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Tres textos de Salvador Elizondo






El ocaso de la tristeza

Es un hecho que la tristeza está condenada a desaparecer. Las situaciones que nos pone la vida moderna, especialmente la actividad incesante que genera y su altísima velocidad, dificultan cada vez más la percepción o la experiencia de este sentimiento que tuvo una vida fugaz (hablando en términos de literatura) en la conciencia o en la atención de los hombres. Cada día los tristes se vuelven más raros y si acertamos a encontraron con uno su condición de triste se nos mostrará como resultado de la multitud de constricciones que por todas partes amenazan su tristeza, y más que un triste veremos a un raro. Pero si la tristeza ha perdido el dominio de la literatura no así el del alma humana. Lo que pasa es que ya no hay tiempo ni fijeza de la atención para percibir esa modulación tan tenue del tono anímico cuando pasa de do mayor a re menor.
Tal vez por snobismo o por ignorancia se prefiere llamar neurastenia, depresión, spleen, melancolía, tedio, fatiga, mala digestión, tiempo nublado, blues a la simple y sencilla tristeza. Pero la neurastenia se cura con vitamina B, la depresión con vino, la fatiga con reposo, el spleen con carcajadas, la mala digestión con bicarbonato, el tedio y el mal tiempo se evitan con la televisión o en el cine, la melancolía se cultiva por su enorme valor y prestigio literario. Sólo la tristeza es incurable; pasa, pero llevándose consigo el secreto de su causa y el recuerdo de su efecto, sin dejar huella alguna de cuándo volverá. No atiende a su presencia ninguna circunstancia orgánica o exterior y la tristeza puede darse en cualquier sistema nervioso, en cualquier tubo digestivo y en cualquier día del año. Aunque no es impeditoria del trabajo cotidiano si es que éste existe, prefiere la cercanía de los ociosos y de los solitarios. La tristeza demasiado sociable o demasiado pública produce una impresión de impudicia y su manifestación, si no es a través de formas muy refinadas, denota un carácter afeminado en los hombres, frígido en las mujeres y vulgar y lastimoso en los artistas.
La tristeza propicia el cultivo de algunos géneros literarios; principalmente el del llamado "diario íntimo" o " confesiones", que constituyen, por así decirlo, la forma que la vida secreta reviste para presentarse en público, ya que es un sentimiento que pone al ánimo en relación con cualquier cosa; una flor o una estrella convocan por igual este secreto común a todos; secreto a voces que es la sustancia de toda la literatura de confidencia. Como generadora de escritura, la tristeza parece ser un invento alemán. El sentimiento de Weltschmerz (dolor del mundo) inexplicable obtiene se expresión culminante en obras como Werther, cuyas páginas no solamente describen el sentimiento de tristeza sino que, en su momento, también la produjeron masivamente entre sus lectores. Pero Goethe no era triste. Era demasiado mundano y demasiado analítico para no contemplar la tristeza como algo exterior o ajeno a él y de considerarla con el mismo criterio con que analizaba una muestra geológica o un fragmento de estatua.
En el curso hacia la máxima subjetivización de la concepción original de Goethe la tristeza sufre las más inauditas metamorfosis -en prosa y en verso- a lo largo de todo el siglo diecinueve. La más evidente de las transformaciones es la del nombre, siempre impreciso, con que se la va conociendo, como si en esa inconexión entre el nombre y la cosa se cifrara su misterio o su explicación: mal de Werther, enui, spleen, tedio, caffard, clorosis, neurosis, etcétera, ninguno de los cuales expresa cabalmente la naturaleza del estado de ánimo que nombran mejor que él término original.
Entre Los sufrimientos del joven Werther y Tristesse d'eté la tristeza sigue el camino de toda la carne, pero en sentido contrario: en Goethe mata; en Mallarmé, paradójicamente, la tristeza es a la vez efecto (Brise marine) y causa (Tristesse d'eté) de la concupiscencia. Lo que para Goethe es un fenómeno, para Baudelaire será una sensación y para Mallarmé la sombra o la ausencia de una sensación.
Podría decirse que el defecto principal de la tristeza es su carencia de interés o de substancia. Los celos producen un Otelo; la ambición una Lady Macbeth; la sensibilidad exacerbada un des Esseinte, pero los tristes pueblan el inmenso territorio de la literatura en calidad de personajes ínfimos.






El grafógrafo

Escribo. Escribo que escribo. Mentalmente me veo escribir que escribo y también puedo verme ver que escribo. Me recuerdo escribiendo ya y también viéndome que escribía. Y me veo recordando que me veo escribir y me recuerdo viéndome recordar que escribía y escribo viéndome escribir que recuerdo haberme visto escribir que me veía escribir que recordaba haberme visto escribir que escribía y que escribía que escribo que escribía. También puedo imaginarme escribiendo que ya había escrito que me imaginaría escribiendo que había escrito que me imaginaba escribiendo que me veo escribir que escribo.
(Salvador Elizondo, El grafógrafo)







LOS MUSEOS DE METAXIPHOS


Es bien sabido –y el testimonio de Paul Valéry lo confirma en la más elaborada de sus Histoires brisées– que nadie se ha aventurado más de unas cuantas leguas a lo largo de ese brazo de arena finísimo que se extiende hacia el sur desde la isla de Xiphos y que se supone o bien que no termina nunca o que se ensancha y se convierte en otra isla o casi isla que la conseja o la leyenda nombran Metaxiphos. De hecho la existencia conjetural de esta península remotísima ha dado lugar al más desaforado tráfico de leyendas que los xipheños, astutos comerciantes, tratan de capitalizar. Las agencias de viajes ofrecen visitas guiadas a Metaxiphos, pero los propios turistas deciden o imploran, después de algunas horas de viaje, volver a Xiphos. Abundan los testimonios falsos que bajo todas las formas literarias conocidas se contradicen radicalmente entre ellos y por lo tanto no son dignos de confianza, así que escojo entre las que han llegado a mis manos la única que tiene la descarada pretensión de ser una publicación oficial, printed and made in Metaxiphos; su distribución, dice, es gratuita. Se trata de una Guía de los museos de Metaxiphos. En una breve introducción firmada por el Cuidador General de los Museos se nos informa que en Metaxiphos no hay nada, solamente museos. Luego vienen sumariamente descritas las colecciones, ahorrando al visitante o al lector las enervantes enumeraciones o las referencias eruditas incomprensibles al turista sensuel moyen. Resumo y compendio a continuación la descripción de las principales colecciones.
El folleto comienza con la descripción del Museo Analógico. No dice cuándo fue fundado ni por quién. En él se exhibe una rica colección de cosas ficticias, objetos artificiales, obras apócrifas, documentos falsos, imitaciones tan perfectas que es imposible distinguirlas de sus modelos más que por la discriminación y la diferenciación minuciosa de su materia, su forma y su función que entre ellas están trastocadas y confundidas. El diorama llamado “Guillermo Tell” nos muestra una flecha y una manzana; la flecha es de la materia frutal de la manzana y ésta es de hierro, madera y plumas. Asimismo se conservan allí algunos objetos –no muchos– que a pesar de ser ficticios no difieren de los originales no en la forma ni en la función ni en la materia y algunos –pocos pero muy interesantes– en que estas cualidades son sometidas a sutilísimas combinaciones. Hay también muestras de objetos idénticos de forma y función pero de materia diferente: un par de hachas, una de hierro y otra de corcho que no difieren una de la otra ni siquiera por el peso.
En el Museo Poético-Filosófico se guardan las concreciones sensibles de las imágenes, nociones o figuras abstractas. El bibelot abolido, el binomio de Newton y la estatua de Condillac, son según la Guía, las piezas más notables que guarda este museo. Esta última es la materialización animada de todas las operaciones de los sentidos, lo que da por resultado una figura constantemente cambiante y movediza que al mismo tiempo que se transforma y se agita va describiendo en la lengua de los mathematikoi la realidad del mundo según los estímulos que se generan en un teclado como el de un piano. La estatua de Condillac interpreta, por así decirlo, la danza de las sensaciones puras, sin sujeto que las experimente.
El más grande de los museos de Metaxiphos es el Museo de la Realidad. Sus vastísimas colecciones están compuestas únicamente de objetos que no tienen ningún interés, objetos sin importancia y sin sentido, cosas cualesquiera. Los objetos que allí se exhiben no carecen de cualidades sensibles y hay una gran variedad de ellos, pero ni sus cualidades ni sus cantidades son suficientes para despertar el interés del visitante. Si ocurriera que algunos de esos objetos inanes despertara el interés de alguien cualquiera, entonces sería inmediatamente trasladado al museo que le corresponde. Supongamos que una manzana cualquiera sugiere al visitante la idea de que los cuerpos se atraen en razón directamente proporcional al producto de sus masas e inversamente al cuadrado de la distancia que los separa, entonces esa manzana es exhibida en el Museo Poético-Filosófico con el nombre de “La manzana de Newton”.
Hay también el Museo de las Cosas Pías. No encontraría el visitante en el de la Realidad ninguna de las cosas que se guardan en éste, aunque la mayor parte proviene directamente de la naturaleza. Ellas se distinguen en la realidad por la propiedad que tienen de no ser fácilmente distinguibles: las cosas de forma y accidentes difusos e imprecisos las cosas moteadas, jaspeadas y pintas; guijarros, plumajes, conchas, huevos, pelambres, así como pinturas de Seurat y de Vuillard. Hay una espléndida colección taxidérmica con todos los animales de pelambre tabí, desde el rocín de don Quijote hasta el gato de Cheshire.
Sin duda uno de los museos más interesantes de Metaxiphos sería el Museo Idumeo. Se conservan allí vestigios y huellas de seres y cosas anteriores a nuestro mundo: instrumentos inexplicables, ostraka decorados con grecas rojas, pequeños fósiles incunables. La antigüedad de estos objetos es tanta que su puro contacto directo es letal. Se exhiben, no sin provocar una sensación dolorosa e inquietante al espectador, en vitrinas selladas.
Otro, el Museo Técnico, guarda especímenes mecánicos y gestuales de técnicas puras. Se exhiben allí complicadísimas máquinas y aparatos que no sirven para nada o cuya función nadie conoce. Algunas de ellas son puestas en marcha en días fijos. (Consultar en la administración el programa mensual). Otra sección contiene los dioramas que ilustran diversas técnicas manuales y corporales que no tienen sentido ni utilidad alguna: la tauromaquia sin toro, la cirugía sin paciente, elshadow-boxing, el ajedrez contra sí mismo y una vasta colección de técnicas antiguas para la resucitación de los muertos, algunas de ellas a cual más pintorescas.
El Museo en Sí viene a ser como el arquetipo último de todos los museos. De hecho es un museo de sí mismo o un museo que tiene por objeto mostrarse tal cual. Todos los muros, el plafón y el piso son de espejo. Por lo demás, está vacío. El visitante se convierte en el objeto expuesto, un objeto que se muestra y se contempla a sí mismo en calidad de pieza e museo.
El recinto llamado Mnemothreptos alberga tres colecciones: una, muy extensa y heterogénea, de cosas olvidadas; otra pequeña, pero muy selecta de cosas inolvidables. Los ejemplares de estas dos colecciones no tienen materia y parecen estas apenas como sugeridos. No se manifiestan sensiblemente con toda precisión más que cuando recordamos las primeras o cuando olvidamos las segundas. La tercera sección –muy interesante– contiene el Diorama Sinóptico que exhibe una exquisita colección de cosas inolvidables ya olvidadas.
Saliendo del Mnemothreptos a mano derecha se extiende el pequeño Arborium en el que se conservan algunos ejemplares particularmente notables por la propiedad que tienen de producir en quien se pone a su sombra la sensación de estar en otra parte, de estar en el lugar de origen de cada árbol. Así, hay una higuera en cuya fronda el visitante se siente estar en la India y puede oír, en el frotamiento de sus hojas, correr las aguas del Ganges.
En seguida del Arborium hay otro museo, no muy grande. Es el Museo de lo Imposible. En él se conserva la realización o la demostración de cosas y operaciones imposibles: la trisección del ángulo por procedimientos geométricos, la acción a distancia, la creación ex nihilo, la escritura inmediata, el mind reading y la fórmula para determinar los números primos. En todos los casos se trata de simulacros y conjuros que hacen que esas operaciones sean posibles, pero sólo aparentemente. Fuera del museo es imposible aplicar los procedimientos que se demuestran en su interior, como si las leyes que los determinan y los rigen no tuvieran ninguna validez fuera de él. Un reloj dotado de movimiento perpetuo da puntualmente la hora.
El Museo Heteróclito exhibe las piezas excedentes de los demás museos de Metaxiphos menos el de la Historia, pero sin orden alguno. La ausencia de clasificación y rotulación de los objetos hace que se nos revelen sorpresivamente por sus cualidades esenciales más que por su ordenamiento dentro de un conjunto discreto o por su mero nombre. Este museo debe visitarse al final con objeto de poder re-conocer los objetos más característicos. Las muestras ilustran el principio de desclasificación de las cosas que aquí se exhiben tal que en sí mismas la eternidad al fin las transforma.
Cabe mencionar por último el que seguramente es el más interesante de Metaxiphos: el Museo de la Historia, un pequeño edificio dispuesto en forma de anfiteatro cubierto en el que sólo se conserva el cronostatoscopio o “cámara de Moriarty” que sirve para condensar la luz que regresa…
(Camera lucida, Fondo de Cultura Económica, México D.F., 2002, p. 155-160).
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CRÉDITOS.
Ilustraciones: Plaza de las palabras