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Lectura: «Desafío a la identidad», de Paul Bowles: relatos viajeros, piezas maestras

CÉSAR ANTONIO MOLINA @ABC_CULTURAL

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¿Escritor o viajero? Además de dandi, Bowles fue lo uno y lo otro, como muestran los textos en los que constató su paso por el mundo entero. De todo ello dejó constancia en «Desafío a la identidad», que analiza César Antonio Molina


Un libro de viajes, para Paul Bowles, es el relato de lo que le ocurrió a una persona en un determinado lugar. Yo añadiría que lo que le ocurrió físicamente, materialmente, pero también espiritualmente, pues los viajes son exteriores las más de las veces, pero interiores otras muchas. Evidentemente, no es un libro informativo acerca de hoteles, restaurantes, carreteras, sino un texto creativo en el cual se desarrollaun conflicto entre el escritor y el lugar. Del choque entre ambos surge el texto.
Estoy totalmente de acuerdo con el autor de «El cielo protector» en que el libro de viajes se ha vuelto, necesariamente, más subjetivo, más literario, más filosófico y meditativo. El viajero escritor debe dejarse embaucar, debe seducir, debe saber contar todo eso. El texto ha de ir redactándose a medida que transcurren los acontecimientos, porque abandonarse a la memoria es darle al recuerdo un peso más cercano a la ficción que a la realidad de los sucesos vividos: «Confiar en la memoria es lo indicado para determinar la sustancia de una novela, pero no es aconsejable en este caso, pues es demasiado probable que altere la consistencia de la escritura».
Sus relatos viajeros son piezas maestras. Paisajes deslumbrantes
Estando de acuerdo, en el fondo, con lo que escribe Bowles en «Desafío a la identidad», yo hoy no sería tan inquisidor con respecto a que hubiera algo de ficción en el relato de viajes. La imaginación nunca está de más y es un elemento misterioso fundamental también para este género. Incluso los grandes libros de viajes tienen más ficción, sin proponérselo, que muchas novelas, porque la realidad que allí se describe puede resultar inverosímil para quienes son ajenos a esas geografías y culturas a veces remotas.
Pegatinas de las idas y venidas
Bowles habla de dos clases de escritores de libros de viajes. Aquellos que añaden a su currículum este género y quienes, siendo viajeros, escriben. Un género difícil, porque requiere energía física, saber, estilo y ser un solitario en medio de las multitudes. ¿Qué era él? Ambas cosas, pero estoy seguro de que, de haber sido interpelado directamente –como buen dandi diletante–, se hubiera inclinado por considerarse únicamente viajero; todo lo más, un viajero que escribe.
Bowles es un defensor de la droga en Tánger; le dedica muchas páginas
En 1952, en Tánger, Bowles se fotografió de esta guisa tan simbólica: traje cruzado, corbata oscura, pelo recortado y ondulado, mirada fija y serena hacia la cámara, reloj de pulsera en la muñeca de la mano izquierda, con la que sostiene un pitillo encendido sujeto a una boquilla, y, como fondo, cinco maletas apiladas, unas encima de otras, con las pegatinas de las idas y venidas.
Bowles no se fotografió delante de una máquina de escribir, ni con un conjunto de instrumentos musicales (antes que narrador, fue músico, compositor e investigador), sino con esos objetos «innobles», «despreciables», «antiintelectuales», que son las maletas. No es que lo fueran para él, ni para mí; por el contrario, son un compañero cómplice que conserva nuestros secretos y nunca se hace impertinente; pero de entre otros útiles aristocráticos, él eligió estos, humildes y secundarios.
Voracidad omnívora
No sé por qué la imagen de Bowles la tenemos anclada en Tánger. Nos da la sensación de que jamás salió de esta ciudad y, sin embargo, desde que muy joven partió de su Nueva York natal, no paró de moverse por el mundo entero. Ese primer paso lo dio a los diecinueve años para ir a París. Europa (fundamentalmente Francia y España), Marruecos, el Sáhara, India, Ceilán, Tailandia, Turquía, Kenia, México y Costa Rica fueron algunos de sus destinos, de los cuales habla en «Desafío a la identidad». Un volumen que incluye textos inéditos como «17 Quai Voltaire» y «Paul Bowles, su vida», otros muchos desconocidos en español y varios nunca recogidos en volumen. Muchos de ellos vieron la luz en revistas como «Holiday» (donde escribían Durrell, Hemingway o Steinbek), «The Nation» o «Harper’s».
Bowles: «Los objetos culturales me impresionaron tanto como la atmósfera»
El relato de viajes también está muy próximo al periodismo y, especialmente, a uno de sus géneros esenciales, el reportaje. Como escritor viajero, Bowles se fija fundamentalmente en la influencia de la naturaleza y el paisaje sobre el viajero. Desprecia el progreso y la tecnología. Medita desde su individualidad contestataria sociocultural y política. La gastronomía le es ajena y tampoco está interesado por la Historia, el arte, la arquitectura o la cultura en general, excepto cuando habla de París.
En «Ventanas al pasado» comenta: «Durante mi adolescencia y hasta los treinta años me moví bastante por Europa, y cuando digo moverme me refiero a un desplazamiento constante, con frecuencia diario, todo el año, una ocupación a la que me dediqué con una intensidad que ahora me cuesta entender. Con la habitual voracidad omnívora del norteamericano libre en Europa, me metí en cientos de museos, capillas, galerías, catedrales, parques, ruinas y cementerios, todos aquellos lugares donde aún podía encontrarse una evidencia tangible de lo que nos gusta llamar cultura. Pero, seguramente porque yo era un joven con una ignorancia abismal en esos temas, los propios objetos culturales me impresionaron tanto como la atmósfera general que reinaba en cada sitio. Cuando entraba en uno de esos santuarios culturales, siempre sentía que, al mismo tiempo, estaba saliendo casi completamente de la vida, fuera del mundo de la realidad».
Tumba sin inscripción
Le entusiasman las historias de la gente, su vida cotidiana, la antropología, la etnografía, la música folclórica. Es un defensor de la droga en Tánger, a la que dedica muchas páginas, sobre todo al quif y el cannabis. Bowles es un escritor serio y trabajador y, como viajero, se expone a situaciones de riesgo. Tenía miedo a volar y los miles de kilómetros que recorrió los hizo en tren, barco o coche.
París era zona de combate cultural y él se autonombró corresponsal de la «guerra»
Sus relatos viajeros son piezas maestras. Paisajes deslumbrantes, relatos increíbles de héroes anónimos, reflexiones metafísicas y existenciales, opiniones políticas sin tabúes, diarios y páginas memorialísticas, poemas en prosa, acopio de material para sus otros relatos, un poema autobiográfico («…Jane le rogó que la llevase de vuelta a Tánger. Los médicos lo desaconsejaron. / Sin embargo, él la llevó consigo porque era muy infeliz. / Fue un desastre. No quería comer, se debilitó y adelgazó. / Él admitió la derrota y la devolvió al hospital en España. / Ella permaneció allí. Murió allí. Su tumba no lleva inscripción. /Después de aquello le pareció que no pasaba nada más. / Siguió viviendo en Tánger, traduciendo del árabe, el francés y el español. / Escribió muchos cuentos, pero ninguna novela. / Seguía habiendo cada vez más gente en el mundo. / Y nadie podía hacer nada acerca de nada»).
Los textos sobre París son muy interesantes por el ambiente que describen (los años 30) y las personalidades literarias y artísticas con las que trata. Bowles prefirió París a Nueva York porque todo el mundo estaba allí. Las referencias a los artistas españoles instalados en la capital francesa son muy curiosas. Lleva a cabo una crónica social de la cultura parisiense. Parece un detective entrando en las editoriales, librerías, galerías de arte, teatros, cines, museos, cafés, tertulias, interrogando a protagonistas, escuchando, leyendo los periódicos.
Un libro generoso
Retrata a Gertrude Stein, a Alice B. Toklas, a Max Jacob («un hombrecito extraño con una cabeza en forma de huevo»), Ezra Pound, Tristan Tzara y su hermosa esposa sueca, Foujita, entre un larguísimo etcétera. Y lo hace de una manera respetuosa pero siempre irónica. Disfruta en ese ambiente como relator de otras vidas en las que no se involucra. No es un escritor en competencia con otros escritores en París, sino un viajero que narra su viaje sin identificarse para no ser descubierto por el enemigo. París era una zona de combate cultural y él se autonombró corresponsal de aquella guerra incruenta.
El relato más interesante es el referido a la isla de Taprobane, que compró
Describe la Costa del Sol española como un edén antes de su destrucción por el urbanismo desaforado. En este paseo se refiere a Gerald Brenan. Emocionante es la visita a Granada y el encuentro con Falla. En Estambul destaca la tolerancia religiosa de los turcos, a diferencia de la de otros musulmanes. En Madeira se queda sobrecogido por el paisaje volcánico.
Ningún escritor ha reflejado Marruecos mejor que él. Su realidad y su misterio, su música. Nos cuenta cientos de historias. También se refiere a los judíos sefardíes. La descripción de los cafés marroquíes es magistral, así como su visión del Sáhara. De los recorridos por Asia, el relato más interesante es el referido a la isla de Taprobane, que compró y en la que vivió. De África, Kenia. De Iberoamérica, Costa Rica.
«Desafío a la identidad» es una obra maestra del relato de viajes. Un libro imprescindible para conocer a su autor y un siglo inquietante como el XX. Un libro generoso que, como pocos, enriquecerá a quien lo lea.
Desafío a la identidad
PAUL BOWLES

Ensayo. Traducción de Nicole d'Amonville Alegría. Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores. Barcelona, 2013. 576 páginas, 24 euros. Calificación: cuatro estrellas


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«Desafío a la identidad», de Paul Bowles: relatos viajeros, piezas maestras

CÉSAR ANTONIO MOLINA @ABC_CULTURAL

Día 25/09/2013 - 17.31h