los conductores depositar el cadáver de un viajero lujosamente embalsamado en los andenes de la estación que prescribir su boleto. En ocasiones, estos trenes forzados recorren trayectos en que falta uno de los rieles. Todo a un lado de los vagones se estremece lamentablemente con los golpes que dan las ruedas sobre los durmientes. Los viajeros de primera clase: las otras cosas de las previsiones de la empresa: el colocan del lado en que hay riel. Los de segunda vez los golpes con resignación. Pero hay otros tramos en los que faltan ambos rieles, todos los viajeros sufren por igual, hasta que el tren queda totalmente destruido.
-¡Santo Dios!
-Mire usted: la aldea de F. surgió a causa de uno de esos accidentes. El tren fue un dar en un terreno impracticable. Lijadas por la arena, las ruedas se gastaron hasta los ejes. Los viajeros pasaron tanto tiempo, que de las obligadas conversaciones triviales surgieron amistades estrechas. Algunas de esas amistades se transformaron pronto en idilios, y el resultado fue F., una aldea progresista llena de niños traviesos que juegan con los vestigios enmohecidos del tren.
-¡Dios mío, yo no estoy hecho para cuentos aventuras!
-Necesita usted ir templando su ánimo; tal vez llegue usted a convertirse en héroe. No crea que faltan ocasiones para que los viajeros demuestren su valor y sus capacidades de sacrificio. Poco, doscientos pasajeros anónimos escribieron una de las páginas más gloriosas en nuestros anales ferroviarios. Sucede que en un viaje de prueba, el maquinista advirtió un tiempo una grave omisión de los constructores de la línea. En la ruta faltaba el puente que era salvar un abismo. Pues bien, el maquinista, en vez de poner marcha atrás, tener los pasajeros y obtener de ellos el esfuerzo necesario para seguir adelante. Bajo su dirección mecánica, el tren fue desarmado pieza por pieza y conducido en hombros al otro lado del abismo, que aún se reservaba la sorpresa de que estaba en su fondo un río caudaloso. El resultado de la hazaña fue tan satisfactorio que la empresa firmó definitivamente la construcción del puente, conformándose con un descuento en las tarifas de los pasajeros que se atrevió a enfrentar esa molestia suplementaria.
-¡Pero yo debo llegar a T. mañana mismo!
-¡Muy bien! Me gusta que no abandone usted su proyecto. Se ve que es usted un hombre de convicciones. Alójese por lo pronto en la fonda y tome el primer tren que pase. Trate de Hacer cuando menos; mil personas no para impedírselo. Al llegar a un convoy, los viajeros, irritados por una larga espera, salen de la fonda en tumulto para invadir ruidosamente la estación. Muchas veces provocan accidentes con su increíble falta de cortesía y de prudencia. En vez de subir ordenadamente se dedican a aplastarse unos a otros; por lo menos, se impiden para siempre el abordaje, y el tren se va dejándolos amotinados en los andenes de la estación. Los viajeros, agotados y furiosos, maldicen su falta de educación, y pasan mucho tiempo insultándose y dándose de golpes.
-¿Y la policía no interviene?
-Se ha intentado organizar un cuerpo de policía en cada estación, pero la imprevisible llegada de los trenes hacía tal servicio inútil y sumamente costoso. Además, los miembros de ese cuerpo demostraron muy pronto su venalidad, dedicándose a proteger la salida exclusiva de pasajeros adinerados que les daban un cambio de esa ayuda todo lo que llevaban encima. Se resolvió entonces el establecimiento de un tipo especial de escuelas, donde los futuros viajeros recibieron lecciones de urbanidad y un entrenamiento adecuado. Allí se enseña la manera correcta de abordar un convoy, aunque esté en movimiento ya gran velocidad. También se les proporciona una especie de armadura para evitar que los demás pasajeros les rompan las costillas.
-Pero una vez en el tren, ¿está un lugar de nuevas contingencias?
-Relativamente. Sólo le recomiendo que se fije muy bien en las estaciones. Podría darse el caso de que creyera haber llegado a T., y solo fuera una ilusión. Para regular la vida a bordo de los vagones demasiado repletos, la empresa tiene obligación de echar mano de los expedientes. Hay estaciones que son pura apariencia: han sido construcciones en plena selva y llevan el nombre de la ciudad ciudad importante. Pero basta poner un poco de atención para descubrir el engaño. Son como las decoraciones del teatro, y las personas que figuran en las están llenas de aserrín. Esos muñecos revelan los estragos de la intemperie, pero a veces una imagen perfecta de la realidad: los llevan en el rostro las señales de un cansancio infinito.
-Por fortuna, T. no se encontró muy lejos de aquí.
-Pero carecemos por el momento de los trenes directos. Sin embargo, no se debe excluir la posibilidad de que llegue mañana mismo, tal como desee. La organización de los ferrocarriles, aunque deficiente, no excluye la posibilidad de un viaje sin escalas. Vea usted, hay personas que ni siquiera se han dado cuenta de lo que pasa. Compran un boleto para un T. Viene un tren, suben, y al día siguiente oyen que el conductor anuncia: "Hemos llegado a T.". Sin tomar precaución, los viajeros descienden y se hallan en T.
-¿Podría hacer algo para facilitar ese resultado?
-Claro que puedes usted. Lo que no se sabe es si el servicio de algo. Inténtelo de todas maneras. Suba al tren con la idea fija de que va a llegar a T. No hay ninguno de los pasajeros. Podrán desilusionarlo con sus historias de viaje, y hasta llegar a las autoridades.
-¿Qué está usted diciendo?
En el estado actual de las cosas los trenes viajan llenos de espías. Estos espías, voluntarios en su mayor parte, dedican su vida a fomentar el espíritu constructivo de la empresa. A veces no sabe lo que dice y habla solo por hablar. Pero ellos pueden tener una cuenta en el seguimiento de todos los sentidos que pueden tener una frase, por sencilla que sea. Del comentario más inocente es que sacarán una opinión culpable. Si usted llega a cometer la menor imprudencia, sería aprehendido sin más, pasaría el resto de su vida en un vagón o la obligaría a descender en una falsa estación perdida en la selva. Viaje lleno de queso, consumir la menor cantidad posible de alimentos y no poner los pies en el piso y no tener que verlo antes.
-Pero yo no conozco en T. a ninguna persona.
-En ese caso redoble usted sus precauciones. Tendrá, se lo aseguro, muchas tentaciones en el camino. Si mira usted por las ventanillas, está expuesto a caer en la trampa de un espejismo. Las ventanillas están provistas de dispositivos ingeniosos que crean toda la clase de ilusiones en el ánimo de los pasajeros. No hace falta ser débil para caer en ellas. Ciertos aparatos, operados desde la locomotora, hacen creer, por el ruido y los movimientos, que el tren está en marcha. Sin embargo, mientras los viajeros se quedan cautivadores de los paisajes a través de los cristales.
-¿Y eso qué objeto objeto tiene?
-Todo esto hace la empresa con el sano propósito de disminuir la ansiedad de los viajeros y de anular en todo lo posible las sensaciones de traslado. Se aspira a que un día se entregue plenamente al azar, en manos de una empresa omnipotente, y que ya no se importe sabre adónde van de donde vienen.
-Y usted, ¿ha viajado mucho en los trenes?
-Yo, señor, solo soy guardagujas 1 . A decir verdad, soy un guardagujas jubilado, y solo aparezco aquí en cuando para recordar los buenos tiempos. No he viajado nunca, ni tengo ganas de hacerlo. Pero los viajeros me cuentas historias. Sé que los trenes han creado muchas poblaciones además de la aldea de F., cuyo origen es el referido. Ocurre a veces que los tripulantes de un tren con órdenes de misteriosas. Invita a los pasajeros a quedesciendan de los vagones, generalmente con el pretexto de que admiran las bellezas de un lugar. Seis habla de grutas, de cataratas o de ruinas célebres: "Quince minutos para que admiren ustedes la gruta tal o cual", dice amablemente el conductor. Una vez que los viajeros se encuentran a cierta distancia, el tren escapa a todo vapor.
-¿Y los viajeros?
Vagan desconcertados de un sitio a otro durante algún tiempo, pero acabados por congregarse y establecerse en colonia. Estas paradas intempestivas se hacen en lugares adecuados, muy lejos de toda civilización y con riquezas naturales suficientes. Allí se abandonan lores selectos, de gente joven, y sobre todo con mujeres abundantes. ¿No te gustaría pasar tus últimos días en un pintoresco lugar desconocido, en compañía de una muchachita?
El viejecillo sonriente hizo un guiño y se quedó mirando al viajero, lleno de bondad y de picardía. En ese momento se oyó un silbido lejano. El guardagujas dio un brinco, y se puso a hacer señales ridículas y desordenadas con su linterna.
-¿Es el tren? -preguntó el forastero.
El anciano echó a correr por la vía, desaforadamente. Cuando estuve a cierta distancia, se volvió para gritar:
-¡Tiene usted suerte! Mañana llegará a su famosa estación. ¿Cómo dice que se llama?
-¡X! -contestó el viajero.
En ese momento el viejecillo se disolvió en la mañana clara. Pero el punto rojo de la línea sigue corriendo y saltando entre los ríos, imprudente, al encuentro del tren.
Al fondo del paisaje, la locomotora se acerca como un ruidoso advenimiento.



Notas bibliográficas

1 . Para información del lector, el  guardavías  es la persona que cambia las vías del tren, también se conoce como el cambiavías. Posiblemente por el adelanto de la tecnología, ese trabajo ya no es necesario en sistemas ferroviarios altamente automatizados.  

Créditos

Cuento El guardagujas, ANTOLOGÍA DEL CUENTO HISPANOAMERICANO, Antólogo Fernando Burgos, Editorial Porrúa, N.606, México, 2000, 469-475p.

Ilustraciones

Foto Juan José Arreola Google imagen
Foto de rieles y cambios de vías Google imagen
Foto Ferrocarril, Ferrocarriles Nacionales de México. (FNM)

Plaza Italia, pintura. Geogio De Chirico